Nota publicada online
¿Cuál es el lugar del otro? ¿Ese otro es una persona o un concepto? ¿Qué territorio ocupa en el pensamiento sobre la práctica artística? ¿Y qué espacio le es permitido ganar? Son las preguntas que plantea la arteista en su actual muestra en Pabellón 4
Las piezas que forman parte de “El lugar del otro”, la muestra de Paula Otegui en la galería Pabellón 4, transitan un camino de búsqueda y experimentación. Ese espacio que se abre en la meditación del hacer artístico se evidencia no tan solo en el título de la exhibición sino también en las situaciones que se recrean en la sala. ¿Cuál es el lugar del otro? ¿Ese otro es una persona o un concepto? ¿Qué territorio ocupa en el pensamiento sobre la práctica artística? ¿Y qué espacio le es permitido ganar?
Las preguntas surgen cuando, habituados a las representaciones agonísticas sobre el plano, nos encontramos con otros planteamientos en el espacio que nos descolocan de lo que creíamos era la “marca” de la artista. Tiras de papeles superpuestas, ensayos gráficos sobre medidas y una secuencia de construcción del paisaje en blanco sobre negro (casi unstoryboard)abren ese “lugar del otro” que es el ensayo sobre la propia obra. A su vez, unas siluetas negras que parecen haberse escapado del lienzo se mueven entre la construcción y la deconstrucción. Son fragmentos resinosos que se desparraman sobre una tarima resultado de una experimentación que busca abrirse a una nuevas propuestas para escapar del plano.
Paula Otegui se presenta en su fase expansiva. La relación con su propia obra se torna sincera. Paréntesis: busco un sinónimo de la palabra sincera en el Word y la primera opción que me da es “llevar el corazón en la mano”. Nada más justo para calificar esta etapa de la artista. Y, en la búsqueda de conexiones gráficas, etimológicas, distintivas, encuentro que la obra principal de la muestra lleva como título “La fuente”. Si bien podría derramar redundancias y obviedades sobre los sentidos a los que nos llevaría “La fuente” prefiero describirla como una pintura en donde (otra vez) la búsqueda atraviesa la superposición de planos, objetos y situaciones que evidencian este periodo de transición y reconocimiento. Un bosque barroco donde conviven siluetas negras con geishas desnudas, collages de fragmentos de colores plenos y fuertes con un centro en donde no se distingue si son las manos de la pintora las que están duplicando los trazos o son los recortes extraídos de otros tiempos, de historias que pegaron fuerte en su vida, los que vinieron a ocupar su espacio y, por supuesto, su sensibilidad.
Es curioso que la actual instalación de Otegui que ocupa la vidriera de la Fundación OSDE se llame “Teatro”. Curioso porque quizás sea la idea que tenemos de ese arte la que responda nuestras preguntas iniciales. Lugar de duplicidad y simulacro, el teatro es también drama, acción, catarsis, personajes en situaciones extraordinarias o banales presentándose ante otros: espectadores que ejercitan la mirada pero que también ocupan un lugar y que, como afirma Jacques Rancière en El espectador enmancipado:“todo espectador es de por sí actor de su propia historia, todo actor, todo hombre de acción, espectador de la misma historia”.