Nota publicada online
La edición 56 de la Bienal de Venecia, la más politizada de su larga historia, está a cargo del curador general nigeriano Okwui Enwesor. Bajo el título de “Todos los futuros del mundo” se escuchan las voces de quienes resisten, reclaman o muestran las heridas provocadas por esta sociedad injusta.
El mundo real ingresó de lleno en la Bienal veneciana. Y el envío argentino calza como un guante en el guión del curador nigeriano. Para comenzar, el arte social y político de Juan Carlos Distéfano (81) que envió la dirección de Asuntos Culturales de la Cancillería Argentina, a cargo de Magdalena Faillace, no sólo resulta acertada, levanta el nivel del arte presentado por Okwui Enwezor. A la excelencia de una obra elocuente que habla de la violencia argentina, se suma (y no es poca cosa) el estupendo pabellón de 500 metros cuadrados que nuestro país posee -por 20 años más- en los históricos Arsenales. El equipo integrado por la curadora María Teresa Costantín, la propia Faillace como comisaria, el brillante teórico Emilio Burucúa y el montajista Patricio López Méndez, contribuyen a destacar los valores de la obra en el competitivo escenario veneciano.
Es preciso leer, sin embargo, el texto de Burucúa, cuando muestra una faceta casi desconocida del artista y describe que el trabajo de Distéfano, los efectos de color, textura y transparencia pertenecientes a un horizonte imaginario, se despliegan en “una serie de prácticas absolutamente propias del artista en cuanto a su secuencia, su combinación y el agregado de ingenios cuya invención le corresponde por entero, (la inclusión de veladuras de color y de textos sobre tela en el espesor material de la forma)”. Distéfano ha creado con su singular inventiva, un universo propio y exclusivo que resulta fundamental para expresar su “realismo lacerante” y también cuestiones como “lo asible de un cuerpo y lo huidizo de una sombra o de la silueta de un cuerpo desaparecido”. |
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Con su bajo perfil y su constante modestia, nuestro artista brinda pruebas de su honestidad. Distéfano ha llegado a desde su casa bonaerense de siempre, en Don Bosco, y de su taller en La Boca, para exhibir en Venecia su creatividad y para “inducir a una experiencia estética que transita por caminos desconocidos”. El tema de Distéfano es el hombre y los límites que puede soportar sin perder su condición humana. Nuestro escultor modela las tensiones del cuerpo para que reflejen las angustias espirituales y también morales. La victimización del hombre y su padecer en una sociedad que, como se sabe, es injusta, es también el tema y motivo inspirador de Enwesor, el curador nigeriano.
Pero Distéfano, con su personalidad transparente y a la vez intensa, irradia una sinceridad en vías de desaparición en un ambiente donde triunfan aquellos que hablan de la tipicidad y lo que padecen o que enuncian los mejores discursos sociales y políticos.
Sencillamente, el dolor humano se resiste a ser representado cabalmente por el arte. Son pocos los artistas que transmiten sentimientos extremos, como Bacon, para poner un ejemplo cercano.
Venecia es una ciudad–museo, resguarda grandes tesoros del arte clásico y renace cada dos años con la energía del arte contemporáneo. Distéfano ostenta en su obra la contemporaneidad del tema, la ejecución y, sobre todo, la inspiración. Pero sus esculturas también reflejan la supervivencia del arte clásico que puebla su inconsciente estético. Basta ver en la muestra la inmensa cruz (un poste telefónico) y el personaje de “Acción directa” y cotejarlo con la pintura de Luca Giordano (1634- 1705), la “Crucifixión de San Pedro” que exhibe la Academia veneciana. Allí mismo se percibe la pasión que suscita el color en los artistas venecianos y que ha heredado nuestro escultor.
Dueño de un oficio pulido, Distéfano trabaja con genuino virtuosismo la resina poliéster, superpone capa sobre capa, color sobre color para lograr las deslumbrantes transparencias y las distintas tonalidades que lo caracterizan. En “Telaraña” despliega su todo talento. El artista se levanta a la madrugada y controla el proceso de fraguado, inserta materiales como los diarios incrustados en los cuerpos y, luego, con la paciencia de un artesano, alisa la obra hasta alcanzar con el material sintético el resplandor de una joya. La crudeza del contenido lastima, pero la superposición de capas del material coincide con la superposición de significados.
¿Puede el arte contribuir a cambiar el destino del mundo? Las respuestas, como la de Distéfano, sólo tienen valor individual.