Nota publicada online
La Fundación Larivière inauguró una nueva sala dedicada a la fotografía contemporánea con la exposición La sed. Bajo la curaduría de Lara Marmor participan Bruno Dubner, Alejandro Kuropatwa y Guillermo Ueno; fotógrafos de distintas generaciones a quienes Alberto Goldenstein reconoce como sus interlocutores.
“Me moría de sed de pintura, me moría de sed de arte”. Lara Marmor cita esta frase extraída de una charla con Alberto Goldenstein para dar cuenta del porqué del sucinto título de esta exposición. Título que, a priori, puede resultar desconcertante pero que condensa y traduce afanes y preocupaciones, tanto personales como colectivos, así como implicancias vinculadas al presente o extensivas en el tiempo acerca de la imbricación entre fotografía y arte.
Los cruces e intercambios que se producen en esta propuesta no parten de una decisión unilateral, de una narración curatorial estricta, sino de lo que cada uno de estos artistas ha decidido aportar al conjunto resultante. De allí que el disparador inicial haya sido el de la interlocución, el del diálogo a través de las imágenes, con sus inevitables tensiones y matices y sus animadores aquellos artistas a quienes un referente fundamental como Alberto Goldenstein ha reconocido como afines en este campo de posibilidades.
En La sed las identidades estéticas se preservan en lo que incumbe al espacio expositivo reservado para cada uno de los artistas y más específicamente en lo que atañe a la disposición de las fotografías. En ambos aspectos, es de destacar el trabajo llevado a cabo por Karina Peisajovich y Mariano Dal Verme.
Los instantes capturados por Alberto Goldenstein en la serie Feria de arte, Miami resultan una colorida crónica de pequeñas conductas humanas que oscilan con su entorno: conversaciones íntimas, pausas relajadas, transeúntes distraídos o que siguen con su mirada a lo que ocurre fuera de campo. Todo en ellas parece desplazado. En cambio, en las fotografías de Bruno Dubner prevalece el blanco y negro en pequeño formato y el misterio de la abstracción de las formas. Sus tomas tienen algo de fenomenológico: ponen en suspenso las certezas adquiridas y parecen querer atrapar aquello que en los objetos fotografiados aguardaba el tránsito de lo latente a la representación.
Los retratos de estudio correspondientes a la serie Solo sonrisas de Alejandro Kurotpawa organizados a modo de mosaico rescatan su particular ironía. Son imágenes monocromas que se concentran en rostros sonrientes apartando cualquier otro elemento referente al contexto a la vez que remiten a un pasado concreto. Tal como destacó Dubner durante la inauguración, el trabajo de Kurotpawa merece ser valorado poniendo el énfasis, no tanto en su anecdotario personal, sino en lo que ha significado y continúa significando para la fotografía en nuestro país.
Guillermo Ueno, en cambio, ofrece una mirada que mantiene una cuidada distancia con los sujetos que pueblan sus imágenes. En éstas pareciera evitar vulnerar la intimidad de los otros al tiempo que usufructúa un breve y esencial permiso temporario. El resultado es un apacible paisaje de objetos en claro oscuro y de miradas y gestos mínimos plenos de humanidad.
En La sed no se privilegia el tecnicismo ni las jugadas experimentales. No obstante, se ampara en el compromiso con lo contemporáneo en la medida que quienes participan filtran todo el tiempo la realidad y las relaciones entre todo lo que la constituye desde su particular quehacer, aquel que resplandece cuando el ojo a través de un visor realiza una conjunción inefable.