Nota publicada online
La artista plástica Roxana Borzi inaugura su muestra MICROMUNDOS.en las salas 1 y 2 del Centro Cultural Recoleta
Va apurada, con paso eléctrico, alegre pero atenta, impulsada hacia adelante.
Camina, camina, hasta que algo la detiene. No es la pasmosa postal de un paisaje: es un misterio atrapado en la piel de una hoja, un tallo o una nervadura. Roxana Borzi se deslumbra con la alquimia de la biología expresada en unidades mínimas. Minúsculas. Visibles al ojo humano, pero que caben en su palma. Ahí, en pequeñas partículas de vida, encuentra todo lo que necesita: un color, una línea. El universo está comprendido en el laberinto de una corteza de árbol.
Es respetuosa de los milagros que encuentra. No corta ramas ni levanta hojarasca. Las atesora en un recodo de su interior frondoso y las fotografía. Usa esas fotos en collages, de a pedazos, ajenas a su figuración original. Lo que sigue después es aquello que reverberó adentro suyo. Se deja llevar con entusiasmo por lo que imagina y continúa ese micromundo vegetal en el papel. De su mano salen filigranas o enredaderas, chorrean colores o se empastan texturas arborescentes de gesso. Se complican las líneas en brotes y rebrotes. Expande ese plan secreto y orgánico que floreció durante el tiempo en su memoria.
Acaricia con placer los papeles: industriales, entelados y los artesanales que prepara para ella un maestro papelero. El papel es el medio ideal para las líneas delicadas de sus acuarelas, pequeñas, frescas y frágiles como flores. Pero busca nuevos desafíos en la tela (lo fácil la aburre). Experimenta con lápiz, carbonilla, grafito, tinta, pastel y más recortes de trabajos anteriores que se superponen. La fase final siempre es la línea, donde otra vez vuelve a su vegetación interna, los poros, la circulación vital, un fruto diminuto y algo desfigurado o la transpiración de una hoja.
En medio de sus pinturas y dibujos se adivina un olor de bosque después de la lluvia. Un recuerdo de Borzi, criada en los montes de eucaliptus de City Bell. Lo mejor de la vida entonces pasaba arriba de esos árboles, en los veranos en el campo o pintando las paredes y el piso con un carbón robado de la parrilla (tal vez ahora también). Tuvo profesores de arte desde los cinco años y con la vocación definida a los once ingresó a un secundario orientado en artes. Sigue avanzando en su búsqueda constante, alentada por maestros como Ernesto Pesce, Alejandra Roux, Eduardo Stupía y, ahora, Juan Doffo.
El verde se percibe en las formas, aparece apenas en un sector del collage, pero a veces no está o está debajo de capas de veladuras. La obra de Borzi es verde aun en los monocromos, porque es imposible no verla así. Son verdes las hendiduras acromáticas que cala en el papel de fibras naturales, las texturas y los entramados de carbón. Fluye en un impulso de savia. Le brotan intuiciones y deja crecer esa fascinación espontánea y apasionada. Venera a la naturaleza y, con sus obras, entra en profunda comunicación.