Nota publicada online
Andrés Aizicovich, Diego Dubatti, Sergio Lamanna, Donjo León, Hernán Soriano y Juan Sorrentino evocan saberes y sensibilidades que se contraponen a los que rigen el presente en Arthaus con curaduría de Gabriela Vicente Irrazabal y María Teresa Constantin.
Si como es de suponer, nuestras percepciones y sensibilidades están modeladas por la tecnología de nuestra época, parte de ese amplio espectro que no es reclamado pasa a formar parte de una reserva nebulosa. No obstante, al conectar a través de algún tipo de umbral el mundo cotidiano con otro que se ha desviado de los marcos que constituyen su régimen, el enrarecimiento y desnaturalización de la realidad consecuentes activarán todo aquello que se encontraba anestesiado.
Tal ejercicio de especulación la puede brindar una experiencia estética como la que propone La memoria de los materiales, donde un conjunto de instrumentos musicales informales, máquinas inauditas y artificios ensoñados evocan el potencial velado de los saberes extraviados en el tiempo, la vitalidad afectiva de las texturas de los materiales nobles o industriales en desuso y el trabajo manual aplicado a fines no productivos.
Fuga, una máquina alada de Sergio Lamanna, involucra al visitante usufructuando no sólo el hall de acceso de Arthaus, sino parte de la arquitectura del edificio que la alberga. Su figura suspendida en el aire establece una familiaridad con los bocetos de Leonardo da Vinci o las divagaciones del Terry Gillian de la película Brazil. Otras formas aladas de este artista que se encuentran a disposición de la manipulación del público, como la gorra de El mensajero o la pantalla con el esqueleto de una grulla, se hallan en el interior de la planta baja.
Un complejo aparato confeccionado con utensilios hogareños, mangueras, restos de muebles y otros implementos conforman Play 2 de Donjo León; un instrumento donde la regularidad alterable de la caída de gotas de agua sobre diferentes superficies genera ritmos inusuales. León además, expone El Estalactiflador, una estructura que permite acelerar neumáticamente el depósito de mineral por filtración de agua; proceso que en la naturaleza insume miles de años.
La apelación extravagante a lo auditivo y participativo se continúa en las obras de Hernán Soriano y con parte de las de Diego Dubatti. El primero propone Cordófono de muro, un artefacto de caja y cuerdas y Suspensión, una instalación de mesas que se convierten en instrumentos percusivos donde prevalecen elementos metálicos que se completan con Preludio lúdico, Sonata atípica y Suite páltica; partituras realizadas con fragmentos de carozos de palta, mientras que, en el caso del segundo, Bajo de asalto condensa con descartes de madera, acero, cuerdas y potenciómetros lo esencial de una banda de rock.
Dubatti también presenta Abismo portátil, una columna de vidrio, acero, agua y granito que refuerza su interés por la resignificación simbólica y operativa de materiales recuperados.
En la sala del primer piso el universo fantástico de Julio Cortazar es citado en Manscupias, conjunto de esculturas sonoras de Juan Sorrentino gestadas a partir de fragmentos de piezas encontradas de madera, hierro y elementos de ferretería. Cada una de ellas, según su autor “acumula en sí misma un espíritu sonoro: una música única que sólo se puede escuchar a través de su dispositivo escultórico parecido al cuerpo”.
Complementa el recorrido Andrés Aizicovich, quien con otra escultura sonora homenajea a los hermanos Bernard y Francois Baschet en Contacto (Cristal aprés Baschet) apelando a una disposición integral de nuestros sentidos. Su imaginario se despliega además con las inquietantes criaturas sinestésicas de La salvaje y azul lejanía que bien podrían hipotetizar una versión autóctona de algún género de ficción científica con anclaje decimonónico.
La transfiguración persistente de la vida de la materia conserva las potencialidades de otras versiones del mundo y sus formas alternativas de recepcionarlas y habitarlas. Al igual que en una ucronía, asistimos en esta exposición a la percepción de un campo de posibilidades divergentes del tiempo histórico que nos incumbe, tal como si realmente fueran nuestras verdaderas contemporáneas.