Nota publicada online
Inédita exposición individual de Santiago Porter (1971, Buenos Aires, Argentina), curada por el artista Joaquín Boz, en la cual se presenta una selección de su más reciente producción conformada por pinturas. Donde nunca haya estado marca un nuevo pulso de trabajo y hacer de Porter. Hasta el 24 de septiembre, en Rolf Art.
Un fotógrafo que pinta imágenes que parecen fotos. Esa es la primera impresión que recibo como espectador que conoce la obra de Santiago Porter, con una destacada trayectoria internacional en el campo de las artes visuales. Y como si fuera poco, en esta propuesta de Rolf Art, Donde nunca haya estado, la curaduría está a cargo de un artista plástico: el dibujante y pintor Joaquín Boz. No es este un dato menor porque Boz aborda su propia obra con una mirada focalizada en el trabajo sobre los materiales y su transformación en el tiempo, los distintos abordajes y combinaciones, diálogos que él mismo establece entre sus cuestionamientos conceptuales y la obra per se. Empieza a revelarse con claridad el porqué de su compromiso curatorial en esta muestra: existe una absoluta sintonía entre ambos artistas, teniendo en cuenta la coherente y persistente búsqueda de Porter -a lo largo de toda su producción artística- por señalar esos lugares poco transitados, casi ignorados, aquellos que no atraen la atención, lugares que transitan los márgenes y desde allí, ejercen un acto de resistencia a desaparecer por completo. Es Santiago Porter un artista que persigue el rastro, la evidencia de las presencias que dejan una huella en el tiempo más allá de su desaparición física.
Es esta una presentación atípica, de esas que seducen a quien busca sorprender al ojo y al espíritu. Aun cuando es una marca registrada en Porter sumergir al espectador en territorios solitarios, grises, silenciosos, el curador de la muestra explica en el texto de sala -el cual se complementa con un poema- que en este trabajo puntual se manifiesta un nuevo horizonte en el hacer de Santiago Porter; es un trabajo que se nutre de materialidades diversas y produce un detenimiento en la pintura pero no para regodearse en lugares comunes sino justamente todo lo contrario: ahondar en caminos inestables, poniendo en cuestión el cómo se accede a esos lugares desconocidos a través de la pintura. Es así como Porter se permite traernos una propuesta que se gesta, según sus palabras, en 2011 cuando la fotografía logró dar por satisfechos y cumplidos muchos de sus desafíos y objetivos artísticos. Sin embargo, esta suerte de “punto y aparte” no fue más que un disparador para animarse transitar otras disciplinas del arte que estaban latentes y tras un tiempo sin fotografiar y cursando un Programa de Artistas en la Universidad Di Tella -donde conoce a Joaquín Boz- Porter se sumerge en la experimentación con la pintura y comienza a transitar un aprendizaje que si bien comparte con la fotografía la producción de imágenes, el lenguaje es otro y su desarrollo requiere de conocimientos específicos que Santiago tuvo que adquirir. Con “ausencia de referente”, al decir de Porter, empezando de cero, la pintura se presentaba como un terreno de batalla y de desafíos inciertos, un campo de acceso ilimitado y de preguntas permanentes, alejado del dispositivo fotográfico, alejado de su lugar seguro. Esta voluntaria pérdida de certezas creativas habilitó un espacio reflexivo que maneja, a mi modesto entender, variables distintas a las de la fotografía, entre ellas un tiempo no inmediato ya que la pintura necesita de una pausa, del detenimiento, la observancia, la reflexión en el andar. Y por supuesto que esto también está presente en la fotografía pero es quizás un proceso inverso porque en la fotografía hay una suerte de composición a priori al instante en que se dispara y captura la imagen, más allá de poder trabajarla luego en laboratorio o digitalmente. En la pintura se da un desarrollo del proceso creativo que puede partir de una idea medianamente sólida pero que es en el hacer donde va cobrando cuerpo, muchas veces alterándose el objetivo inicial en la práctica misma.
Y hacia esa deriva se lanza Santiago Porter, andando un camino cuyo resultado final, ni siquiera tenía pensado que pudiera algún día ser exhibido. Pero aquí estamos, más de una década después, incentivado por su amigo y curador de la muestra, poniendo en primer plano una suerte de mural conformado por pequeños paisajes sumidos en penumbras, tinieblas, crepúsculos y amaneceres. Pinturas que dialogan con grandes fotografías, pequeños cosmos que forman un todo armonioso vistos en conjunto pero en su unicidad, es cada uno de ellos un horizonte lejano donde la mirada se pierde sin poder hacer pie en ningún punto de referencia. Aún así, la mirada descansa, no hay angustia, el espectador no se abruma, no se siente sofocado pero sí queda inmerso en una enorme masa de superposición de colores y valores que degradan de un trabajo al otro marcando un ritmo casi circular donde el ojo pasea por las obras en constante movimiento. Vale destacar que las nuevas disposiciones de las salas de Rolf Art, colaboran para crear una atmósfera acorde, más íntima, compartimentada, estructurando un recorrido.
Como dije anteriormente, es esta una presentación atípica si focalizamos en la técnica, lenguaje, montaje, dimensiones. Pero Donde nunca haya estado es un trabajo que no habilita dudas: es un Porter auténtico en intereses temáticos, en aproximación estética, en el planteo general compositivo de las obras, en la paleta, en la emotividad que lo acerca al espectador desde un lugar que ya se ha ganado con el tiempo y desde donde sabe conmoverlo sin importar el medio que utilice. Sea quizás esta muestra un “ajuste de cuentas”, un debe que queda saldado entre la pintura y Santiago Porter. Para el espectador, es descubrir que todo gran artista tiene siempre un as en la manga para sorprender de manera estimulante y un reafirmar que cuando el arte encuentra un buen intérprete, siempre se las arregla para manifestarse.