Nota publicada online
El mismo edificio que albergó miles de todos lados del mundo en otras épocas, reúne hoy la diversidad de 22 artistas, algunos por primera vez en Buenos Aires, que poetizan las migraciones, las huellas de la memoria y la identidad, temáticas tan dolorosamente actuales todavía.
La frecuencia con que asistimos a noticias relacionadas con el exilio de miles de las zonas en conflicto, nos corrobora que estamos en presencia de un fenómeno hoy tan vigente como en otros momentos lo fueron las grandes guerras y su consecuencia de hambre. Pero no solo las leemos en los medios, han sido desde hace un tiempo motivo de análisis desde todas las ciencias sociales y la propia filosofía. Migrar es perder muchas cosas entre las cuales está la idea de pertenencia de un espacio, la propia lengua materna y las referencias visuales y sociales de una vida. Cuestiones que algunos llevan consigo todo el tiempo y otros, por necesidad, olvidan lo más rápidamente posible.
Si bien ciertos teóricos hablaron del proceso deaculturaciónque estos migrantes sufren por sus desplazamientos, hoy se discute como un paso que amplía y modela horizontes personales haciendo de la pérdida una transculturación, es decir un asunto en todo caso particular, pero que implica que cada adaptación es en parte singular. Es que no todo se trata de migrar para seguir vivo, también esas itinerancias se pueden dar en tiempos de paz y por muchas otras razones, entre ellas -y en el caso de los artistas-, su necesidad de encontrar un medio más receptivo de su trabajo sobre la contemporaneidad.
Habíamos asistido en Buenos Aires a sendas muestras del checo Harun Farocki en Fundación Proa donde percibimos su trabajo sobre todo con los medios y la manipulación de las imágenes. También recuerdo una maravillosa retrospectiva del fotógrafo Gabrielle Basilico con sus paisajes de ciudades algunas desoladas, otras casi vacías. Pero esta muestra contiene a marroquíes, camerunense, iraníes, polaca, turca, otros de acá cerca y otros de Tel Avid, un gran mapa de diversidad reflexionando en torno exilios, identidad, itinerancia y pertenencia así como poniendo en el mismo plano de búsqueda las migraciones de medios, soportes, prácticas y representaciones socioculturales. La entidad convocante tiene un compromiso constante con estas situaciones, de hecho mantiene un instituto dentro de la universidad que explora y promueve el análisis de ideas en torno a estas temáticas desde hace unos años.
Hemos visto maravillosas puestas en este espacio, transformado en contemporáneo mediante una serie de adaptaciones, pero que mantiene algunas áreas donde ha quedado la disposición original de los espacios comunes con sus piletones para lavar la ropa, por ejemplo.
Recorrer las salas es pasar a entender cada proyecto de artista con su bagaje a cuestas y su señalamiento a un punto específico. Desde el registro de un desastre en la obra de la polaca Angelika Markal, Bambi en Chernobyl de 2013/14 a la serie de El Koury sobre el centro de Beirut en fotografías maravillosamente copiadas. La escala humana del tema en Rituales de identidad de la chilena residente en Londres Catalina Swinburn, la obra de 2002 Lengua Madre de Sedira, parisino que vive entre Argel y París, o la serie intimista de Natalia Sinic en Catálogo de gestos.
La fuerza de lo que inscribe en el cuerpo que indagan tanto Gisela Motta & Leandro Lima en Antihorario de 2011, como Uniforme de la chilena Claudia Casarino. La huella dura en la francomarroquí Leila Alaoui en Travesías.
Destaco tres argentinos porque entiendo perfectamente esa raíz singular del tiempo y el espacio para un connacional lleno de memorias de otros espacios. La belleza de contraponer la marcha ralentizada con la fragilidad de piezas de porcelana formando una trama que se fragiliza, -conociendo que las piezas cambian de estado químico cuando pasan por el horno- en la instalación de Silvia Rivas Momentus demora. La poética del cordobés Hugo Aveta en esa simultaneidad contenida en el piano rescatado de otra tierra y traído en barco hasta ser el mismo piano un resto que navega cual barco, Océano es una conjunción maravillosa de movimiento y memoria. Y la apelación al faro, destinado a iluminar al viajero y llevarlo a tierra firme, que en algunos casos en la serie de Matilde Marín no ilumina sino hacia abajo como para intentar llevar reflexión a otro espacio. De los internacionales, la eficacia del camerunés Bartélémy Toguo Escalando hacia abajo de 2004-2011 donde se nos invita a sentir la comunidad reducida a una cama vertical dentro de un espacio donde no hay piso sino altura para encontrar un mínimo sitio de ubicación espacial, cada cama/ cada piso un habitante y sus ínfimas pertenencias reducidas a bolsas de fabricación global. Y el montaje elocuente que contrapone el forzado exilio palestino dentro de un espacio típicamente europeo de la plenitud de otras épocas, en la obra de Reza Aramesh.
Una muestra con algunos momentos de encuentro y reflexión que puede disfrutarse hasta el 31 de diciembre.