Nota publicada online
El espacio del museo municipal de la ciudad balnearia recibe a tres mujeres relacionadas a la escultura contemporánea con abordajes distintos: una local que oficia de anfitriona y dos notables invitadas.
Es interesante que el Museo Municipal de Arte Juan Carlos Castagnino de Mar del Plata abra sus puertas en verano con una muestra de gestión local, pues habitualmente se reciben las exhibiciones que van rotando por el país, lo que constituye un primer destaque. El segundo es que la anfitriona marplatense de reconocida trayectoria, Jorgelina Galicer, fue también directora de este mismo museo y referente local de una zaga que duró un tiempo y luego no pudo ser reeditada. Se trataba del Encuentro de Escultores que renovaba la presencia de los mismos en una ciudad que tiene una piedra local, la llamada Piedra Mar del Plata, una especie de cuarzo muy dura y difícil de domesticar, que era trabajada al aire libre en el paseo costero. Lograba conectar una actividad con el gran público que no tiene acceso pues está reservada al taller del artista. Y tanto las herramientas especiales con que se modificaba lentamente una roca, como el trabajo específico que se hacía sobre la misma hasta lograr la forma deseada, eran un espectáculo aparte para la gente que durante unos días los veía trabajar. Fue un gran proyecto y algunas de esas piezas aún pueden verse en la Diagonal Pueyrredón de la ciudad balnearia, alineadas sobre una plataforma en la plazoleta central.
Galicer fue quien gestionó el museo y las artistas Paulina Webb y Claudia Aranovich, quienes han hecho algunos proyectos juntas, se sumaron para crear un diálogo y ocupar la planta baja y el segundo piso, ambos destinados a las exhibiciones temporarias. El resultado es una gran conversación entre estilos, técnicas y proyectos diferentes, todos singulares donde no falta el color ni los materiales diversificados. El título Háptica surgió, según cuenta Aranovich, por asociación, pues el significado apela al conjunto de percepciones táctiles, visuales y auditivas que se condensan en una sinergia atractiva, es un plus que se descubre en cuanto se deambula por las salas. Es que las obras tienen mucho colorido como en el caso de Galicer, pero también cantidad de texturas rugosas como en Aranovich o calidades ensambladas de materiales diversos que unen madera con metal como en Paulina Webb. Las condiciones expresivas de lo que cada una de ellas desean demostrar en sus producciones logra sorprender porque, como se percibe en las fotos aquí reproducidas, han establecido una convivencia bien lograda de presencias que pueden reconocerse con el sello personal de cada artista. Como la mayoría de las tres conservan su veta docente, han programado una serie de encuentros abiertos donde las artistas cuentan sus procesos creativos en conversaciones que se abren a las preguntas de los presentes, un plus valioso para una visita al museo.
Aranovich tiene, en el segundo piso, una sala para sus obras lumínicas que deben estar dentro de un ambiente acondicionado para lograr su máxima expresión. Transformar las rugosidades de la resina con que habitualmente se expresa Claudia, para definirlas aún más desde el interior por una proyección que atestigua la concavidad de las mismas, forma parte de un proyecto que les agrega una cierta movilidad a las piezas quietas. Jugando siempre con esas asociaciones tanto con el mundo natural como el industrial en una indagación donde se incorporan incluso partes rescatadas o de deshecho. Un plan similar sigue Paulina Webb, quien usa materiales adquiribles en serie, pero incorpora la pintura en capas sucesivas de color que van confiriendo unas texturas muy particulares a las superficies planas de las piezas que se ensamblan. Son obras donde se vislumbra tanto un plano que remite tanto a las formas artificiales como a las orgánicas, con detalles donde el brillo aparece asociado al metal para contrastar con la opacidad de las formas coloreadas.
En el caso de las obras de Jorgelina Galicier hay un universo de juego que se expresa mediante la manipulación de los círculos concéntricos para crear yoyos, atractivos por el esplendor del color y la cualidad de la superficie perfectamente acabada. También del juego de modulación del papel para lograr esos planos que logran crear un avioncito de poca autonomía de vuelo, hechos con metales de impecable terminación, muy eficaces en su resolución.
Es verdad que toda la muestra se ajusta muy bien al término elegido en el título, pues las obras estimulan a percibir tanto las sensaciones que derivan de lo táctil como aquellas que saltan a la vista. Imperdible para quienes pasen por Mar del Plata y abierta al público hasta el 26 de febrero.