Nota publicada online
La Colección Daros Latinoamérica de Zurich, inaugura su sede en Botafogo. Luego de siete años de reformas, la organización suiza, se instala en Brasil con una primera exposición de artistas colombianos. Al parecer, la segunda muestra, será de Julio Le Parc.
Río de Janeiro - La Casa Daros, un imponente centro de arte de origen suizo, acaba de abrir sus puertas en el barrio de Botafogo. La Colección Daros de Zurich comenzó a reunir obras de arte contemporáneo latinoamericano en el año 2000. Desde entonces no ha parado de crecer. Hoy, con 1160 obras de 117 artistas contemporáneos de Latinoamérica y más de 3500 publicaciones, la Colección Daros Latinoamérica, impulsada por el curador Hans Michael Herzog, es la más importante de Europa en la materia y aspira a brindarle a nuestro arte una proyección internacional.
Hace siete años Daros compró en Río de Janeiro un edificio del siglo XIX, más de doce mil metros de un eclecticismo estilístico que conjuga la arquitectura neoclásica y colonial. La restauración implicó un trabajo complejo y sofisticado, además de una inversión total de 83 millones de reales. Una hilera de soberbias palmeras imperiales de 40 metros de altura escolta la Casa. En el frente hay una estatua de Nuestra Señora de las Gracias; luego, la escalinata de piedra y la solidez de los muros, acentúan la sensación de ingresar a una fortaleza. Una fortaleza cuya finalidad es preservar y estudiar el arte de nuestro tiempo.
La muestra inaugural, “Cantos Cuentos Colombianos”, exhibe obras pertenecientes al patrimonio de Daros de diez artistas de ese país: Doris Salcedo, Fernando Arias, José Alejandro Restrepo, Juan Manuel Echavarría, María Fernanda Cardoso, Miguel Ángel Rojas, Nadín Ospina, Oscar Muñoz, Oswaldo Macià y Rosemberg Sandoval.
“Los lazos que unen a los artistas de Latinoamérica son débiles todavía, y uno de los objetivos de la muestra es dar a conocer el arte colombiano, sobre todo en Brasil, donde su presencia es escasa, para establecer una comunicación y una sinergia que todavía no existe", observa Herzog, curador de la exhibición. Pero lo cierto es que el conjunto de obras del patrimonio de Daros reunido en la exhibición logra cortar el aliento. La muestra pone en el candelero la presunta capacidad del arte para movilizar la conciencia.
En el ingreso a la Casa hay un ataúd realizado por Fernando Arias con encastres de las piezas Lego. El féretro ostenta los colores de la bandera colombiana, rojo, amarillo y azul. Al minimalismo del material, un juego infantil, se contrapone el maximalismo del contenido, una perfecta línea blanca atraviesa el ataúd, la raya de blanca de cocaína que el artista diseñó sobre ese cofre para los muertos.
La obra de Arias resulta inquietante. Pero la violencia que atraviesa toda la muestra queda literalmente al desnudo al ingresar a la sala donde Miguel Ángel Rojas exhibe los 12 retratos de su “David” colombiano. La visión de esas fotografías de un soldado con una pierna mutilada por una bomba, resulta tan dolorosa y perturbadora que trasciende lo meramente artístico, aún cuando esta cualidad específica está acentuada por la abierta relación que establece el autor con el “David” renacentista. Este personaje casi adolescente, “carne de cañón en una guerra que nos afecta a todos”, como afirma Rojas, parado sobre su única pierna y reiterando como un fantasma la pose clásica de un icono de la historia del arte arraigado a nuestro inconciente, se vislumbra como una aparición. El personaje fotografiado en tamaño natural, ejerce una poderosa atracción con su monumental cercanía. A la fascinación que provoca la belleza extrema del desnudo, se contrapone no obstante, la aberrante y escalofriante exhibición de esa figura mutilada. La imagen se vuelve intolerable, pero resulta imposible dejar de mirar las doce encarnaciones del martirio.
El arte de Colombia está arraigado al contexto de una situación histórica particular y a las condiciones sociales de excepción. Herzog aclaró que “el arte por el arte”, no está presente en la selección, aunque sostiene que eludió “el estereotipo“ del arte político. Pero la muestra ostenta la mayor intencionalidad política, sencillamente porque las obras reunidas con ojo certero, alcanzan una visibilidad que nunca disfrutaron. A nadie escapa que un buen curador es como un director de orquesta, sabe cómo mostrar el arte para que se vea y se entienda.
Nacido en 1946, el artista Juan Manuel Echavarría estaba en Brasil para hablar de la historia de su país y de sus delicados juegos estilísticos. Con los huesos de gente anónima dibujó bellos y poéticos ramos de flores. En las canciones de las víctimas de Echavarría resuena el horror de las masacres, como una letanía que se reitera para tornar soportable lo insoportable. Su video “Guerra y Pa’“, con un loro que aprendió a pronunciar la palabra “guerra“ y el otro incapacitado para nombrar siquiera la “paz“, el mayor deseo de los colombianos, deparó un moderado momento de respiro en la exposición. Al igual que las irónicas esculturas de Nadin Ospina, quien modela a los Simpson con la técnica del arte precolombino, o la corona de espinas de María Fernanda Cardoso, que enhebra una a una sus largatijas.
Por su parte, Restrepo investiga las cartas de Hegel y sus despectivas opiniones sobre América, continente que el filósofo nunca pisó. Luego confronta el texto con la dimensión prodigiosa y real del cocodrilo americano, ejemplar buscado para los Gabinetes de Curiosidades. “Aquí el empírico lucha cuerpo a cuerpo con la teoría“, y acaba por desarmar las categorías impuestas por el Viejo Continente con la instalación de un metro. Un extenso campo de bananas, terreno ligado a las masacres, configura la instalación de Restrepo, “Musa paradisíaca“. De cada bananero cuelgan pantallas que transmiten las escenas de violencia que desde los primeros administradores extranjeros hasta casi la actualidad transcurrieron en ese paisaje. El injerto tecnológico ajeno a un lugar presuntamente “exótico“, provoca un extrañamiento que induce a la confrontación política.
Doris Salcedo exhibe un armario sellado que contiene otro también bloqueado y que es metáfora de lo impenetrable e irreversible: de un lugar que no ofrece salida ni retorno posible.
La condición del arte para crear ficciones y generar la credibilidad del espectador al mirar la escena que transcurre frente sus ojos (aunque suele saber que no esta ocurriendo), queda suspendida en varios momentos de la muestra. La ficción queda de repente interrumpida. La vida real avanza en ese mundo encapsulado de las salas de exposiciones, con obras que tienen la capacidad de tornarse creíbles, capaces de contar verdades.
Los relatos siempre han sido un eficiente vehículo para conocer la verdad. Siempre hay alguien que expresa la urgencia de narrar el mundo y, los artistas suelen, en ocasiones, condensar sus relatos en una sola imagen. “Los seres humanos están interesados en dos cosas. Están interesados en la realidad y en contarla”, decía Gertrude Stein.
Todo empalidece después de estas visiones del mundo. La muestra ha logrado quebrar la amnesia; “la gente que se vuelve insensible ante tanta barbarie”, observa un artista. A partir de allí, los objetivos de la Casa Daros de Suiza, uno de los países más civilizados del mundo, adquieren una dimensión diferente. En el siglo XXI las utopías parecen un sueño lejano, pero surgen el interrogante sobre el poder del arte para ayudar a torcer un destino adverso.
“Arte, educación y comunicación”, son los ejes del programa que enunció Isabella Rosado Nunes, directora de la sede de Río de Janeiro. Eugenio Valdés Figueroa, director de Arte y Educación, presenta la muestra “Para (saber) escuchar”, donde se plantea que “la gente no quiere más centros culturales ni museos, la gente quiere trabajar para entender”. Ambos informan que el artista argentino Julio le Parc presentará la segunda muestra de la Casa.