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Sergio Payares inscribe su obra dentro de las decontrucciones más posmodernas de la pintura cubana de las últimas generaciones. Su planteamiento fundamental apunta a una metafísica del espacio y del ser en la que prevalece el cuerpo como fragmento y metáfora del hombre contemporáneo. Seres fragmentarios, diseminados en forma de pequeñas cabecillas, diminutas piernas, ínfimos brazos, silueteados apenas por una estilizada línea negra, diseñan rituales danzas y mágicos encuentros. A través de estas peculiares figuraciones, Payares rehace el universo de lo humano y construye un discurso del hombre.
Es su manera de ver el mundo; una personal visión de una mítica sociedad humana donde todos los seres se dan para sí mismos y para otros. Semejando un nido de pequeñas hormiguillas, las cabecillas, manitas y bracillos forman un compacto conjunto dinámicamente unido a través de una febril actividad interconectada.
Cabecillas, brazos, manos y piernas se mezclan con otros símbolos, como el barco, la palmera, la luna o gigantescas construcciones arquitectónicas, que semejan paisajes o ciudades de este vivo territorio de entrecruzamientos.
Los cuadros despliegan a un hombre antropológico inserto en una imaginaria y ancestral comunidad como entorno.
Todos los elementos apuntan a una gran metáfora, la comunicación - el encuentro, como eje social de una ideal de convivencia comunitaria. Sin caer en mesianismos fáciles ni en romanticismos fuera de contexto, Payares se interroga ontológicamente sobre la condición humana y su virtual potencialidad.
Estos seres metaforizan al hombre ideal; un ser de lo posible, un humano potencial, que yace en la base de todo humanismo. Su postura es un replanteamiento ideológico de la condición contemporánea.
El espacio es monumental, dominado por fuertes líneas gráficas entrecruzadas, que generan grandes fuerzas tensionales, a través de profusas redes en estructuras compositivas.
En cada cuadro hay rítmicos recorridos lineales entreverados en las complejas y ricas mallas de líneas rectas que atraviesan el espacio pictórico y producen una definitoria contundencia visual. Esta es una da las fuerzas visuales de la obra. La linealidad compositiva sobre el espacio minimalista, vacío y neutro.
Payares elige como estética creativa la simplicidad gráfica y el valor vital del trazado; trabaja su obra utilizando una gran economía de medios; sintetiza al máximo las figuras hasta dejar sólo su esencia básica, sin usar subterfugios ni detalles anatómicos.
Los fondos son de colores claros básicos, dominados por sutiles transparencias aéreas, que van de los verdes acuáticos hasta los amarillentos y grisáceos.
Son paisajes imaginarios, que semejan vastos territorios vacíos y brumosos donde se afianza mayormente el sentido primigenio de estos seres imaginarios.
En la obra "Triángulo Uno" (2002), seis líneas horizontales forman el plano mayor compositivo; sobre ellas se alinean tres cabezas ordenadas por un triángulo; la cabeza superior, de perfil, proyecta desde sus ojos una línea sagital a manera de energía de la mirada; las cabezas de la base sólo muestran su parte posterior, sin develar ninguna prosaica psicología; las tres cabezas masculinas aparecen como presencias fracturadas que se implantan en un blanco universo cósmico.
¿Acaso reflexiones de un sí mismo en tres tiempos? ¿Acaso espejos masculinos multiplicados en diferentes reflejos? En todo caso, Payares consolida aquí su firme poética metafísica del hombre. En la obra "Tiempo frente a frente", dos figuras ancestrales casi idénticas, sin brazos y de piernas estilizadas, posan simétricas una frente a la otra sobre un espacio neutro; en el medio, una palmera como único elemento natural, el cual media entre estos dos seres de intensos encuentros.
En la parte de abajo, múltiples barcos de guerra, carros y una pierna, definen el vibrátil movimiento que se desenvuelve ajeno a estos dos seres arrobados ante su alter ego o su espejo narcisista.
En la obra "Camino de paso doble" encontramos una inmensa cabeza cuyo rostro ha sido borrado por un brumoso negro, eliminando todo detalle de las facciones.
De ese rostro masculino, sin definiciones ni emociones, surge una malla de tensionales hilos organizados en formas piramidales, en cuyos extremos penden pequeñas y delicadas piernas femeninas silueteadas, a la manera de pendientes o crucifijos.
Hay una tácita alusión a lo masculino-femenino entrecruzándose a través de los dos signos polares, la cabeza masculina, las piernas femeninas. Muchas lecturas se desprenden de las ricas recomposiciones figurativas que Payares realiza en sus diferentes obras. Sin embargo, en todas ellas hay constantes que deslindan dos preocupaciones del artista: el signo humano y el encuentro entre lo masculino -femenino.
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