Nota publicada online
Un piano patas arriba y tazas de porcelana hechas trizas, cartas de póquer antiguas, muñequitos en distintas escenas desmesuradas (uno regando una flor pintada en una taza, otra con una escoba barriendo un milímetro) y objetos, alhajas, una línea roja… En el inicio de ese desastre hay un minúsculo muñequito blanco con un hacho en su escala diminuta.
La nueva pieza está dentro de un capítulo titulado Tiempo e infinito y es un nuevo intento de Porter de reestructurar el orden de las cosas.
Una vez que salió del huevo cósmico, Pangu tomó su hacha gigante y dividió el yin del yang creando así la tierra y el cielo; para mantenerlos separados permaneció entre ellos empujando el cielo hacia arriba unos 18.000 años. Así explica la mitología china la creación del universo. Algo semejante sucede con la instalación que Liliana Porter (Buenos Aires, Argentina, 1941), presenta una instalación a gran escala creada site-specific para la 57ª Edición de la Bienal de Venecia. La obra se llamaEl hombre del hacha y otras situaciones breves, y consiste una serie de objetos múltiples ubicados sobre tres tarimas dispuestas en forma de “U”. Todo el universo Porter está presente, todos los personajes habituales en sus dibujos, grabados y fotografías se conjugan en situaciones diversas que tiene algo en común: la catástrofe. Si hay algo que Porter sabe hacer es narrar, basta que ponga un personaje junto a otro y ya se disparan historias en la cabeza del espectador, estas pueden ser de dimensiones históricas como el asesinato de John F. Kennedy, o domésticas como cuando al personaje dorado se le vuelca un balde de leche (así lo imaginamos, porque literalmente es pintura blanca). Por uno y otro lado hay cosas que se caen o se derraman, hay un exceso que no se puede controlar. El inicio de todo esto es ese hombre diminuto que descarga el peso de su hacha hacia el piso, ese hachazo, como el del Pangu, inicia el universo Porter.
Paradojalmente no parece iniciarse un proceso de construcción sino de destrucción, la artista construye su obra destruyendo objetos. Si tuviéramos que asimilar esta energía a un arquetipo, sin duda sería el Arcano XVI del Tarot, La Torre. El dibujo del tarot de Marsella muestra una torre cuyo extremo superior en forma de corona es derribado por un rayo que cae del cielo, mientras que un par de personajes se liberan del encierro y caen hacia la tierra. La corona es un símbolo de desmesura (hybrispara los griegos) que los dioses no pueden tolerar, y este es el espíritu que reina en toda la instalación de Porter, todo es desmedido, hay más cosas de las necesarias, y es fundamental hacer una limpieza (de hecho aparecen personajes haciendo esta labor). En el viaje del héroe (mito estudiados por Jung, Campbell y otros) hay un momento de desmoronamiento de las estructuras, algo inesperado que no siempre es bien recibido, sin embargo esa explosión deja que surja aquello que estuvo encerrado en la torre. Así como los taoístas dicen que en toda pérdida hay una ganancia y en toda ganancia hay una pérdida, al héroe (ese que vive su vida completa) le cabe la tarea de darse cuenta qué le dejó de positivo aquella catástrofe. La gran instalación de Porter está compuesta de pequeñas instalaciones, una desventura parece seguir a otra como piezas de dominó danzantes, sin embargo el conjunto es lúdico, sobrevuela una felicidad enorme, como si cada tragedia no fuera más que un paso de comedia.