Nota publicada online
Una muestra y dos amigos, un encuentro, una intención que no es excusa. Y sí, un diálogo deliberado. Invitados por la galería Sasha D., Eduardo Stupía y Juan Andrés Videla desembarcaron en el espacio de Córdoba a mediados de junio y hasta mediados de agosto, con sorpresas para la escena local.
Una muestra y dos amigos, un encuentro, una intención que no es excusa. Y sí, un diálogo deliberado. Invitados por la galería Sasha D., Eduardo Stupía y Juan Andrés Videla desembarcaron en el espacio de Córdoba a mediados de junio y hasta mediados de agosto, con sorpresas para la escena local. No esperábamos ver pintura de Eduardo Stupía, y menos, excediendo el protagonismo por excelencia que el blanco y negro tiene en su obra. ¡Stupía en colores! Y otro asombro aquí fue Juan Andrés Videla, en pequeña y gran escala, en una profusión de posibilidades pictóricas. Quizá las obras de ambos nunca hayan tenido este lujo de intimidad, este mirarse cara a cara, este descubrir a solas y en exuberancia, afinidades compartidas a lo largo de tres décadas de amistad en la vida y en el arte.
Stupía y Videla proponen un acontecimiento pictórico que juega a las escondidas con el paisaje. Revelan un dominio técnico de gran exquisitez y profundidad. Imágenes en las que el espectador queda involucrado.
La muestra recibe al visitante con un bosque de seis metros de ancho, una pintura de Videla formada por varios bastidores que arman una escena conocida, venida de ensoñaciones de la infancia, de temores, de belleza, cautivante al extremo. Es imposible no habitar esa pintura oscura y a la vez luminosa. Allí, nuestra mirada podría descubrir que el mundo es eso que aún no hemos visto. La pintura de Juan Andrés destila una extrañeza: lugares harto transitados, como una sala de embarque en un aeropuerto, el interior vidriado de un ascensor, a través de su mirada y de su operación pictórica se transforman en una experiencia nueva.
En la pintura de Videla pasan diferentes cosas. Algo que también ocurre, y que quizá a muchos les apasione: detectar rápidamente que algunas de sus producciones tienen su origen en la fotografía. Videla nos recuerda en sus fotografías transfiguradas que la fotografía bebió mucho antes de las aguas de la pintura. Y en esta nueva traslación fotografía-pintura, su intención está muy lejos de acentuar o ajustar la representación naturalista. Es eso que no sabemos, pero que resuena en nuestra memoria, algo que sucede en sus imágenes sólo aparentemente conocidas (allí radica la operatividad de la fotografía) y que el artista da vuelta para decirnos que ninguna certeza hay allí por más fotografía o verdad que parezca. Entonces, esa pintura que pareciera ser no es y una extrañeza embarga al espectador, un darse cuenta de que la mirada reconstruye todo el tiempo la experiencia. Videla nos ofrece luego pequeñas dosis de su medicina en una muestra imperdible.
En cambio Stupía exhibe esta vez un discurso pictórico basado en la fragmentación de la imagen, donde cada alucinante parte podría ser también un todo. Nos deleita con un damero de más de 70 piezas donde hace que el color sea forma al mismo tiempo. Y en otras zonas de la muestra, retorna al blanco y negro, enloquece sus grafismos, disloca su propia obra, y también, por momentos, hace del espíritu de la mancha, un hecho más real que la realidad.
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Hasta el 13 de agosto
Sasha D. | Espacio de arte, Entrepiso de Hiper Casa de Rodríguez del Busto – Calles Fray Luis Beltrán y M. Cardeñosa, Ciudad de Córdoba.