Nota publicada online
Un recorrido por una selección de pinturas que Rómulo Macció realizó entre finales de los ochenta y principios de los noventa mientras residía en la ciudad que fuera retratada por innumerables artistas se exhibe en Fortabat hasta fines de febrero.
Con curaduría de Florencia Battiti, esta selección de 29 obras que integra Crónicas de Nueva York de Rómulo Macció (Buenos Aires 1931-2016) es señalada como una de las series más figurativas de toda su producción. Recordemos que, junto a Deira, De la Vega y Noé, fue parte del grupo que renovó la escena local con la Nueva figuración, un espacio creativo donde cada uno mantenía su estilo pero que logró zanjar la brecha entre lo figurativo y abstracto introduciendo la figura humana recreada dentro de una composición dominada por la no representación. En sus escuetas declaraciones en vida, Macció destacaba que “la pintura se muestra, no se dice” pero ‘el arte del silencio’ como le gustaba sostener, tiene para nosotros unas claves de las que debemos inevitablemente hablar.
En el catálogo de la muestra, Roberto Amigo se encarga de subrayar este tópico, enunciando que el mismo artista denominaba ‘parafiguración’ a su estilo ya que “aunque predomine la figuración en algunas obras la abstracción es el soporte de lo pictórico, la distancia entre lo representado y lo real”. Mientras algunas piezas tienen un nivel de detalle específico como Fulton Street, 1991, otras como Nieve en Uptown, 1998 la materia se aligera y una gran parte de la composición se mantiene vibrante de un blanco tan ligero como el recorte de la edificación condicionada por la luz y la abundancia de la nieve de pleno invierno. En otros casos como Nieve y refrigeradores, 1999, apenas podemos reconocer de qué se trata la imagen porque sólo si miramos el título entendemos una composición que parece muy abstracta. Florencia Battiti en la recorrida de prensa, analizaba la categoría de ‘imágenes construidas’ a partir de una fotografía tomada por el propio artista que luego se trasladaba de distinto modo a la tela. Si bien algunas de estas fotos fueron vendidas como obra, el plan inicial era sólo conservar un momento que la ciudad de NY prodigaba ampliamente a cada paso para luego recuperarlas en el objeto pintado, donde el cartel, la ventana, la vidriera o el espejo son motivos que ya estaban presentes en la producción de los setenta.
El cartel publicitario es afín a su propio pasado, el de publicista. Recordemos que Macció fue un pintor autodidacta que comenzó su carrera con las imágenes cuando tenía 16 años en una agencia de publicidad. Y es probable que ese mismo origen sea la premisa de una cierta narrativa de cronista que se interesa por situaciones donde se percibe un cierto aire de época. Hay incluso guiños sugestivos donde él mismo se introduce en la composición como en Bowery, 1989 donde la calle muestra en primer lugar -y muy destacada- la fachada del mítico y extinto CBGB, aquel espacio que nació para difundir el bluegrass y se conviritió en la casa estadounidense de la escena proto-punk, luego sigue el del Palace Hotel y finalmente en una perspectiva de fuga diagonal hacia la izquierda, sobre un plano amarillo se lee ‘Romulo Maccio paint’.
En el diseño de la sala otro artista y también pintor, Juan José Cambre realizó un plan lleno de sutilezas tanto para el color de la longitudinal sala de exhibiciones temporarias como para ordenar un sistema que airea cada obra y las pone en dialogo con otras similares. El cambio de tono de las paredes soporte con un blanco matizado para atenuar el contraste eleva la potencia de las obras, que se destacan con una diagramación espacial que hace que una gran tela de 210 por 270 cm, Sun and cold on Nassau Street, 1990 domine el principio de recorrido, con una composición en la que el contrapunto entre el blanco y negro que simplifica la foto de registro, pone en primer plano la figura de una mujer afroamericana con un tapado blanco y el cabello cortado con esos raros peinados de la época, que refuerzan las verticales que hacia atrás recortan los edificios del distrito financiero, a las que se opone una gran mancha negra de la que se recortan las figuras de los caminantes como trazos apenas descriptivos, que se potencian por el característico amarillo del taxi que también proyecta una sombra negra diagonal. Ese juego entre la pintura aireada y la pincelada plana junto a la perspectiva es un gran ejercicio de pintura que habla por sí misma.
Cada obra es una lección de composición y de recursos pictóricos como cuando se centra en destacar lo más evanescente en Reflejos y vapor en Manhattan, 1998, Reflejos y automóviles, 2001 o Reflejo en Manhattan, 1997, llegando paso a paso a dejar sin efecto lo descriptivo para jugar plenamente en el campo de los recursos propios del material elegido, ya sea el óleo como el esmalte sintético, que le permiten raspar la superficie usando un método de esgriafado para dibujar los automóviles o señalar un detalle.
Las perspectivas elegidas, la forma en que están usados los recursos y la fuerza compositiva nos traen un enorme artista con gran capacidad de narrar su tiempo en las ciudades. No se la pierdan.