Nota publicada online
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El hombre jamás podrá resignarse a ser un religioso de la palabra. La lengua es testigo de nuestro corto paso por esta tierra y condensa como un aleph la conciencia humana a lo largo de los siglos. Escribir, como decía el novelista norteamericano Paul Auster, es un acto de supervivencia. En épocas en las que la libertad se convierte en un peligro, los discursos colonizan las inteligencias y los versos libres se vuelven sinónimo de herejía.Filiadosen el compromiso artístico por un obrar más libre, León Ferrari, Victor Grippo, Kirin y Roberto Elía han hecho de la poesía su modus operandi.
Para los griegos, poiesisse refería al proceso creativo capaz de otorgarle existencia a algo que hasta entonces no la tenía. El poeta de nuestros tiempos es quien hermana palabras que uno nunca supuso que pudieran juntarse. Pero el interés de estos cuatro artistas trasciende las letras. Cualquiera sea la obsesión particular de cada uno de ellos por el lenguaje de la religión, como es el caso de Ferrari, el de la ciencia para Grippo, el de la magia en Kirin o el del juego para Elía, todo discurso exige fe.
Para Ferrari, la escritura era un arma estética y política a favor de la libertad. En sus trabajos, la palabra se vuelve imagen y lo legible se hace táctil. El significado no es lo que importa, sino la fuerza oculta en el decir. Por eso su caligrafía excede el orden por renglones, por momentos se aclara, por otros se oscurece y en esa yuxtaposición de formas abiertas y cerradas, es donde afloran los múltiples sentidos. A través de su obra, el artista blasfemo buscó revelar la oscuridad y el abuso de poder de las hegemonías religiosas, culturales y políticas, tan capaces de sacralizar lo escrito como de cegar el pensamiento humano.
Amante de los grabados antiguos y las rarezas bibliográficas, Kirin disfruta remontarse a tiempos en los que el hombre sabía menos. En sus collages literarios, el artista transfiere al papel ilustraciones de antaño y construye su propio alfabeto como un jeroglífico posmoderno imposible de traducir. Kirin evoca la poesía y el ocultismo que hacen de los saberes más antiguos algo tan atractivo como un truco de magia sin respuesta.
Roberto Elía detesta lo evidente y deja que sus obras muten en base a casualidades. La naturaleza estricta de las reglas no da lugar a lo fortuito, pero si se las hace funcionar en otras coordenadas, al final resultan mucho más porosas de lo que en principio aparentaban serlo. Entonces con un tablero de ajedrez se podría jugar a otro juego que no fuese el ajedrez o con los códigos alterados de la escritura, sería posible escribir sin decir absolutamente nada. Un broche para colgar la ropa, por ejemplo –objeto cotidiano que no necesita ser explicado– en la obra de Elía puede ser investigado hasta agotar sus posibilidades formales y referenciales, para finalmente mutar en un elemento visual cargado de sentido. De la misma manera, a un paréntesis, que forma parte de los signos abstractos de un texto, el artista es capaz de convertirlo en escritura manifiesta.
El universo oculta más cosas de las que vemos normalmente. Para Victor Grippo, la papa es una poderosa fuente de energía contenida bajo tierra. El cerebro humano también es energía en potencia y su intelecto, pura voluntad transformadora. Químico de profesión y artista por vocación, Grippo supo demostrar que la estética también podía surgir de un experimento científico o de la construcción comunitaria de un horno de barro, pero sobre todo del oficio. El hombre es su hacer y su compromiso por la libertad depende justamente de la aceptación de su capacidad para mover al mundo. En ese sentido, la función del artista debería ser la del alquimista, para transformar la materia de todos los días en soporte de ideas y metáforas poéticas.
Utilizando como soporte el lenguaje de distintas fuentes de conocimiento humano, estos cuatro artistas han hecho de la conciencia del hombre, una obra de arte. Haber traducido el misterio que coexiste con la razón en gestos gráficos, ha permitido encender la ilusión de una otra dimensión posible, pero además, despertar a la sociedad de aquella locura que a veces llamamos normalidad.