Nota publicada online
La exhibición presenta cincuenta obras, realizadas por Miró entre 1963 y 1981, pertenecientes a la colección del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, de España, con curaduría de Carmen Fernández Aparicio y Belén Galán Martín, bajo la dirección de Manuel Borja-Villel y Rosario Peiró.
“Cuanto mas simple es un alfabeto, más clara resulta su lectura. Los colores elementales construyen las letras de mi lenguaje, sin otro soporte que la superficie en blanco y la efusión de un negro lineal.” Así describe el propio Joan Miró su pintura, en 1978.
El principal ícono de la cultura catalana tardío-franquista, reconocido por su carácter tímido pero también poco complaciente, fue el heredero natural de dos generaciones europeas de vanguardia, conoció a Pollock y se dejó “tocar” por el expresionismo norteamericano.
Como detalló el crítico español Santiago Amon:”Su primera exposición en Barcelona (1918) coincide con la muerte de Apollinaire; su primer viaje a París (1919), con la de Renoir; el final de La ferme (1923), con la de Proust; los decorados para el Romeo y Julieta (1926), con la de Monet; sus primeros dibujos-collage (1933), con la de Raymond Roussel; el inicio de las Constelaciones (1940), con la de Klee; en su primer viaje a Norteamérica (1947), con la de Bonnard; su Gran Premio en la Bienal de Venecia (1954), con la de Matisse y sus primeras esculturas monumentales en bronce (1966), con la de André Breton...”
Esta exhibición reúne las obras que produjo entre 1963 y 1981, en su taller-vivienda, revelando un artista conectado al presente que le tocó vivir y con una enorme confianza en el porvenir.
El excelente montaje en la sala de exposiciones temporarias del Bellas Artes permite un recorrido por las 18 pinturas -varias de gran formato-, seis dibujos y veintiséis esculturas de bronce –quizás lo menos conocido de su obra- que impactan por su belleza. En una pequeña salita se exhiben sus paisajes celestiales que invitan al silencio y la meditación.
Nuestra recomendación para quien recorra la muestra es que deje de lado todos los preconceptos adquiridos y simplemente se deje llenar por la emoción que trasmite la propia obra. Una obra llena símbolos que remiten a la naturaleza en la que se rescata la verdadera esencia del hombre por encima de cualquier consideración intelectual.
Descubra también, a modo de ejercicio, en cada una de las esculturas, los elementos simples y cotidianos que componen cada una de estas obras. Una canasta aplastada, el cuerpo desarticulado de una muñeca o, incluso, un rastrillo de jardín, se resignifican y cobran nueva vida en estas esculturas. Pero no se trata de un trabajo improvisado y, tal como lo explica Cármen Fernández Aparicio, curadora del Museo Reina Sofía, “Miró iba y volvía sobre sus bocetos hasta construir su diseño”. Diseños que él mismo fundía en bronce y finalmente terminaba con esta pátina tan característica de su obra.
El excelente catálogo que acompaña la muestra, editado por el Museo Nacional de Bellas Artes de la Argentina -con el apoyo de su Asociación de Amigos-, el Museo de Arte de Lima, del Perú, y el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía de España, se propone actualizar, en el siglo XXI, las lecturas sobre la producción artística de Miró y su posicionamiento ante las inflexiones de la historia.
Hay tiempo hasta febrero para mirar esta muestra una y otra vez -ya que en el mes de marzo sigue su viaje a Perú- y descubrir, en la magia de su trazo, en su dibujo ingenuo que retrocede al umbral de los tiempos como en las pinturas rupestres y en las titilantes estrellas de sus paisajes celestiales, la llama inspiradora de la creación.