Un abanico de tradiciones brasileras sostiene su mirada. Incluso antes de la Semana del Arte Moderno de 1922, el escritor Graça Aranha señalaba la falta de comunión del "alma brasilera" con la naturaleza, como resultante de la artificialidad cultural a través de la cual actúan las "tres razas" formadoras del Brasil, y convocaba a los pintores a la traducción de sensaciones en arte –color, línea, planos, materia–. El pintor Rego Monteiro elaboró una estructura arcaica precolombina que se convertiría en el primer proyecto modernista brasilero de color. Tarsila do Amaral creó un "color pau-brasil" al mezclar sus conjeturas visuales sobre el campo, las ciudades coloniales mineras y los suburbios paulistanos y cariocas. El espectro de colores en el Brasil modernista se volvió más complejo al incluir la melancolÌa de Oswaldo Goeldi, la solidez de Alberto Guignard, los paisajes morales y la consistente formación artística de Lasar Segall. En los años 1950 y 1960, Alfredo Volpi y Hélio Oiticica se embarcaron en un proyecto de colores paradojalmente autónomo y específico de un lugar cultural. El trabajo de Milhazes, por su parte, no se ocupa de una identidad brasilera, pero hay en él algo que podemos llamar el "inconsciente del trabajo", siguiendo el modelo que Oiticica estableció como una especie de "estÈtica social". No hay manera de reducir el Brasil a un solo color. Así como el carnaval tiene su diversidad cromática, la tradición barroca remite a su propio pathos. El "color pau-brasil" es un ejemplo de color vivo en el Brasil, aunque no dé cuenta de su vasta diversidad, dado que ya desde el modernismo el color brasilero navegaba con muchas brújulas diferentes. Sin embargo, pocas veces en ese país el color alcanzó tan alto nivel de complejidad como en la pintura de Beatriz Milhazes.  [...]

........

La muestra "Panamericano. Beatriz Milhazes. Pinturas 1999-2012", curada por Frédéric Paul, se puede visitar hasta el 19 de noviembre en el MALBA - Av. Figueroa Alcorta 3415.