Nota publicada online
Hubo mucho entusiasmo en la presentación de esta muestra que no coincide casi con ninguno de los cánones conocidos de Gómez, pero que sin embargo mantiene ciertos códigos de ejecución que rozan la excelencia que lo caracteriza
La sala de exposiciones temporales se ve renovada por la apertura de un enorme ventanal por donde entra una luz radiante por las mañanas. Se abrió para dar otro sentido al espacio donde se alojan estas obras que siguen siendo objetos y esculturas pero con la curiosidad de que una parte de las mismas recrean los primeros proyectos de Norberto a fines de los años 60. Eran piezas nacidas para no perdurar que se valían de los materiales que le quedaban de sus trabajos publicitarios. Es que Gómez narra en el catálogo con su franqueza habitual, los vaivenes por los cuales ser artista y ser productor de carteles o stands publicitarios lo llevó a no creérsela nunca. Estableció una práctica donde desde siempre se negó a ser una persona que viviera de premios o subsidios, jactándose de su trabajo manual con el que pudo mantener casa y familia con proyectos como marquesinas para los cines de la calle Corrientes, o los carteles de exposiciones del Museo de Bellas Artes cuando Samuel Oliver era su director.
Nadie sabía tampoco que en el 64 viviendo en París fue asistente de Julio Le Parc y Antonio Berni. “Hacía changas para ellos” confiesa. Con Le Parc la cosa era hacer ensambles de las piezas que integraban sus obras cinéticas, con Berni era curiosamente una rara tarea: la de enderezar clavos. Según narra en el catálogo, de excelente cuidado en las imágenes y el diseño editorial, todas las mañanas Berni ingresaba al taller con clavos que juntaba por la calle y le decía “Gómez, me los endereza?”. Esa particularidad de poder asumir un trabajo casi banal lo pinta de cuerpo entero.
No es una retrospectiva. Es un intento de sacar del encasillamiento a un artista que tanto puede describir en forma barroca las armas del medioevo como hacer sudar sangre en formas de poliéster. En estas piezas que conforman una familia particular donde el color está ausente, son como notas enuncia Norberto. Notas de una especie de analogía con la música por su temporalidad marcada en momentos donde parece que se pueden leer de adelante para atrás y de atrás para adelante. También dice son “verbos en infinitivo” porque pueden ser conjugados por el espectador. Y ahora están hechas para durar, en madera sólida, y con la ayuda de Juan Lepes con 16 capas de pintura, lo que las vuelve indeciblemente bellas sin necesidad de que se presten a tacto. Las nuevas tienen relación con la arquitectura, con el cartel aunque desconocemos el idioma, algunas siguen un poco esa minuciosa descripción decorativa de pequeñas piezas asentadas unas sobre otras, pero la primera impresión que nos llevamos en la sala, es que estamos ante otro programa de Gómez, uno que nos faltaba.
Esto mismo fue reconocido por el director Andrés Duprat en la rueda de prensa. Se trabajó para desencasillar ese espacio notablemente ganado después de aquella muestra en el CAYC donde “la vida matada” era un impulso de narrativa indispensable en tiempos donde todo era muy cruento. Tanto fue así que son pocos los textos históricos que se ocupan de este primer período(*), seguramente porque no tenía la importancia que luego fue adquiriendo como artista. Porque la década del 60 y el 70 tienen mucho por narrar aún, algo que felizmente está ocurriendo en la medida en que se objetivan los estudios de nuestra propia historia a partir de los procesos de descolonización que atraviesan este nuevo tiempo.
Consciente de su estado de salud Norberto no asistió a la inauguración, en parte puede ser porque le preocupa poco la cuestión social aunque su compañera de vida haya hecho especial hincapié en la felicidad que le produjo hacer esta muestra en el museo. Reconociendo que pudo delegar -algo poco frecuente en quien vivió de su trabajo manual-, pero que ese plan le permite recrear parte de su historial con muy buenos asistentes de ruta. “No soy para nada el mismo” afirma y corrige “aunque en esencia sí. Los años que tengo están instalados en mi cuerpo. El tiempo también es un material”.
La muestra es necesario visitarla pues no puede ser narrada demasiado, provoca esencialmente diálogos internos, no sólo por la presencia de analogías o metáforas sino porque despierta curiosidad la elaboración impecable que trata de reflejar un tiempo especial en la vida del artista. Tiempos que fueron parte de su instalación como artista singular aunque muchos seguramente ahora lo están reconociendo mejor, sobre todo a partir de la enorme pieza del Parque de la Memoria que pasó de ser un modelo en cartón a una pieza monumental en acero con la asistencia de los planos de computadora que hizo el ingeniero Galay. Esa pieza llevó tan sólo 14 años en encontrar un espacio y un lugar de producción. La reflexión final del extracto de la conversación que mantuvo con Andrés Duprat y Alejandro de Ilzarbe es muy interesante: “nosotros acá crecemos en macetas, bastante bien dentro de todo, pero en macetas. Si nos plantaran en la tierra sería insospechado a dónde llegaríamos”, esto mismo coincide con la frase que le escuché decir a la curadora española Chus Martínez: “a vosotros les falta consolidarse”. Algo que parece empieza a modificarse lentamente.
(*) Debemos aclarar que hay dos menciones de ese período.
En el Dossier de CCVA donde figura el texto de Adriana Lauría y Enrique Llambías de marzo de 2006, que puede leerse en las página 2 dentro del sitio:
http://cvaa.com.ar/02dossiers/gomez_n/4_esculturas_01b.php
En 2011 en la muestra de Fundación Osde Arte curada por Ana María Battistozzi Norberto Gómez 1967-2008 con un párrafo en la página 7 y 8 del catálogo que se puede bajar online del sitio:
http://www.artefundacionosde.com.ar/BO/muestra.asp?muestraId=1188