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La fotografía como medio expresivo, como soporte y como plataforma reflexiva está viviendo en el mundo un momento de resurgimiento y reinstalación. A las viejas y clásicas reflexiones se suman otras nuevas, que incorporan cuestiones tecnológicas pero que no evaden pensar un poco más allá; sobre la dimensión social de la fotografía y sobre su despliegue y desarrollo dentro del universo del arte contemporáneo en general.
En este contexto, una muestra de las características de CO-CREAR en Fotografía adquiere un sentido mayor y habilita, además del placer estético, algunas discusiones conceptuales.
Tratándose del resultado del trabajo en un taller, que reúne obra de 22 artistas y que es producto del tiempo transcurrido y del trabajo conjunto realizado, surge una pregunta ineludible. ¿Cómo convertir el íntimo acto del disparo de una máquina en un hecho colectivo?
La fotografía como medio expresivo, como soporte y como plataforma reflexiva está viviendo en el mundo un momento de resurgimiento y reinstalación. A las tradicionales reflexiones se suman ahora otras nuevas, que incorporan cuestiones tecnológicas pero que no evaden pensar un poco más allá; sobre la dimensión social de la fotografía y sobre su despliegue y desarrollo dentro del universo del arte contemporáneo en general.
En este contexto, una muestra de las características de CO-CREAR en Fotografía adquiere un sentido mayor y habilita, además del placer estético, algunas discusiones conceptuales.
Tratándose del resultado del trabajo en un taller, que reúne obra de 22 artistas y que es el fruto de mucho tiempo transcurrido y de mucho trabajo conjunto realizado, surge una pregunta ineludible. ¿Cómo convertir el íntimo acto del disparo de una máquina en un hecho colectivo?
Es a partir de esta inicial interrogación que comienzan a desplegarse las diferentes capas estéticas y de sentido que caben en esta exposición. El primer destaque tiene que ver con la posibilidad de colaboración de un grupo de artistas muy distintos entre sí y que se encuentran, además, en puntos diferentes y asimétricos de sus recorridos.. En el grupo hay creadores que ya han tenido muestras individuales y otros que están dando sus primeros pasos, y eso no ha impedido que el resultado visual sea impecable. El trabajo realizado durante el año, que incluye ejercicios, críticas cruzadas y juegos visuales condensa en realidad tiempo y espacio y lo convierte en una acción visual.
El proceso de trabajo colaborativo, afortunadamente, no se agota en la producción fotográfica y se extiende, incorporando a la galería, al proceso de montaje. La manera en que el grupo resolvió presentar la muestra y la constelación de obras es muy interesante.
El esquema tentacular permite sacar a las fotografías de su clásica ubicación en la pared, ganar espacialidad y convertir al conjunto de obras en una suerte de instalación. La disposición de las 40 fotos, colocadas juntas unas con otras formando una imagen bifaz, es también un riesgo que salió bien. Más allá de las diferencias en los registros, en las texturas y hasta en las temáticas, la prueba fue superada con creces y el resultado logra un efecto de inmersión sumamente interesante y amable para el visitante.
Que una galería como Del Infinito, que representa a artistas de gran trayectoria, se abra a experiencias de este tipo es muy importante. En la nueva configuración de los circuitos del arte, el rol de los espacios de exposición está en constante evolución y la capacidad de experimentación es indispensable. Asumir el riesgo de mostrar este tipo de producciones, con este tipo de montaje, esta temporalidad y este compromiso coloca a la galería en un lugar de apertura
Todo parece volver al inicio, al punto central de la colaboración. La posibilidad que el grupo de artistas tuvo de trabajar con la orientación y guía de Vivian Galban, más el interés de la galería, dan al espectador la posibilidad de terminar el año con una experiencia visual singular, potente y plural.