Nota publicada online
La nueva sala del Museo de Arte Contemporáneo de La Boca, MARCO, se estrena con una puesta impecable y minimalista de Jorge Caterbetti, este singular artista que trabaja con la palabra y cuya obra parece captar lo invisible.
Jorge Caterbetti pertenece al linaje de artistas enamorados de la palabra, del pensamiento y también del libro como objeto. También podría haber afirmado lo mismo que Jorge Luis Borges: “siempre imaginé que el Paraíso sería algún tipo de biblioteca”. Buscar el libro antiguo en viejos libreros ya es de por sí una aventura; examinarlo, comprobar si el tiempo, la humedad, el agua, el fuego o la mano del hombre lo desvencijaron, lo exaltaron o lo humillaron es una de sus pasiones. Caterbetti actúa sobre ellos amorosa, brutal y minuciosamente. Los escribe y reescribe, resta papel y suma materia, los cura con ungüentos medicinales que parecen de brujería; es un severo anatomista de sus cuerpos inertes, no cuesta imaginarlo inclinado sobre ellos como un monje medieval en su scriptorium, o como un alquimista trabajando en un atanor de papel.
Los crea y les pone nombre: Esfera, Florituras, Naufragio, Mar, Anatomía, Secreto, Lectora, Presente, Sueño, Veladura, Tiempo, Vínculos, son algunos de tantos. ¿Qué tienen en común todos ellos? Un vaho sepia, un aire a palimpsesto -aquellos manuscritos reescritos varias veces-, todos ellos son materia exaltada, afectada, castrada y suturada. Con ellos hay una serie de prismas transparentes, etéreos; si aquellos libros eran el cuerpo, estos prismas parecen el espíritu. Técnicamente son cubos de acrílico con imágenes grabadas en bajorrelieve: figuras de insectos, aves, números, textos cifrados, referencias más o menos explícitas al poema Un coup de dés de Stéphane Mallarmé que encanta con la melodía de su idioma, como así también signos crípticos, guiños a un secreto que se obliteró. Ver sus imágenes es como atravesar la dimensión material para captar lo invisible: un ave en vuelo, una paloma disecada, dos plumas que caen, el septentrión, las siete virtudes, todo es frágil y aéreo. Los prismas son la tridimensión que tiene su correlato en la bidimensión de las láminas-proyecto de papel que los acompañan, en ellas aparecen los mismos diagramas, dibujos, signos y palabras. Los antiguos alquimistas distinguían la materia y el espíritu como lo fijo y lo volátil.
Los libros de Caterbetti tienen la contundencia de la materia, sus prismas, la volatilidad del espíritu. Una de las etapas del proceso alquímico (opus magnum) se llama calcinación y curiosamente nuestro artista trabaja con el fuego sobre los libros. Depurar imágenes que traslada a las láminas podría corresponder al “blanqueado”, la albedo que purifica la materia oscura, y finalmente la materia se torna transparente y sutil en los prismas de acrílico. Los alquimistas usaban lenguaje críptico y simbólico sin una receta unificada. Lo mismo hace nuestro artista. Él es un varón -fuerza solar- que convocó a tres damas -fuerza lunar- para restaurar el orden, la salud del libro herido. En el proceso alquímico es indispensable la soror mystique, el aspecto lunar, femenino del proceso. Sin quererlo Caterbetti recrea la energía de un alquimista, inicia el proceso con un libro que ha perdido su alma, puro vehículo que alguna vez fue soporte de infinitos saberes, los transforma en objeto poético y los enuncia a futuro como un objeto sutil (infra-mince diría Marcel Duchamp). Todo proceso es prueba y error (errata) y ni sospechamos si la gran obra alquímica (materializar el espíritu, espiritualizar la materia) es un destino o un azar, el mismo azar de una tirada de dados.