Curada por Diana Wechsler, la exposición incluye el trabajo de más de 70 de nuestros artistas modernos y contemporáneos quienes, en un recorrido por 5 salas, reflejan la rica y compleja historia del arte argentino desarrollada entre profundas crisis institucionales y sociales. El foco del debate es la cultura de la memoria y la búsqueda de identidad a partir de los inicios del siglo veinte.

El recorrido se inicia con “Cajas para pensar”. La obra de Graciela Sacco, M2 -una caja realizada con tensores metálicos que delimitan el afuera con el adentro- nos habla del espacio vital, ese espacio que nos pertenece, que nos conecta con nuestro propio yo y nos diferencia del otro. De Mariano Sardón se exhibe su Libro de arena, una caja de vidrio llena de este material en la que, al interponer la mano del espectador entre ella y la luz que la ilumina, se devela el secreto y aparecen textos de Borges en distintas tipografías y colores. Una experiencia estética que habla de la fragmentación contemporánea. La obra de Teresa Pereda, Una caja para soñar una patria posible, -con tierra de las distintas regiones- sufrió un accidente durante el montaje que le imposibilitó cumplir el sueño para la que fue creada.

A lo largo de la muestra, cada artista a través de su lenguaje nos ubica frente a un tema muy propio: el espacio; el conmovedor reto de la inmensidad y el infinito, esa línea de horizonte de la pampa inmensa e inconmensurable que modela nuestra identidad. Dan testimonio de ello los videos de Silvia Rivas, Carlos Trilnick, Matilde Marín, Teresa Pereda, las fotos panorámicas de Esteban Pastorino así como el El Naufragio de los hombres la impactante obra que Charly Nijensohn realizó en el Salar de Uyuni, en Bolivia, y que se exhibe como única pieza en una sala.

El espacio es “conquistado” por distintas y sutiles miradas: los trabajos fotográficos de Leonel Luna y Res, lo hacen apropiándose de la iconografía de indios, malones y avanzadas del ejército sobre el desierto, y revelan un pasado y un presente con tristes coincidencias; Juan Doffo conquista el entorno rural de su Mechita natal con sus mágicos rituales performáticos. Tomás Saraceno lo conquista con una importante instalación de vidrios suspendidos y tensados en un rincón de la sala.

La ciudad como espacio es conquistado por las fotografías del Buenos Aires de los años 30 de Horacio Coppola, la ciudad voladora de Xul Solar y las metafísicas torres de Roberto Aizenberg que se contraponen a las violentas arquitecturas de Diana Dowek que revelan un escenario muy cercano a un campo de concentración.

Los artistas concretos, Tomás Maldonado, Enio Iommi, Raúl Lozza y Alfredo Hlito, conquistan el espacio plástico para la reflexión y los modos de representación instituidos para proclamar su “invención”. Las obras de León Ferrari, Miguel Rothschild, Marta Minujín y Horacio Zabala conquistan el espacio político; mientras que las obras de Cesar Paternosto, Alejandro Puente, Adolfo Nigro, y los totems de Hernán Dompé y María Juana Heras Velasco, conquistan el espacio originario. Las vanguardias abstractas de Emilio Pettoruti, Juan del Prete y Yente se contraponen a las vertientes figurativas de Antonio Berni y Luis Felipe Noé. Y, todos ellos conquistan al espectador.

Cuidados detalles de la curaduría, como la sombra del móvil de Gyula Kosice proyectada sobre la obra de Víctor Magariños, reflejan claramente nuestra identidad. Realidad y Utopía da testimonio de 200 años de historia del arte argentino a pesar de ciertas inevitables limitaciones a la hora de seleccionar la obra.

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Hasta el 14 de noviembre
Akademie der Künste, Berlín