Nota publicada online
En la apertura de la temporada, el Museo Municipal Dr. Genaro Pérez inició su programación con la producción de tres figuras emblemáticas del Arte Argentino, con curaduría de Pelusa Borthwick.
Acudieron a la inauguración un número inusitado de más de mil espectadores. Fue este el dispositivo que animó y determinó la idea de proponer el lugar del aura, concepto tomado del marco teórico de Walter Benjamín, pero a diferencia ut supra no se trata de la desaparición, o enfriamiento en palabras de Brea, sino de establecer cómo a través de la lógica del establishment artístico, el aura no dejaría de existir. Pues, conllevaría a la muerte del arte. Entonces creemos que estamos en presencia de un aura dinámica que se desliza del centro a la periferia construyendo nuevos centros canonizados.
Esa noche en el Museo, aunque con la ausencia inesperada de Minujín, los jóvenes se agolparon ávidos por sentarse a la diestra de la historia, pero sucede algo muy singular, no es la obra la que causa el tumulto, sino la presencia de las expositoras. Se puede decir que el capital simbólico anida en las autoras, se ha producido una estetización del autor. Esto no es en detrimento de la obra de arte, antes sede unitaria de la experiencia estética. Tampoco nos referimos a la ubicuidad del aura, compartida entre autor y artefacto, sino pensamos en una acción de deslizamiento y desvanecimiento «aurático dinámico». Vale decir que en el momento del acontecimiento exhibitorio, la obra de arte ha tomado una posición de excentricidad respecto al aura, y simultáneamente la institución secularizada y espectacularizada del mundo del arte la ha cedido al autor. Posiblemente el argumento de esta cesión pueda entenderse desde el planteo de Frederic Jameson (1981:11) al decir que nunca confrontamos un texto de forma inmediata. Los textos llegan a nosotros como lo siempre-ya-leído; lo aprehendemos a través de capas sedimentadas de interpretaciones previas.
Entonces más que mitigar el valor de una periodización de corte histórico o arqueológico estamos sobre su peana. Sosteniendo, que si el artefacto no hubiese sido legitimado por el mundo institucionalizado del arte, difícilmente el aura podría deslizarse del artefacto al autor. Desde luego, para que suceda, debemos aceptar que estamos hablando de una tipología muy específica de autor; véase el caso Duchamp al momento de seleccionar objetos sin latencia, a los que condenó a la inutilidad y al condenarlos les otorgó un halo imaginario.
Esta concepción de un artista «diferenciado» se gestó durante la primera década del siglo XV; surgía en un pequeño círculo de maestros florentinos, un artista que se distinguía de los artesanos de épocas anteriores, que era consciente de sus poderes intelectuales y creativos y que consideraba esas dotes especiales como un don de los cielos, que solamente se concede a unos cuantos elegidos (R.Wittkower, 2006: 93). Este pensamiento de un artista «redentor» dio continuidad y se vinculó a la emancipación política y económica derivada del proceso de industrialización de la burguesía. Esta categoría diferenciada y apartada de las normas tal como sostiene Möller se instrumentó y se utilizó como ostentación de poder.
Volvamos al momento del «acontecimiento», en su función indelegable de ritual la exhibición se centra en recordar con añoranza algunas de las proezas expectantes y creativas de la década de los 60´, encarnadas en las tres artistas. Pensar el aura tomando la definición de Benjamín como forma de experiencia estética que se da en el contacto o en la visión de la obra original, es pensar en la aparición del calificativo de irrepetibilidad, singularidad y unicidad. Sin perder el concepto primigenio asistimos y estamos inmersos en la transferencia del aura, de un acto de artisticidad depositado en el artefacto a otro igualmente de artisticidad personificado en el sujeto-artista.