Nota publicada online
Un tesoro exuberante de oro, plata, nuevos alimentos y materias primas. Eso contenía el territorio americano según la leyenda de El dorado. Un muestra que reúne piezas históricas y obras contemporáneas revisa ese mito en una exposición.
A través de obras de arte contemporáneas e históricas de distintos países, un recorrido que explora la historia de El dorado como mito fundacional de América y como metáfora de la identidad en constante cambio del continente. Eso es en apretadísima síntesis la exposición El dorado. Un territorio, que desde hace días puede visitarse en la Fundación Proa. La muestra sobre el mito que comenzó con un viaje es en sí misma un viaje por la leyenda que, en su momento, hizo de América un destino codiciado por conquistadores y aventureros europeos y durante siglos alentó todo tipo de fantasías -en parte sustentadas en realidades- que con frecuencia derivaron en acciones de expansión, episodios de violencia y dominación.
La muestra en La Boca es la primera de tres exposiciones sucesivas y un proyecto conjunto de tres instituciones -Fundación Proa, Americas Society y el Museo Amparo de Puebla, México- que se reunieron entre 2021 y 2022 para investigar y profundizar en la problemática del mito de El dorado y su vigencia en el territorio americano. A esa investigación se sumó un seminario de especialistas coordinado por el profesor Edward Sullivan - profesor emérito de Historia del Arte en la Universidad de Nueva York- que contó con profesionales especializados de todo el continente, ofreciendo un banco de imágenes y obras que construyó un archivo documental. “La leyenda de El dorado -señala Sullivan- estimuló la imaginación de las poblaciones indígenas, de los colonizadores y, más tarde, de artistas, cineastas, novelistas y biógrafos. La producción de libros, películas, pinturas y todo tipo de objetos relacionados con esta historia continúa hasta hoy”. Una mínima parte de esa prolífica producción se puede apreciar en la exposición de Proa.
“Decidimos hacer 3 exposiciones distintas dadas las diferentes regiones y complejidades que tiene cada circunstancia histórica en relación con El dorado -explicó Adriana Rozenberg, curadora y directora de Proa en un recorrido por la muestra-. Nosotros elegimos partir desde el punto cero, es decir, desde el territorio, y decidimos trabajar con algunas piezas que citen un poco la problemática histórica y tomar las materias primas encontradas en América con las que trabajan muchísimos artistas en sus obras contemporáneas”. Son alrededor de treinta los artistas latinoamericanos que presentan sus obras en la exhibición.
En la primera sala el visitante se encuentra con la videoinstalación “Patrón mono”, de la colombiana Carolina Caycedo, que en las noches de septiembre pasado se exhibió espectacularmente entre publicidades en las pantallas de Times Square, en Nueva York. Son imágenes del río Cauca, uno de los más importantes de Colombia, que aluden a la extracción artesanal de oro que realizan en él las comunidades del norte de Antioquia. En esa sala inicial se exhibe también “El espejito dorado”, una gran balsa de Clorindo Testa, en diálogo con “Huevo de oro”, un barquito de Víctor Grippo que esconde un pequeño huevo de oro sólo visible a través de un espejo incluido en la obra. Ambas obras -lo mismo que otra de Leopoldo Mahler exhibida en otra sala- fueron parte de la recordada muestra “El Dorado” que el Grupo CayC presentó en 1990 en la Galería Ruth Benzacar.
En ese grupo inicial de obras está también “Turismo / El Dorado”, un conjunto de 50 dibujos del artista conceptual peruano Fernando Bryce, que venden la idea de El dorado como destino turístico.
La segunda sala es monocromática, de un dorado visualmente muy impactante. “Aquí el mito de El dorado está trabajado en sus significados metafóricos como color, como materia, como religiosidad, en el cuerpo”, explica Rosenberg y señala como ejemplo las obras de artistas que abordaron el tema ligado a lo introspectivo y la religiosidad: cuatro piezas del mexicano Mathias Goeritz, tres del también mexicano Stefan Brüggemann, una de la colombiana Olga de Amaral y una obra textil de la brasileña Leda Catunda que dialoga con dos extraordinarias piezas históricas pertenecientes a la colección del Museo Fernández Blanco: una prenda textil bordada en oro que usaban autoridades eclesiásticas del siglo XIX y otra del siglo XVIII. La sala se completa con otra pieza anónima religiosa del siglo XVIII y una instalación aérea de papelitos dorados de la brasileña Laura Vinci que cuelga del techo.
En la sala siguiente la muestra deriva -después de pasar por la idea del viaje y los ríos, después de pasar por el dorado como forma metafórica de la leyenda- hacia el territorio. Y se ocupa de las otras riquezas del nuevo continente “descubiertas” y codiciadas por los europeos: el cacao, la papa, el tomate, el maíz, la cochinilla, el caucho, la plata. Y allí el espectador se encuentra con la instalación “Habla la tierra. Territorio posible”, que Teresa Pereda viene realizando desde 1993, recogiendo e intercambiando tierra con personas de distintos lugares de América. Sobre una mesa cubierta con una impresión digital sobre vinilo que representa un mapa, se disponen montoncitos de tierra en forma de cono, de distintos colores y texturas. “Es como una mesa de reciprocidad -dice la artista durante la recorrida de prensa-. Donde llevo a cabo un hoyo lo completamos luego con tierras de procedencias que yo llevo. Ese intercambio ha producido en 30 años de trabajo un acopio de tierra que simbólicamente representa al continente. El descubrimiento fue una tierra nueva, un continente entero con todo lo que implicó: sus materias primas, su gente y toda la historia que se generó en ese encuentro y desencuentro”.
Hay otras obras memorables en esta tercera sala. Por ejemplo, “Moscas”, una instalación del boliviano Andrés Bedoya que distribuye cientos de moscas realizadas en plata en una de las paredes. También tres delicadas piezas del colombiano Santiago Montoya. Una es un grabado de chocolate sobre mármol y otras dos, pequeñas esculturas de chocolate y hojilla de oro. Bedoya, también presente en la recorrida, relata que el cacao era usado en lo que hoy es Colombia por los indígenas como moneda y hasta se falsificaba con arcilla granos de cacao.
La exhibición se cierra en la sala 4, donde entre otras obras se exhibe la emblemática mesa colmada de papas de Víctor Grippo “Naturalizar al hombre, humanizar a la naturaleza”. También una papa a gran escala (90 x 100 x 250 cm) del colombiano Iván Argote cubierta de láminas de oro. Fue especialmente emotivo en la recorrida el relato que hizo de su obra el artista guatemalteco Benvenuto Chavajay, que exhibe por primera vez “Elote de balas”, cuatro mazorcas de maíz recubiertas de balas doradas. La pieza, señaló, es un acto de memoria de la guerra entre el ejército y la guerrilla entre 1960 y 1996, período en el que perdieron la vida más de 250.000 guatemaltecos.
“Desde el Popol Vu, los indígenas (Chavajay es maya) somos hombres de maíz. En la guerra yo era un niño. Desde que se firmó la paz en 1996, muchos de quienes combatieron en esa guerra lamentablemente usan las balas con orgullo como un adorno personal”.
La última obra, la que cierra la muestra, es una foto de la famosísima obra de Marta Minujín “Pago de la deuda externa argentina a Andy Warhol”, de 1985. Y la obra es además recreada con una instalación participativa, que invita a los espectadores a re-actuar la performance de los dos artistas y llevarse una selfie de recuerdo.
El dorado. Un territorio puede vistarse hasta agosto en Fundación Proa, Av. Pedro de Mendoza 1929, de miércoles a domingos de 12 a 19. Entrada general, $500.