Nota publicada online
Recorrimos con mucha atención la nueva edición del premio de fotografía que se robustece en un recorrido virtuoso y es una iniciativa de un grupo inusual como es la Asociación de Amigos del Museo Emilio Caraffa de Córdoba junto con el Museo Emilio Caraffa y la Agencia Córdoba Cultura.
A los manifiestos aportes sobre la fotografía contemporánea y lo que este corpus de producción viene exhibiendo, la posibilidad de sostener un premio es una pregunta que uno de los jurados del VI Premio de Fotografía Contemporánea, el reconocido Gabriel Valansi, intenta en su texto definir con un argumento sugerente: “Un premio de arte es un premio a la resistencia romántica de una clase de sensibilidad que no quiere sucumbir”. Es precisamente por ese acuerdo sensible que aún, frente a la infinita posibilidad de consumir imágenes o producirlas y compartirlas, podemos detener la mirada y disfrutar de los mundos que se abren cuando tenemos una buena foto delante. Es que el medio fotográfico no para de crecer y perdurar, manteniendo casi toda esa evolución de producción activa, y es algo distinguible en las salas que recorrimos en el Museo Caraffa justo el último día de exhibición.
Desde 2008, fecha en que se instauró con una frecuencia bianual, las acciones de AAMEC y sus socios lograron que se mapeara de un modo concreto un elenco de reconocidos y nuevos artistas que trabajan desde una enorme pluralidad de soportes, constatando que el estímulo de un premio sigue siendo una expectativa razonable, sobre todo si está consolidado como este. Artistas como Marcos López, Esteban Pastorino, Santiago Porter, Gustavo Silvetti o Nuna Mangiante, recibieron el mismo en distintas ediciones, bajo el mecanismo de que la obra premiada pasa a formar parte del acervo del museo, principalmente el Caraffa aunque otras instituciones cordobesas también han recibido no sólo los premiados sino alguna compra especial que la propia asociación hizo para donarlos. Una iniciativa virtuosa, de buena gestión y muy valorable.
Frente a esa gran sala casi en V del espacio contemporáneo del museo, una interesante distribución permitía ver una serie de puntos fuertes, equilibrios de formatos, despliegues varios y soportes tradicionales. El Primer Premio se otorgó a Marcos Goymil (Arrecifes, 1976) por su obra sin título de la serie “La métrica y la lágrima”, que combina de una manera poética dos universos diferenciales, uno externo, paisaje completamente aislado, producto de un viaje por la precordillera que, por el uso tan equilibrado de tonos grises, consigue llevarnos muy dentro de esa lejanía; contrapuesto al artefacto cercano de un entorno íntimo donde la belleza descansa en una de las formas pulidas del diseño contemporáneo. Un contrapunto interesante con manifiesta solidez técnica.
En esta edición, se entregaron dos Segundos Premios, uno a Karin Idelson (BA, 1978) por “El tiro federal #2” una serie de fotos que retrata las superficies de polyfan utilizadas como blanco y atravesadas por disparos en el Tiro Federal Argentino. Las huellas de esos impactos, ya sin ninguna atribución sonora, dejan en la superficie plana un singular y aleatorio paisaje de práctica de tiro y sus implicancias en nuestra cotidianeidad, pero se presentan como una abstracción sugerente. El otro fue para Néstor Crovetto (BA, 1952) por un dueto de la serie “Fuera de lugar: Desfase” y “Prospecto” donde con un equilibrado uso del color logra definir un canon de situaciones diversas que la palabra del título induce a pensarlos, tanto como sitio de posibilidades o de ese grupo de orientales que posa sin posar en una locación distante.
Las menciones del jurado fueron para Florencia Blanco (Montpellier, Francia, 1971, reside en BA) por “Salón de fiestas andino #1” con una majestuosa calidad casi táctil de un decorado y colorido salón de fiestas que se encuentra vacío con todo el esplendor de la ausencia. Y para Azul Cooper (Córdoba, 1980) y María Storni (Bahía Blanca, 1984) por su obra conjunta sin título, de la serie “Qué hubiera sido”, donde dos mujeres jóvenes son retratadas en situaciones sugerentes, mirando directamente al espectador en dos entornos contrapuestos de exterior e interior, de una belleza que no descansa sólo en los cuerpos sino en la curiosa disposición de los elementos y la fuerza desafiante del gesto. Resultó destacada especialmente la obra de Lihuel González (BA, 1986) Querido Museo / Dear Museum, registro de una acción realizada en mayo de 2018 en NY, donde la artista cuestiona la nomencaltura de Americano para artistas estadounidenses, presentando en mano una carta dirigida a los directores de cinco museos, que se despliega en tres partes: los registros de recibo y la carta en sí, ensamblados por una foto de mayor tamaño donde descubrimos la mirada curiosa de una receptora.
Variada y valiosa, la selección del jurado integrado por Carina Cagnolo, Fernando Farina y Gabriel Valansi seleccionó 39 artistas con variadas trayectorias y un tono casi prevalentemente acromático.