Nota publicada online
¿Somos sólo un cuerpo? La pregunta flota en el aire mientras recorremos la muestra de Julio Lavallén en Galería Perotti.
Son veinte obras en las que, sobre fondos en los que la pincelada resbala creando una atmosfera evanescente, dos cuerpos se lanzan desafiantes al espacio formando poses casi imposibles que provocan emociones opuestas: Alegría y tristeza, temor y certeza, ira y sorpresa, pureza y lujuria. Todo está allí, nuestras luces y nuestras sombras, sugiriendo un ritual o una danza inquietante. Y es que los cuerpos que pinta Lavallén trasmiten pura pasión; el erotismo y la sensorialidad se escapan, danzantes, de las telas alcanzando al espectador sin pudor ni disimulo. Porque, no son sólo cuerpo, sino cuerpo y alma.
Lavallén conoce su oficio y lo ejerce con toda la energía de la que dispone. “Mis cuerpos, los cuerpos alterados que pinto, pretenden emocionar, por eso no me ajusto a la fisiología anatómica conocida. Son cuerpos inhumanos, construidos para inquietar.” afirma el artista a quien le interesa la música, el teatro y el ballet contemporáneo, que trabaja con acróbatas y bailarines como modelo. De las artes marciales aprendió a crear en estado de meditación.
Desde que volvió de España en el 2000 dirige su taller particular en el que aplica estos conceptos y enseña que el verdadero artista nace y se hace; debe combinar intelecto y emoción con el oficio, que es el que finalmente brinda la libertad.
Siempre interesado en proyectos sociales, desarrolló en 2001 en su Concordia natal un taller de artistas y desocupados en el que se producían juguetes de hojalata. Hoy sueña con replicarlo en Salta donde eligió vivir con María y sus tres pequeñas hijas.
“El arte adquiere importancia cuando somos conscientes de que a través de él nos iluminamos y se nos revela una certeza que ya intuimos. El cielo -donde quiera que estemos- comienza a ser cielo a pocos centímetros de nuestros talones”, concluye.