Nota publicada online
La cuestión del medio ambiente está adquiriendo importancia relevante en las políticas estatales, por lo que requiere una mayor toma de conciencia en los niveles de nuestra sociedad y el mundo.
El movimiento ecológico asocia sus temas a lo social en cuanto trata la superpoblación, la polución y la destrucción de la naturaleza en manos del hombre.
La grabadora y fotógrafa Olga Autunno se inscribe, en esta muestra, en lo que se denomina Land art, movimiento que se desprende delArte Povera y que se transforma en su corolario. Se abandona la galería, el museo, el estudio del artista y las obras se realizan en un entorno natural: la montaña, el mar, el desierto, la ciudad o el bosque, como el caso que nos ocupa.
El arte y la naturaleza establecen un campo de acción que toma lo físico en un sentido amplio; deja de ser un fondo decorativo y se transforma en objeto artístico. Podemos mencionar numerosos antecedentes como el llevado a cabo en 1968 por Denis Oppenheim, quien intervino la naturaleza cavando fosas en una llanura norteamericana y transportando tierra de un lugar a otro; ese mismo año en la Bienal de Venecia, Nicolás García Uriburu, con un líquido biológicamente inofensivo, coloreó con un verde eléctrico fluorescente las aguas del Gran Canal; en 1969 Christo y su esposa Jeanne- Claude empaquetaron las costas de Little Bay, Australia, con más de 92.900 m2 de tela sintética y sogas.
Todas estas obras, por lo efímeras y por encontrarse alejadas de los centros urbanos, se acercan al gran público a través de la fotografía, los videos, el cine o la televisión. Esto nos lleva a preguntarnos junto a Simón Marchán Fiz: ¿Dónde está la obra? ¿en el lugar físico o en la documentación?
Para Marcelo Brodsky un archivo de fotografías -como el llevado a cabo por Olga Autunno en los incendios del año 2015 en el valle del lago Cholila y en el Parque Nacional Los Alerces, en la provincia de Chubut- es un archivo permanente, con una información cargada de detalles, en los que nos reconocemos como habitantes de la contemporaneidad. Olga interviene los bosques incendiados con la premisa de poder interrumpir, de alguna manera, la matriz de destrucción que relaciona la naturaleza y lo humano; también la utiliza como un soporte de experimentación para llevar a cabo una instalación a cielo abierto, sin noción de perennidad.
Podríamos considerar estas fotografías como un acto de protesta romántico o quizás una apropiación visual de la realidad ecológica o un arte de reflexión. A través de tules verdes devuelve el color a los bosques arrasados por el fuego, deja flores y cruces en las cenizas, arma nidos, cementerios, pájaros, intenta revivir los arboles carbonizados con suero fisiológico; éstas imágenes son elementos cargados de sentido con ecos múltiples para cada uno de nosotros.
Hoy diríamos que la creación artística necesita de un ojo crítico, como el del artista, que puede identificar las raíces particulares y la atmósfera de nuestra época; pero también requiere, por parte del espectador, de una mirada reflexiva y crítica sobre los deslímites del arte contemporáneo.