Nota publicada online
Una recorrida por una colección de demoras temporales donde la imagen se nutre de pelos y sugerencias que interpelan la curiosidad.
La última edición del Premio Klemm, donde la participación fue pródiga, se unió a los festejos de los 20 años de una fundación que reúne una colección sólida y exquisita, que conserva artistas y algunas joyas como ninguna otra cuando se habla de un proyecto de gestión privada abierta al público. Parte de la misma se acrecienta año a año con el premio, prestigioso y deseable pues ganarlo implica formar parte de ese elenco notable.
Un acontecimiento manifiesto es que permite al ganador realizar una muestra individual al año siguiente. Y es así que la muestra de Max Gómez Canlé Condición y cabeza se exhibe en el espacio que da inicio al recorrido de las salas, esta vez extendidas para celebrar el vigésimo aniversario con más seleccionados. Si el año pasado pudimos ver en Gómez Canle una meditación interesante sobre el arte y su devenir, ahora asistimos a un encuentro en donde esa meticulosa pasión de revisar la historia de la pintura, nos provee de un momento de curiosidad frente a una colección muy personal. Colección que evidencia su pasión por pintar, como el mismo ha reconocido en dos frases muy categóricas: sólo empiezo a entender algo cuando lo pinto y la pintura es una tecnología apta para el traslado mental.
Es interesante leer los textos del catálogo porque intentan acercar parte del proceso de aparición de esta temática que lo lleva a rehacer o continuar algunas piezas históricas siguiendo las huellas de tres historias que se conectaron en un momento. Hace diez años, en una práctica habitual de esa apropiación que él llama entender algo, repintaba una obra de Bronzino de un niño Médici, como cuenta el propio Max en un texto que también describe Baeza en el catálogo, “lo vi con ese orgullo de esa familia pero peludo, bestial”. Ese componente de bestia se asoció a la pieza La bella y la bestia de Cocteau que había visto y devino en serie que preparaba en ese tiempo. El mismo hilo lo conduce a mirar un catálogo de igual título, una muestra sobre el Renacimiento que se hizo hace unos años, donde aparecía un cuadro de Lavinia Fontana, una mujer artista hija de otro Fontana, que vivió en Bologna en el siglo XVI y retrató una niña de 12 años con hipertricosis heredada de su padre, cuya suerte fue grande al ser criado por un noble que lo hizo embajador y por esta razón él encarga el retrato de sus hijos peludos pero en particular esta niña “refinada y orgullosa” que le dispara completamente la curiosidad.
Es imposible sustraerse al relato de estas razones que van produciendo encastres entre una idea y otra, a partir de una imagen que impacta su interés. Vale narrarlo para dar inicio a esa mirada fisgona que nos hace asistir a esta puesta en escena de una colección donde todos tienen pelos, incluso nobles figuras como la de la Madonna del Prado de Rafael Sanzio. El procedimiento sigue una acción reiterada en su producción que denomina “rehecho y continuado” como un efecto de percibir aquello que puede interesarle especialmente para abrirlo a repensarlo como continuidad de un trabajo de reformulación de la pintura desde lo conceptual tanto como lo narrativo. Algo sucede cuando vemos estas piezas modificadas, algo que celebra otro tipo de recorrido y de mirada detenida en la indudable pericia de su oficio, de su apasionada lentitud para marcar otro sentido a aquellas piezas que pueden ser reconocidas mirando su historia de quinientos años que juega con el sentido que puede tener la pintura, como sucesión de una actividad ancestral cargada de improntas de las que Max es continuidad interesante.
Agrupadas en colecciones están las pequeñas piezas pintadas magistralmente, los calcos iluminados desde abajo donde sólo se recorta el cabello o la barba del personaje, incluso como parte de un movimiento sugestivo que recoge el tiempo superpuesto en la imagen, y las pequeñas reproducciones intervenidas que conforman una gran colección de piezas donde aparecen todos los nombres conocidos y que nos hacen a la vez ir en busca del original para seguir el juego.
Es una experiencia personal entrar en los significados que estas obras producen en el espectador. Seguro algunos pueden simplemente admirar su oficio, otros perseguir los originales o simplemente meditar sobre una colección que se ofrece como anacrónica y a la vez actualizada, cargada de otros señalamientos, transformada y sugerente. Como escribe Valeria Tentoni en el catálogo: “con una insolencia maravillosa, aquí se dedica tiempo a labores inútiles, menesteres que nadie prometió retribuir, que a nadie se le ocurriría reclamar” pero aun así “preferiría hacerlo”. Y de paso, hacernos cómplices de su entusiasmo.