Nota publicada online
La artista y el arquitecto se incorporaron hace semanas a la Academia Nacional de Bellas Artes. A fines de noviembre se les sumará la colega Graciela Hasper. Matilde Marín, presidenta de la ANBA explica los pormenores de los nuevos ingresos y detalla un intenso programa de actividades.
Durante varios años, Carola Zech trabajó en un proyecto en el que relacionaba los conceptos de color y magnetismo. “Pienso y veo los colores como imanes que atraviesan el espacio. Cuando dos formas se atraen, se unen visualmente”. No es extraño entonces que Color, magnetismo y azar haya sido el título de la disertación de Zech en el acto que a fines del mes pasado consagró su incorporación a la Academia Nacional de Bellas Artes junto con el arquitecto Mederico Faivre, quien disertó acerca de Reflexiones sobre la belleza actual de la arquitectura.
A las incorporaciones como académicos de número en 2022 se sumarán a fines de noviembre próximo otra artista que hace del color la sustancia de su arte, Graciela Hasper, y un músico, Carlos López Puccio, de brillante trayectoria como director coral pero conocido en la Argentina y en el mundo sobre todo por su participación en el grupo Les Luthiers.
El ingreso de nuevos académicos a la institución fundada en 1936 por un grupo de intelectuales y el gobierno nacional, que se sumó a las ya entonces existentes academias de Historia, de Letras, y de Medicina, se produce luego de un proceso exigente cuyo resultado no siempre es el esperado por el aspirante. Los primeros sitiales conservan los nombres de figuras como Emilio Pettoruti o Julio Payró. A medida que se producen vacantes en general por fallecimiento, los académicos de número van presentando a otros y cada caso es considerado concienzudamente. Cada curriculum es estudiado por dos plenarios que deciden si se acepta o no el ingreso.
Matilde Marín, académica de número desde 2007 y presidenta elegida para el trienio 2022-2024, explica en estos términos cuáles son las características que debe tener un artista para ser admitido en el institución: “Tiene que haberse destacado en su profesión -ya sea música, diseño, arquitectura, artes visuales, historia y crítica de arte- y haber hecho labores académicas. Un artista que se dedica solo a vender obra no es elegible. Pero sí alguien como Carola, que enseña, que ha generado grupos de investigación, que ella misma es investigadora y ha tenido una actividad docente y académica en la UNA. También es el caso de Hasper, que además de ser una artista geométrica, es una luchadora del género y está muy involucrada en un movimiento muy actual y transformador”.
Esas características, en cada caso, les dan el perfil para ocupar un sitial junto a otros artistas que lo tienen desde hace años, como Eduardo Medici, Juan Travnik, Graciela Taquini, José Marchi, Diana Dowek, Gracia Cutuli y la misma Matilde Marín. A esos nombres, en el área de las artes visuales se suman los de historiadoras e investigadoras como Elena Oliveras, Laura Malosetti Costa y Andrea Giunta y el de José Emilio Burucúa. “Además de muy buena obra, -explica Marín- los artistas que se incorporan a la Academia deben tener profundidad reflexiva sobre su trabajo, producir pensamiento alrededor de lo que hacen y tener capacidad para participar activamente en las conversaciones y discusiones que se dan en los plenarios”. Inmediatamente, la presidenta de la Academia relata cómo se dio el caso específico de Zech: “Un académico puede presentar a otro...Teníamos un académico de número, Bastón Díaz, atravesando una situación familiar que le insume mucho tiempo y dedicación, por lo que pidió si lo podíamos pasar a emérito y sugirió que su sitial fuera otorgado a Carola, que tiene una trayectoria muy destacada como artista y como pensadora. Su trabajo es único en la Argentina, yo creo que de algún modo que ella le otorga poesía a su obra geométrica. La Academia -agrega- estudió su actividad, resolvió incorporarla y estamos todos muy contentos. A Hasper la presentó Sergio Baur -historiador y gestor cultural- y él será en noviembre quien le dé la bienvenida”.
Ambas artistas harán su aporte entonces a la intensa actividad de la Academia: además de administrar por legado la Fundación Trabucco y la Fundación Klemm; editar la revista Temas y numerosas publicaciones; otorgar y gestionar becas en artes plásticas, música y arquitectura; editar la Historia General del Arte (está por iniciar el período histórico 2000-2020); organizar los premios Trabucco, Klemm y Ayerza de fotografía joven, la ANBA realiza un valioso trabajo de conservación de documentación y archivo, un área lamentablemente descuidada en la Argentina. “El fondo documental es el tesoro de la Academia Nacional de Bellas Artes”, dice Marín. Se trata de un acervo artístico construido a través de los años gracias al aporte de sus miembros y personalidades de la cultura que permanentemente realizan donaciones y legados de libros, obras de arte, colecciones y publicaciones. Por ejemplo, la biblioteca Horacio Butler. Fue uno de los primeros académicos y la donó para iniciar la bliblioteca de la Academia, que hoy tiene 26.000 volúmenes.
“También tenemos -dice Marín. el legado de la Asociación de Acuarelistas de principios de siglo; el Archivo Rivera, el historiador que fue director del Museo de Bellas Artes, que se está trabajando. Ahora ganamos un premio de Fundación Williams y Bunge & Born para abrir el archivo González Garaño, que es impactante: tiene, por ejemplo, cartas de Le Corbusier. Estamos recién ahora formando equipos para trabajar archivos que son muy delicados y hay que abrirlos, digitalizar todo... Tenemos todo el legado fotográfico de gauchos de Francisco Ayerza, único en el país. El fondo documental es muy grande. Es todo un mundo, es mucho”. Lo dice con orgullo.