Nota publicada online

martes 26 de noviembre, 2024
Ernesto Ballesteros, Roberto Aizenberg y Stella Ticera
Tres generaciones geométricas en MACBA
por Alejandro Zuy
Ernesto Ballesteros, Roberto Aizenberg y Stella Ticera

Tres exposiciones que se aproximan a poéticas representativas diversas -en un caso del arte moderno y en las dos restantes del arte contemporáneo de nuestro país-, que sondean aspectos vinculados a intersecciones posibles así como contrates contundentes.

El Museo de Arte Contemporáneo de Buenos Aires presenta tres exposiciones correspondientes a artistas de diferentes generaciones del arte argentino. Curadas por Rodrigo Alonso se presentan Químicamente Impuro con  obras de Ernesto Ballesteros y Babel, sobre la icónica serie de torres de Roberto Aizenberg. La joven artista Stella Ticera ocupa el sexto piso dedicado al ciclo Kabinet con curaduría de Bruno Mendonça.
 
Al igual que en recientes ocasiones, el MACBA ha decidido inaugurar tres exposiciones en forma simultánea. Esto implica pensar tanto en poner en valor aquello que identifica a los artistas presentados como plantear diálogos que los complementen entre sí. 
 
Químicamente impuro de Ernesto Ballesteros (1963) puede considerarse en esta oportunidad la exposición central ya que abarca tres pisos del museo. En ellos se despliega un amplio abanico de obras que van desde las realizadas durante la década del ochenta hasta otras producidas en tiempos más próximos. La sucesión propuesta para su recorrido no es estrictamente cronológica, sino que busca favorecer las familiaridades que puedan anidar entre trabajos que pertenezcan a distintos períodos así como indagaciones dispares sin establecer algún tipo de jerarquía.
 
En el primer piso, exceptuando una instalación de fotografías que establece puntos ciegos a partir de neutralizar las fuentes de luz, se destaca el trabajo con la línea. En los dibujos exhibidos hay huellas de una cierta gestualidad así como un particular interés por el detalle, el color y las alusiones a la inmensidad. En este sentido son bastante elocuentes los títulos de las piezas, como por ejemplo 187 km de líneas aplicadas a un paisaje (2005) ó 1000 vueltas (2002).
 
El panorama que puede apreciarse en el primer subsuelo muestra otro carácter. La mayoría de las piezas datan de la década del noventa. A comienzos de esa época Ballesteros inició una investigación acerca de espacios y formas alejadas de la realidad inmediata. Una serie de acrílicos en esa dirección permiten ver figuras geométricas que se suceden con leves matices, que se deconstruyen en planos suspendidos o que se manifiestan en diversas posiciones sobre el espacio. Este conjunto de trabajos recibió el nombre de Pintura ambiental. El artista luego profundizó este camino adentrándose en la astronomía y en la física cuántica dando lugar a las series Orden implicado e Imágenes imposibles, donde apuntó a representar partículas subatómicas mediante técnicas pictóricas antiguas. En ellas se planteó las nociones de lo visible y lo invisible. Conviven en este sector Mueble de madera y alfombra y tres objetos confeccionados en madera en el año 2016.  El contraste es notable a simple vista, sea por el salto temporal entre las obras, por el material utilizado o por su peso expositivo en la sala. Sin embargo, en estas últimas hay una continuidad que radica en la relevancia de lo geométrico y en las asociaciones cromáticas.
 
La última sección dedicada a Ballesteros se remonta hasta sus orígenes en el arte. Aquí se exhiben en una vitrina ilustraciones de las historias de su personaje Vito Ver, semilla de gran parte de lo que es posible encontrar alrededor. Estas ilustraciones, concisas y sugestivas en lo que hacen a sus relatos, resultan  exquisitas en su tratamiento plástico. De allí, sus viñetas saltan al gran formato pictórico hasta convertirlas, en algunos casos, en fracciones abstractas, en otros, en cambio, en silenciosos microrrelatos o, inclusive, en una populosa escena erótico veraniega. En medio de la sala, como una especie de guiño generacional, se distribuyen cinco carritos que subrayan un clima lúdico. Estos objetos guardan formas geométricas disímiles en su estructura, no así en el color, donde se muestran homogéneas. Las referencias juveniles continúan en una vitrina donde se aloja un frágil avión de aeromodelismo acompañada del video de una performance donde el artista arroja este artefacto en un espacio expositivo y sigue la levedad de su trayectoria entre el público presente.
 
Como indica Rodrigo Alonso en el texto curatorial, el trabajo de Ernesto Ballesteros escapa a todo tipo de clasificación estética, temática, formal o conceptual. De allí que no existe un Ballesteros químicamente puro. Debido a esto, su obra posee una singularidad poco común en el panorama del arte argentino.
 
Babel, la exposición dedicada a Roberto Aizenberg (1928) se centra en las torres, uno de los motivos recurrentes de este artista, cuya obra alguna vez fuera definida por el poeta y crítico Aldo Pellegrini como “una curiosa palpitación que, aunque apartada de la vida común, refleja la sorprendente vitalidad de lo visionario.”  Su interés por estas estructuras se remonta a 1950 cuando realiza la primera de ellas después de un fugaz paso por la carrera de arquitectura. Para Aizenberg “las torres representan, sobre todo, esa Torre de Babel que es la vida misma”.  En la sala se exhiben nueve pinturas en total que recorren tres décadas de producción junto con material de archivo que incluye fotografías, bocetos y una carta escrita durante su exilio en París durante la última dictadura. Una de las pinturas, la primera que puede observarse al ingresar a la sala, muestra a dos pequeños personajes observando una inmensa construcción. La escena, atemporal y de raíz metafísica se encuentra enmarcada por una ventana y crea la ilusión de una identificación del espectador con el personaje cuya mirada es guiada hacia la torre.
 
Una noción suele reiterarse en cuanto texto se haya escrito acerca de las imágenes de este artista y puede percibirse en Babel: silencio. El silencio en ellas tiene una cualidad paradójica, entabla diálogos con quienes las contemplan. Se trata de un diálogo cómplice, intransferible y a la vez capaz de ser reconocido por otros que hayan atravesado esa experiencia. Esta exposición constituye una verdadera oportunidad para ampliar este contrato, en especial con quienes se acercan por primera vez a Aizenberg.
 
Si las imágenes anteriormente referidas gozan del orden, la simetría y del sigilo, las de Stella Ticera (1999) establecen un contrapunto beneficioso con ellas y en forma adicional con el eclecticismo de las de Ballesteros que induce al visitante a sumergirse en un universo frenético, caótico y magníficamente gestual donde el sentido de las dimensiones queda absorbido por interrogantes de difícil o inutil respuesta. En estos dibujos realizados en tinta china y lápiz se pueden observar líneas quebradizas, angulares, círculos suspendidos, unas pocas superficies lisas y un poderoso magma de tramas que parece amenazar con desbordar todo. Así como en algunos organismos, conviven aquí a la vez lo simple y lo complejo.
 
Las tres exposiciones significan una aproximación a poéticas representativas diversas, en un caso del arte moderno y en las dos restantes del arte contemporáneo de nuestro país. Esta alianza provisoria entre miradas epocales enteramente identificables permite, en conjunto, sondear aspectos vinculados a intersecciones posibles así como contrates contundentes.
 
MACBA: Av. San Juan 328, Ciudad Autónoma de Buenos Aires
Hasta el 2 de marzo de 2025

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