Nota publicada online
En el marco de las actividades previstas por la delegación argentina en la Feria del Libro de Frankfurt, donde nuestro país es invitado de Honor, se rendirá un homenaje a Jacobo Peuser
El 8 octubre de 2010, en el marco de la Feria Internacional del Libro de Frankfurt, la ciudad alemana de Bad Camberg le rinde homenaje a Jacobo
Peuser, un hijo de su ciudad que emigró a la Argentina en 1857 dotado, solamente, de su espíritu inquieto y emprendedor y que, con constancia y fe, construyó los pilares de una editorial que ayudó a forjar la identidad de nuestra joven Nación; una editorial que también promovió las artes plásticas con la apertura del Salón Peuser, espacio que acogió a los acontecimientos artísticos y culturales más importantes de la época. Socio fundador, en 1875, del Club Industrial -que dos años más tarde desembocaría en la Unión Industrial Argentina- fue un importante impulsor de las relaciones entre Alemania y Argentina.
Esa ciudad, muy cercana a Frankfurt, lo recuerda y le rinde homenaje. Esto habla de una política cultural y es un ejemplo del que debemos aprender. Sin dudas, muchas de las cosas que nos pasan a los argentinos tienen que ver con nuestra falta de memoria, o mejor dicho, por no hacer un culto de nuestra historia. Jacobo Peuser, como muchos otros hombres de su época que hicieron grande a nuestro país, lo hicieron desde la cultura, una cultura que estaba enraizada en sus vidas. Fueron verdaderos hombres de acción y deben ser tomados como modelos porque ellos adoptaron la patria que les dio una oportunidad y se construyeron y nos construyeron un porvenir.
La cultura es un instrumento estratégico político de gran alcance por todo aquello que moviliza. La cultura incluye costumbres, códigos y creencias
pero, sobre todo, implica memoria. Y la memoria nos permite reconocer nuestra propia identidad, indispensable para favorecer la unión nacional y
construir el verdadero capital social. La cultura es un bien común que debemos defender y exigir.
Y, mientras este homenaje sucede en una pequeña ciudad de Alemania, en una importante provincia de nuestro país comprobamos, con mucha preocupación, que algunos políticos en lugar de implementar políticas culturales en pos del bien común, politizan la cultura y, con ello, nos perjudicamos todos.
El Museo Caraffa de Córdoba, en los últimos dos años, precisamente desde que Alejandro Dávila aceptó el cargo de director, se ha convertido en un museo vivo al que los cordobeses acuden llenos de orgullo. Con un concepto moderno de gestión en el que se conjugan excelentes muestras, aportes privados y estrategia en la acción se lograron resultados concretos: setenta y nueve exposiciones de artistas de todo el país para las que se realizaron cincuenta y cuatro catálogos; en el año 2009 se duplicó la cantidad de visitantes y, en lo que va del 2010, la cifra ya alcanza los 40.000. Y, sobre todo, Córdoba y sus artistas tienen hoy una visibilidad que nunca antes se había logrado. Hace pocos días, Alejandro Dávila, que no pertenece a un partido político, fue separado de la dirección del museo. Curiosamente, no aprobó el concurso para mantener el cargo; uno de los argumentos es que no tiene suficiente antigüedad en la provincia. Llamativamente comenzaron a circular miles de mails firmados por artistas, intelectuales y protagonistas de la cultura pidiendo, a las autoridades involucradas, la revisión de la decisión tomada. Seguramente estos políticos no imaginaron jamás lo que mueve la cultura.
Las políticas culturales conforman la columna vertebral de un país que tiene por objetivo ocupar un lugar digno en el mundo. En estos dos hechos, las diferencias saltan a la vista: un país desarrollado rescata la memoria de un hacedor 150 años mas tarde; el nuestro castiga a los meritorios. Sin embargo aún podemos cambiarlo. Con constancia, fe y memoria podemos construir el futuro que queremos para nuestros hijos.