Nota publicada online
Un trabajo de recolección tan minucioso como fuera posible, es lo que Sofía Dourron recupera de este singular artista que tuvo una influencia profunda en su entorno, dentro de una corta vida.
Es encantador el modo en que está diseñado el espacio expositivo de la sala del primer piso en el Mamba, parece recrear códigos específicos que denotan cierta familiaridad como la que produce estar en la casa de alguien, junto a un aire de época de lo que fueron los ochenta en nuestro país. Colorido despliegue, en pequeñas gotas de tamaño transportable junto a otras piezas donde el tubo de luz juega distintos roles, que se acompañan con algunos televisores donde es posible ver otra de las facetas de este marplatense que mantenía un elenco de amigos que lo valoraron entrañablemente.
Es que devolverle visibilidad a un artista como Sergio Avello (1964-2010) es una tarea de recuperación de memorias, de rastreo de huellas, de encuentro con piezas que quedaron en manos de algunos de coleccionistas y galeristas amigos. Sergio se formó en una escuela de arte provincial, en Mar del Plata, ciudad donde nació y aún vive su familia, en un momento donde la Martín Marlharro, como todos la llaman, se expandió con excelentes docentes y un plan de estudios que resultó virtuoso si tomamos en cuenta que, de la camada formada por esos años, también surge otro artista de mirada muy singular como Daniel Joglar.
Se vino a Buenos Aires muy joven, con algunas pocas cosas a cuestas, y ese modo de vida ligero de equipaje se mantuvo hasta el final de sus días, cuando el VIH lo terminó consumiendo. Era capaz de producir climas, de ambientar sonoramente una fiesta, de nombrar sin prejuicio alguno a sus artistas favoritos, del mismo modo que cargaba una obra bajo el brazo y se movía por la ciudad para llegar al encuentro de esos momentos de vértigo y felicidad que se desarrollaron apenas recuperada la democracia. Muy amigo de Pablo Menicucci, de Adriana Rosenberg, de Erika Escoda, de Ana Torrejón, de Alejandra Seeber, de Daniel Joglar, de Alejandro De Ilzarbe, entre muchos otros que lo veían como inspirador, con una singular impronta que estuvo siempre más cercana a la geometría abstracta pero que descolló con piezas de emblema metafórico justamente en épocas donde la crisis del 2001 en nuestro país trajo la intención de muchos artistas de recuperar la bandera, el símbolo de todo el amor, complejo e irreversible, que sentimos por la patria doliente.
La secuencia de obras forma un recorrido interesante donde aparecen las series. Una es la dePolecelis,cruce entre los colores y el modo de ordenar el color de Pérez Celis y Polesello. Otra sus pinturas hechas sobre vidrio, pequeñas como las de finales de los ochenta, pero muy bien trabajadas, con un rasgo decorativo que incluye unos primorosos marcos pequeños. Otra es suHomenaje a Sol LeWitthecha con el resto de los colores impactantes que usó el artista en la muestra que, como jefe de montaje, ayudó a concretar en los albores de Fundación Proa.
Es precisamente Adriana Rosenberg, directora de Proa, quien lo invita a participar en 2003 de la Bienal del Mercosur, y es ahí donde nace esa brillante idea de una bandera que no puede lucir todo su esplendor, usando una secuencia que la hacer ver la mayor parte del tiempo incompleta, como símbolo elocuente. Fue una pieza reconstruida para esta muestra, en base a sus notas y la memoria de quienes ayudaron a concretarla, según contó su curadora. En la inauguración, con clima de fiesta ochentosa, esta pieza se convirtió en central para crear un clima.
Las mismas banderas ocuparon toda una serie donde hay tanto las tres bandas características de la nuestra como el diagrama típico de la bandera norteamericana, hechas en cuerina apastelada, bajando así el nivel de la representación por el de un modo de señalar ambigüedades. Lo artesanal, lo lúdico y el desmontaje del cinismo se perciben en la serie hecha en colaboración con Daniel Joglar, la serieArgentina bipolar,piezas donde ya no se trata de la bandera sino del esquema de mapa de nuestro país recortado en una pieza tipo regla de consumo industrial que parece temblar.
El título de la muestra surgió de su tarjeta de presentación: joven profesional multipropósito y es un gran logro haber hecho coincidir esta muestra con la otra reconstrucción de Liliana Maresca en el mismo museo, pues tienen el mismo aire de época junto al plan de reconstruir un artista que nos dejara en su plenitud por las mismas causas. Ambas muestras, imperdibles!