Nota publicada online
En el Mito de la Caverna de Platón, la relación que se establece entre la luz y el conocimiento, la luz y el Bien como valor superior por sobre todos, el sol como metáfora de aquello que logra desvelar y, valga la redundancia, sacar a la luz y apartar de la ignorancia, me sirve de puntapié para abordar la muestraReflejo Infinito de Silvana Muscio en UNGALLERY. Me cuenta Muscio: “Reflejo infinito habla de varios tipos de reflejos que ocurren simultánea y permanentemente: de la luz en el follaje, del reflejo de nuestra imagen en el espejo y del reflejo de nuestra memoria que se expresa en un recuerdo”. Recorridos aleatorios, intuitivos, capturados en un instante, en un aquí y ahora. Los filtros de la cámara ponen un determinado orden a una naturaleza que se aprehende y hace propia, una naturaleza en clave subjetiva, atravesada por una mirada y un cuerpo que la transita. Humo, brumas y neblinas, son los aliados de la artista para jugar al límite de la extrañeza, para crear climas que gravitan entre la nostalgia y una suerte de belleza por momentos sublime, que logra atrapar al espectador en un paisaje confuso entre la pintura y la fotografía.
La muestra nos recibe con una instalación donde el espejo juega un rol fundamental integrando al visitante en el discurso a pesar de su voluntad; el espectador ya no es un testigo silencioso que pasa desapercibido sino que se hace de carne y hueso al reconocerse en esos reflejos que se multiplican entre fotografías de espacios salvajes y plantas. Aparece allí, inmerso en una selvasitio específico donde naturaleza real, la fotografía, la pintura y una delicada puesta en escena, conviven; una suerte de jardín plagado de claroscuros que emulan la densidad de los bosques. En la misma sala principal, un grupo de fotografías intervenidas con acrílicos y láminas de oro con los marcos al tono, seducen por su brillo, su destello permanente de luz y su variedad de formatos. Una maraña densa de ramas y hojas –tal cual los nombres de las obras que se destacan por enfatizar la idea del Reflejo y la Maraña -son plasmadas en tomas directas intervenidas, donde la artista hace una apuesta arriesgada porque el dorado, si no es utilizado en su punto justo, en su abuso o desborde, puede pasar al plano de lo kitsch en un abrir y cerrar de ojos. Esa “medida de lo justo” quizás solamente sepan usarla los grandes artistas quienes pueden darse el lujo de transitar las delgadas líneas rojas. A mi modesto entender, Silvana Muscio es uno de ellos.
Finalmente una sala más íntima recupera un trabajo pura y exclusivamente dedicado al estudio de la luz sobre fotografías de hojas donde se sostiene la constante de la toma directa con intervenciones, en este caso digital. Plantas metalizadas se organizan en un tríptico de marcos plata y un grupo de “fotos negras” -contrastando en su montaje suelto, sin marcos, con tanzas, imanes y clips-, crean un espacio donde se destaca la destreza técnica, el detalle, la cocina de la intervención digital. Acorde al relato de Silvana, sus fotografías suelen recibir intervenciones mucho tiempo después de ser realizadas; actúan así como una suerte de "reflejo de la memoria", una forma de revisitar sensorialmente los recuerdos. Pero no nos retiramos de esa sala sin reconectar con los paisajes que nos recibieron inicialmente. Dos trabajos suspendidos delante de la pared completan el espacio remitiéndonos a trabajos vistos antes, con escenas propias del Romanticismos del siglo XVIII. Voy a dejarle al visitante la posibilidad de experimentar sus propias sensaciones frente a estos trabajos de los cuales diré solamente que son ejemplo perfecto de los retratos que Silvana Muscio hace de la luz para luego pintarla con oro, enaltecerla y embestirla de una solemnidad propia de una reliquia. Una obra en un tamaño que permite llevarla en la palma de la mano, nos da la despedida concentrando en ella todo el universo creativo de la artista
Patricia Rizzo, curadora de la muestra, dice en su texto de sala que la artista “dice sentirse integrada, en empatía, reflejada ella misma en el entorno, en un abordaje de paridad y horizontalidad con la naturaleza”. Y es desde ese lugar de simbiosis y unidad desde donde Silvana se hace una con los reflejos que destellan luz incansablemente, se hace una con su otro especular, se hace una con la naturaleza que le da cobijo, que la inspira y que la desafía a indagar en sus profundidades. Si volvemos al amigo Platón, esa luz que inicialmente convoca la curiosidad, implica el desafío de enfrentarla y de “querer ver” y luego se va silenciando cuando se penetra en sus entrañas, se va atenuando a medida que se ingresa al mundo de los claroscuros, donde hay que afilar intensamente la mirada para poder descubrir nuevos brillos, nuevas luces en la oscuridad; paradójicamente en su oscuridad también se hace más rica. Y si lo miramos desde la Psicología –y en esta muestra se alude específicamente a Lacan y su fase del espejo donde el niño se reconoce como individuo separado del resto-, la metáfora de la luz y del conocimiento también aplica porque en ese reconocerse uno mismo, en ese indagar en las luces deslumbrantes, en su inmediatez, se descubre que más allá del brillo se esconden universos de eternos resplandores que todo lo sustentan. Por detrás, vibrantes, sostenidos, esperando…