Nota publicada online
Curada por Rodrigo Alonso inauguró Rubén Grau en el Museo Emilio Caraffa de Córdoba. Podré visitarse hasta el 3 de marzo
En sus múltiples apariciones, el trabajo de Rubén Grau adopta como denominador común la continua exploración de los modos estrictamente artísticos de producción de sentido. Aunque por momentos el propio artista lo encuadre en la poesía visual y objetual, esta denominación – cada vez más forzada a conformar las regulaciones de una categoría – resulta insuficiente a la hora de ponderar la pluralidad de los materiales, recursos plásticos y procedimientos técnicos empleados por él en la realización de sus obras. La articulación entre palabra, concepto y visualidad en cada una de ellas exhibe una complejidad singular, que muchas veces no se acomoda a las especificidades de ninguna categoría.
Si bien es cierto que la palabra – principalmente en sus versiones simbólicas y metafóricas – ocupa un rol central en muchas piezas, ésta nunca aparece desmaterializada. Por el contrario, es su encarnadura en elementos muy puntuales, por lo general precarios e inestables (madera, azúcar, sombras, etc.), lo que las dota de su máxima potencia semántica. La palabra es siempre justa, precisa, contundente. Aun cuando pueda expandirse en una miríada de resonancias, no hay ambigüedad en su elección: amor, deseo, límite, realidad o progreso no son vocablos cualesquiera destinados al capricho de las interpretaciones, sino selecciones portadoras de una perspectiva estética y filosófica sobre el mundo.
"En algunos de mis trabajos en el campo de la poesía visual-objetual – sostiene Grau – indago las resonancias, las amplificaciones o el desgaste del sentido de las palabras, de las cosas, la poíēsis de los oficios y la posibilidad de restaurar su aura". El concepto no es ajeno aquí a su construcción fáctica ni a los efectos del tiempo. En las obras del artista, los materiales y las herramientas del universo de la construcción edilicia se repiten sin cesar, no sólo como un modo de equiparar el andamiaje intelectual con el que sostiene los edificios que nos rodean, sino, además, como homenaje a un oficio artesanal que lentamente se va perdiendo... como la lectura y la escritura. Y si bien es cierto que ni los edificios ni los textos van a desaparecer al ser producidos tecnológicamente, no es su anulación sino la de su aura la que preocupa al autor.
Esa preocupación se plasma en una sensibilidad exacerbada que pone sus acentos en la fragilidad, precariedad y transitoriedad de los objetos que nos rodean. No hay, sin embargo, una mirada trágica sobre esto. La vida misma comparte esas propiedades, como lo hace también la música, a la cual Ruben Grau observa con especial atención. Ritmos, instrumentos, armonías, partituras se suceden en diferentes trabajos, haciendo referencia a una sonoridad que suele estar ausente en sus objetos e instalaciones. No obstante, hay un elemento central en la música que es asimismo un eje primordial en la producción del artista: el silencio. Un silencio que a veces se traduce en cualidades visuales (vacíos, blancos, transparencias, etc.), pero que nombra principalmente al estado que favorece la reflexión y la contemplación. Un silencio que es la incubadora del pensamiento. Un silencio que potencia los sentidos. Un silencio que ve.
Este proyecto estético que parece a primera vista monumental, cobra vida, curiosamente, en obras que por lo general son pequeñas y frágiles. Grandes conceptos cristalizan en materiales simples, pobres, elementales. Hay, por otra parte, un extremo poder de síntesis que concentra ideas y proposiciones simbólicas en algunos pocos objetos recurrentes, como las sillas, los libros, las herramientas de construcción, los andamios.
Claude Lévi-Strauss decía que el arte es una suerte de modelo reducido del mundo, que facilita la aprehensión de estructuras complejas difíciles de captar en la realidad física. Las obras de Rubén Grau parecieran coincidir con esta apreciación. Pero su propuesta conceptual no se limita a constatar o transponer observaciones sobre su entorno, sino que aportan, además, una cierta perspectiva utópica. "Como constructor siempre me maravilló el ladrillo – asegura – ese mínimo elemento constructivo que, ligado a cuatro elementos (arena, cal, cemento y agua) es capaz de realizar los más magníficos sueños arquitectónicos de la humanidad."
En este sentido, cada una de las obras de Rubén Grau puede caracterizarse, a la vez, como una lectura y un proyecto. Una lectura de nuestro mundo, nuestra realidad y nuestro tiempo. Un proyecto de magníficos sueños por imaginar.