Nota publicada online
Dos proyectos footográficos, Transitorio (1998-2000) y Sueños Vivos y Vidas Muertas (2002-2008), se exhiben den Foteca Latinoamericana de la artista Leonor Caraballo, falecida en 2015.
Frente al espejo, aún sin vestirse, apenas con unas medias red negras, Towa exhibe su cuerpo delgado mientras se pone su peluca blonda, lacia, larga. Luego, saldrá a bailar con su amiga Leonor Caraballo, autora de la foto en la que se la ve en ese momento íntimo, en su cuarto, y que integra Retratos de una ciudad en partes (1998/2008), en Fola, en el Distrito Arcos.
La exhibición reúne dos series que se exponen por primera vez en Buenos Aires. Transitorio, realizada entre 1998 y 2000, cuando Caraballo hizo fuertes vínculos en la comunidad LGBTQ, mucho antes de que se debatiera y sancionara la Ley de Identidad de Género, en 2012. Y la serie Sueños vivos y vidas muertas, que empezó cuando se fue a vivir a Nueva York, después de la crisis de 2001, y continuó cuando regresó a Buenos Aires.
Los trabajos y videos experimentales de Caraballo se expusieron en PS1 MOMA, en la Tate Modern, el Whitney y el Museo del Barrio, entre muchas otras instituciones. Participó en la Bienal de Cuenca (2007); en la de la Havanna (2009) y en la de Eslovenia (2013). En nuestro país, expuso en el Museo Nacional de Bellas Artes, en el Centro Cultural Recoleta y en la galería Ruth Benzacar.
Tras radicarse en Nueva York, Caraballo se casó con el antropólogo y escritor Abou Farman Farmaian, co-curador de esta muestra junto con el fotógrafo Esteban Pastorino. Con Farmaian, formó el dúo Caraballo-Farman, un colectivo artístico que recibió apoyo de New York Foundation for The Arts Fellowships, Guggenheim Fellowships, Lower Manhattan Cultural Council, entre otras fundaciones y centros de arte.
Con su cámara, Caraballo capturó escenas privadas de travestis y drag queens. Están Mirella, Cindy y Bianca La Vogue, una performer y figura reconocida del under porteño de los años noventa, que falleció en 2018. Las fotografió en su estudio, en boliches y en las pensiones donde vivían, en Constitución. En la zona Roja las fotografiaba a ritmo vertiginoso: tenía que estar alerta de la llegada de la policía.
Este trabajo, que se inició como un ensayo fotográfico –y que tenía un fuerte interés social por las condiciones que en ese momento padecían las travestis– devino en amistades potentes. Con Brenda iba a bailar tango a la Ideal, la acompañó al cumpleaños de ochenta de su madre y dejó memoria fotográfica de aquel día. A Karen la fotografió con su novio y los hijos de él, en la puerta de su pensión: acaso el inicio de una nueva familia. “Leonor siempre iba primero a conocerlas, pero no era una cuestión estratégica. Después de sacar las fotos, les llevaba una copia firmada. Continuaba la relación, la invitaban a las fiestas y a los cumpleaños”, recuerda su amigo Juan Pablo Queiroz, quien la puso en contacto con travestis y drag queens. “Un día en que estaba tomando fotos hubo un operativo en Godoy Cruz. Llego la policía, y había también un fiscal que empezó a tomar fotografías como pruebas. A Leonor le tomó fotos desde lejos, y cuando se le acercó, Leonor disparó su cámara en la cara del fiscal. Hubo una discusión muy tensa que casi termina en detención”, recuerda Queiroz, que estaba con ella ese día.
Hay un amoroso cuidado en esas tomas de travestis y drug queens en la intimidad de sus cuartos de pensión. En las poses se evidencia que hay complicidad y empatía entre la artista y las retratadas. Aún en las fotografías de situaciones más íntimas – como una escena en la que se ve a Towa sentada en el inodoro y que recuerda a una foto de Nan Goldin– prima la intención de exaltar la imagen de su modelo: impera la mirada estetizante.
Sueños Vivos y Vidas Muertas, la otra serie de la artista que se exhibe en Fola, alude auna transición ineludible. Meláncólica, despojada, el ensayo incluye escenas de muñecas desmembradas, retratos tomados en el cementerio de Chacarita de personas que llevan flores al sepulcro, maniquíes que parecen cuerpos amputados (estas fotos fueron tomadas en un taller del conurbano donde trabajaban inmigrantes). Hay también fotografías de hoteles, confiterías y teatros de la ciudad. La mirada de Caraballo tiene la singular capacidad de transforma esos sitios: es como una polis ficcional. Detenida, extraña, irreconocible.