Nota publicada online
El MUAC tiene un motor maravilloso para atraer nuevos públicos con dos propósitos: ser una plataforma de excitación estética y fuente de emoción intelectual.
Casi todas las estructuras conmemorativas en el DF mexicano son enormes y de escala mucho mayor que la humana. Tal vez esa presencia de restos de unas culturas que construyeron grandes masas lleve a emularlas. Otra cosa notable es el uso extendido de la pirámide trunca o el bloque que se corta por una diagonal, cuestiones que retoman también una parte de las construcciones precolombinas que usan el escalonamiento y la diagonal para reforzar la idea de un volumen neto. Esta introducción sirve para hablar mínimamente del proyecto arquitectónico del arquitecto Teodoro González de León quien fuera designado para llevar adelante una arquitectura para albergar un museo contemporáneo que debía compatibilizar con el hecho de estar dentro de una reserva ecológica, la del Pedregal del Ángel. Es fabuloso lo que se ha hecho con la edificación, al punto que mientras uno recorre las salas es imposible ver el exterior, más si vas al piso más bajo puedes tomar un café o merendar suspendido en una plataforma vidriada que deja ver las rocas volcánicas, un espacio que combina exterior e interior donde vuelan mariposas enormes o caminan algunas lagartijas sin miedo.
Este escenario tiene un motor maravilloso para atraer nuevos públicos, diversificados socialmente con, entre otros, dos propósitos interesantes de destacar: ser una plataforma de excitación estética y fuente de emoción intelectual. Cuenta con un acervo de 1416 obras, posee un área de biblioteca Arkheia y 26 archivos documentales en crecimiento. Pero innova en un aspecto que vale la pena mencionar. El grupo de personas entrenadas para interactuar entre las obras y el público se integra en lo que llaman Área de enlace, son todos jóvenes que están no sólo para hablar de las obras, pueden tomar un reclamo, seguir a los grupos y ayudarlos a completar un recorrido, es decir no actúan como guiadas que recorren sino que pueden estimular mejor la interacción. Debo decir que son amables y muy bien entrenados y actúan en grupos de cuatro.
Todas estas referencias sirven para valorizar lo que está exhibido en este momento en el MUAC, en una distribución de salas enorme con luz cenital en el caso de Anish Kapoor, con variaciones de distinto tipo en el caso de Los Carpinteros. Dos muestras que toman algunos de los artistas claves que hoy lideran proyectos dentro del circuito del arte contemporáneo.
La muestra de Kapoor es un enorme logro del equipo negociador pues es la primera gran muestra individual del artista nacido en India pero nacionalizado británico que desde sus comienzos a principios de los ochenta supo hacer una alquimia especial combinando materiales, volúmenes, color y una manufactura excelsa transformando la escultura contemporánea en piezas que resultan inolvidables una vez percibidas. Los datos difundidos por el museo son reveladores del mega proyecto: 22 piezas que viajaron en 20 contenedores en dos barcos desde Reino Unido con un peso total de 560 toneladas que se distribuyeron en más de dos mil metros cuadrados por un equipo que trajo el propio Kapoor de casi treinta personas.
Casi imposible hacer una visita rápida. Hay una situación que experimenta el cuerpo y que agudiza todos los sentidos frente a las piezas que traman un recorrido por 35 años de su producción pero sin constituir una retrospectiva. Organizados en cuatro bloques temáticos, dan ocasión de jugar y sacarse selfies con las piezas de acero inoxidable pulido y con ciertas sutiles concavidades que producen refracciones y distorsiones varias, hasta situaciones en donde se percibe la necesidad de escuchar algún sonido que no está, pero como dice el artista coreano en el catálogo Lee Ufan: “la reacción que provocan las obras de Kapoor, de escuchar la ausencia del ruido es física”. Como pasa en la pieza My Red Homeland (Mi patria roja, 2003) donde una pieza cuadrada de acero se desliza casi imperceptiblemente alrededor de un disco que tiene una cera roja de una densidad fabulosa, que Kapoor denomina obras autogenerativas porque en la medida en que funcionan van produciendo su propia dimensión corpórea.
En otras salas, la fuerza combinada de Marco Antonio Castillo Valdes y Dagoberto Rodríguez Sánchez, cubanos de nacimiento que integran el colectivo Los carpinteros, una denominación que recupera esa habilidad manual que desarrollaron por vivir en una isla con pocos recursos. Hoy alternan entre dos culturas muy diferentes, como ellos cuentan “en Cuba pensamos y en España producimos obra”. Ocupan un espacio destacado también en la escena internacional. Dentro de la muestra hay una pieza distintiva, un faro caído. Ellos explican que es una réplica dos o tres veces menor del que existe en La Habana y que fue comprada por la Tate de Londres, quien mediante una negociación con el museo aceptó replicarla con la finalidad de instalarla en esta muestra y luego hacerla rotar por otras sedes. Otra de las piezas destacadas es una pieza de 17 metros de trajes colgados en perchas con sus camisas y sus corbatas, pero que están totalmente atravesadas por una perforación en forma de estrella de cinco puntas, la estrella roja de la revolución. Cuentan que la intención es un poco cruzar dos mundos, el empresarial y el del compromiso político, social y el activismo. Nadie deja de intentar asomarse a ese agujero perfectamente cortado para sentir esa medida del largo total de la instalación.
Pasan por aquí miles de personas por día, pero si desean dar una vuelta virtual hay una manera posible, entrar en la página: http://muac.unam.mx y deleitarse con las propuestas