La muestra de Elba Bairon en el espacio de arte contemporáneo del Malba funciona como una disposición de pistas, de claves para que cada espectador construya experiencias. Como los dibujos en los cuadernos de niños para pintar, estas formas invitan a jugar, en el caso de Bairon, para crear historias. Todas las esculturas, con particular disposición en el espacio, crean una situación en conjunto, en fragmentos e individualmente. Todas las esculturas son blancas y más allá de su antropomorfismo, el resto de la información que nos proveen es ambigua y también sutil.

El texto de Teo Wainfred que acompaña la muestra -y también el catálogo- dice: "Si hay algo que siempre reverbera en la obra de Bairon es esa invitación a llenar con la memoria los espacios de cuerpos que se ofrecen como partituras huecas". Podemos hablar de las esculturas blancas de Bairon como reverberaciones, como sombras que quedaron de algo que ya no existe o tal vez nunca existió. En la ausencia de la forma realista, las obras de Bairon se emplazan como esculturas que conmemoran cualquier historia que pueda imaginar el espectador. Porque ellas quieren cobrar sentido, porque están puestas como pistas para que el otro lo construya como monumento personal. 

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