Nota publicada online
Gestada por Graciela Arbolave, directora del el Museo de Arte Tigre y con curaduría de Tulio Andreussi director de la Casa Magda Frank, exhibe hasta fin de marzo del 2023 la muestra Magda Frank. Moderna y precolombina. Más de cuarenta esculturas en piedra, madera y bronce junto a dibujos de distintas épocas rinden homenaje a una artista que supo hacer de la adversidad su fuente de inspiración.
De contextura pequeña y frágil, Magda Frank vivió en las entrañas de una de las canteras más fría e inhóspita de Francia durante casi 20 años. Esta mujer sufrida, con una historia durísima de guerras, pérdidas y soledades pero, también, de convicciones profundas, encontró la felicidad al cumplir su misión y expresarla en el lenguaje universal de la escultura. Nació en la ciudad de Kolozvar, en la región de Transilvania, Hungría -hoy Rumania- un 20 de julio de 1914. Fue una víctima de la segunda guerra mundial y la Shoah que llegó a Suiza como refugiada junto con su marido. En los años 50 viaja a la Argentina a encontrarse con su hermano, único sobreviviente de la familia de una de las caminatas de la muerte. La errante Magda en 1995, luego de idas y vueltas entre Argentina y Francia, decide instalarse en forma permanente -hasta su muerte en 2010, a los 95 años- en lo que es hoy la Casa Museo Magda Frank, lugar donde se encuentra su legado.
La muestra en el Museo de Arte Tigre reúne 40 magníficas esculturas realizadas en piedra, bronce y madera y más de 70 dibujos y bocetos de obras -muchos de la Casa Museo y otros de importantes coleccionistas-, en un interesante recorrido que abarca las distintas etapas de su vida y obra y que está guionado por ella misma, ya que en la periferia de la muestra sus propios textos recopilados por Tulio Andreussi revelan sus reflexiones, su alma y su imperiosa necesidad de enaltecer el dolor: de encontrarle un sentido.
Frente a su escultura El hombre grande podemos percibir su dolor. Esta obra es quizás la última escultura figurativa que realizó en memoria de su hermano Bela.
En el centro de la sala dominan sus imponentes tallas de piedra, con formas antropomorfas y sus complejidades de luces y sombras. La suya es una escultura sustractiva en la que prevalece su intención de dejarlas lo más enteras posibles.
Sus maderas talladas son de los ’60, realizadas en un departamento muy oscuro en París y que fueron el resultado de sus bocetos para grandes monumentos realizados en piedra.
A lo largo de su vida, Magda Frank realizó más de 10 monumentos en Europa, muchos de ellos encargados por el Ministerio de Educación de Francia. Una serie de fotos documentan estos imponentes trabajos realizados a punta de cincel. A través de ellas puede comprobarse la fortaleza de esta artista de contextura llamativamente menuda frente a monumentalidad de la materia elegida y la felicidad que ella trasmite al hacerlo.
Como afirma Roberto Amigo en el texto del libro de Magda Frank que muy pronto se presentará en el Museo: “Magda Frank consideró que la escultura El hombre grande de 1957 era el “reflejo” de su alma, expresión de “una desesperación infinita”. La mirada al cielo de la figura, como en la fotografía arriba mencionada, afirma la pregunta existencial a Dios del porqué del sufrimiento humano. Frank pensaba que no debía “incitar al espectador a una caricia” sino que sus esculturas “debían acusar”. La materialidad y la gestualidad cumplían entonces la función de interpelar al espectador. Así, a pesar de su apariencia común en la factura rugosa es distante de las célebres figuras del suizo Alberto Giacometti (Stampa, 1901-Chur, 1966); ambos compartieron la conciencia del horror sufrido por el pueblo judío. El hombre de Giacometti camina con la certeza del desgarramiento inevitable de la muerte, sin girar su cabeza, ni detenerse. El hombre monumental de Frank se detiene con la mirada hacia la divinidad, su cuerpo realizado a la semejanza de su grandeza, pero sometido al sufrimiento, al abandono. El hombre grande representa la “muerte parcial” de Magda, tal como enseña el Talmud, frente a la “muerte total” de su hermano Béla. El sufrimiento individual que limpia el mal del mundo no implica el perdón: la escultura de Frank es la transformación del sufrimiento en precepto.
Las tallas de Magda Frank, desarrolladas desde los años cincuenta, se han considerado por los críticos como expresión del arte moderno, asociada a los lenguajes constructivos poscubistas y la simbología precolombina americana. Si esta lectura es correcta desde lo formal, no debe dejarse de lado que su elección estética carecía de afirmación en la autonomía de la forma, sino que su objetivo era dar respuestas a la ausencia de trascendencia del mundo contemporáneo. Frente a los cambios de la sociedad contemporánea, mantuvo la separación del arte respecto de los avances tecnológicos desde el privilegio del hacer manual: cargar la pesada caja de herramientas del escultor. El pensarse como eslabón de una tradición que se remonta a los orígenes del hombre debe ser entendido como un decir contemporáneo, existencial.”
Magda Frank es una artista universal que creció sin patria, sin familia, sin hijos y sin religión. Ella misma se consideraba una vagabunda que abandonó la cultura occidental -de sometimiento- para abrazar la cultura americana que conlleva un vínculo de igualdad, un diálogo parejo y estos simbolismos se trasladan claramente a su obra: la serpiente (la razón) y el colibrí (la espiritualidad) la elevan a un mundo nuevo.
Una muestra para recorrer y dejarse atravesar por todos estos sentimientos de una mujer que fue muy poco visibilizada y que dedicó su vida a la escultura como medio de expresión.