Nota publicada online
En W-Archivo se presenta la exposición Oro y mugre del artista colombiano Rosemberg Sandoval con obras realizadas desde los años noventa hasta la actualidad, que permiten asomarse a una de las propuestas más intransigentes y controversiales de la escena latinoamericana.
Rosemberg Sandoval nació en 1959 en Cartago, un municipio ubicado entre Bogotá y la costa del Pacífico. Las circunstancias que han atravesado su vida y su formación artística no han diferido mucho de las que marcaron a millones de colombianos durante décadas. El desplazamiento de poblaciones rurales e indígenas, las acciones de grupos guerrilleros y paramilitares, la propagación del narcotráfico o la delincuencia común, han sido algunos de los graves problemas políticos y sociales que asolaron históricamente su país. La ponderación de su obra, en consecuencia, no podría intentarse sin una primera aproximación que implique un reconocimiento de dicho escenario.
El hilo conductor de Oro y mugre es el elemento Tierra asociado a una serie de interrogantes. Si la tierra, problema central en Colombia, está asociada al espacio y al calor de un hogar, ¿qué sucede cuando se vulnera mediante la utilización de la violencia el derecho –y todo lo que ello entraña- a la vivienda? ¿Cómo pueden las prácticas artísticas transfigurar esos desgarros? Cabe advertir que la familia de Sandoval fue víctima de un destierro forzado cuando él era apenas un niño.
El planteo curatorial a cargo de Karime García Martinez propone dos núcleos donde temas como la familia y la infancia detentan una importancia primordial. En el primero, “La fachada”, se tratan las condiciones simbólicas de vivienda, mientras que, en el segundo, “Refugio”, las carencias tanto dentro del hogar, como de un hogar en sí, se subrayan a partir de la afectación de los materiales.
El recorrido en la sala ubicada en la planta baja se inicia con Rancho rojo, un frottage realizado con óxido de hierro y agua –material utilizado siglos atrás por las culturas indígenas - sobre la superficie de una enorme tela a partir de la fachada de una vivienda ocupada en la localidad de Jamundi antes de su desalojo. Justo enfrente, un extenso cartel escrito con carbón y grafito sobre bolsas de mercado reza la leyenda “La pobreza me emputa” en alusión a la rabia que genera la precarización de la existencia. El cartel es el elemento testimonial de una performance realizada en Bogotá el año pasado, cuyo registro en video muestra la imagen de un Cristo que se despedaza luego de ser arrojado al suelo. En una coyuntura atravesada por diversas formas del ejercicio de la violencia, las instituciones religiosas no se encuentran exentas de una cuota de responsabilidad.
En contraste con estas obras, dentro de una urna transparente, una pequeñísima casa construida con granos de arroz -alimento básico en muchos países del mundo- sorprende al final de la sala. Su fragilidad es posible asociarla a la de tantos hogares condenados a la marginalidad en las periferias de las grandes ciudades. La casita, por consiguiente, al trascender su contexto original, adquiere valor universal.
En la sala del subsuelo se distingue la obra que da título a la muestra. Se trata de un rollo de cartón desplegado y esmaltado que sirvió de cama a un indigente. A su derecha, otro frottage, esta vez hecho en pañal sobre un andén donde duermen los niños de la calle en Bogotá, cuelga de la pared acompañado de otras dos obras que ponen el foco en la exclusión infantil. A pocos metros de ellas se pueden observar varios pares de zapatos recubiertos de barro seco y utensilios de cocina oscurecidos por capas de polvo sedimentado. Si bien representan muestras de la desolación y el desamparo, constituyen elementos para la construcción de una memoria social capaz de exhibir y quitar legitimidad a los aspectos más infames de los dispositivos de poder.
Cierran el recorrido Aprendices de chicos malos, una obra compuesta por una docena de camisas blancas sobre fondo rojo en cuyos reversos aparecen escritas las siguientes “profesiones”: paramilitar, ratero, dictador, jíbaro, insurgente, pastor, presidente, intelectual, asesino, narcotraficante, papa, general y los restos de ramos de rosas destrozados durante la performance Rose Rose. La cadena significante de la primera resume el terror institucional y las réplicas siniestras que atraviesan al total de una sociedad que parece no poder escapar de un destino fatalista, en tanto que, la materia vegetal en vías de descomposición de la segunda, atestigua una situación donde el dolor, la sangre y la vida se encontraron fundidas por un instante. Sus restos no restan, perseveran en el presente.
Las imágenes se tornan eficaces cuando los materiales elegidos y las huellas impregnadas en ellas no sólo acompañan, sino que construyen y develan sentidos. Rosemberg Sandoval lo explica de la siguiente manera: “Lo que buscamos los artistas es producir sensaciones a través de imágenes y soportes, el asunto es producirlas de manera heroica y efímera para poder revelar el alma. El arte es la purga de lo Inhumano y hacer arte desde la marginalidad y con la marginalidad es mi único delito.”