Nota publicada online
"Más que un pintor, yo creo que soy un hacedor", así se autodefinía el artista uruguayo que en la mañana de ayer murió en su mágica Casapueblo; ese centro cultural y de turismo en Punta Ballena, convertido en ícono de Punta del Este.
Acababa de cumplir 90 años y de participar de su “última llamada” y es que el 14 de febrero pasado –vestido con el típico traje de la histórica comparsa Morenada y un tamboril- recorrió las calles de Montevideo como un candombero más.
La fuerza, el color y la alegría del candombe latía en sus venas y en su obra. Vivió intensamente, recorrió el mundo, realizó más de 5000 obras entre óleos y acrílicos y grabados, 20 murales gigantes, incursionó en el arte textil y en la cerámica así también como en la arquitectura. Páez Vilaró justamente pidió alguna vez, "perdón a la arquitectura por su libertad de hornero". Construyó su mítica Casapueblo en la orilla oriental y Bengala su encantadora casa en el Tigre, sus dos refugios en su ir y venir, de Uruguay a la Argentina.
Fue un hombre de “dos orillas” en todo sentido; gozó de la elevación que produce hacer arte y también de profundidad de la angustia, cuando -en 1972- el avión en el que viajaba su hijo se accidentó en la Cordillera y aún así no perdió las esperanzas.
"Pintor, muralista, escultor, ceramista, cineasta, el talento multifacético de Carlos nunca restó a la calidad y a la originalidad que caracterizan al auténtico creador -escribió en su momento su amigo el crítico Rafael Squirru-. La característica principal de su arte es la vitalidad, eso que emana del ritmo de su propia vida."
Vivió intensamente y murió haciendo lo que mas le gustaba, trabajando.