Nota publicada online
Julia Padilla presenta una serie de esculturas realizadas especialmente para esta exposición curada por Javier Villa. Se trata de estructuras híbridas surgidas del ensamblaje de materiales industriales en desuso con elementos orgánicos.
Argentina genera, de acuerdo a un artículo publicado por el diario La Nación en mayo del corriente año, aproximadamente 49.300 toneladas diarias de residuos. Esto equivale a unas 18 millones de toneladas anuales. La producción de bienes, riquezas y por extensión de subjetividades, posee una contracara ineludible, un complemento forzoso: la producción de residuos, sobras, excedentes. Ahora bien, en tanto restos, no restan, persisten, se transforman de las más diversas maneras: como agentes contaminantes del medio ambiente, como elementos para ser reciclados y reinsertados en el mercado, como materia prima para la más básica supervivencia o, como materiales disponibles para su usufructo poético.
En esta última instancia es posible inscribir el abordaje que Julia Padilla (Buenos Aires, 1991), realiza sobre esta categoría de objetos. Su sensibilidad se encuentra atenta a la dimensión que posee lo residual en la vida colectiva. Si se tiene presente que la etimología del término investigar remite avestigium (huella, ruina), las claves de la investigación que lleva a cabo la artista sobre los desechos se remontan al interior de las perspectivas que en potencia son capaces de expresar, traspasan la clausura de su función original ya obsoleta y sacan partido de las posibilidades de conjugación y de transformación de todo tipo de materialidad. Al hacerlas volver a ver, al hacerles despertar otras valencias, las hace existir de otros modos y cobran más espesor sus nuevas realidades.
Para aclarar la estrategia adoptada por Padilla, de acuerdo a lo que expresa el curador, Javier Villa, ella “decide inmiscuirse en los materiales como una insecta, ya sea con la precisión de una abeja que rodea la flor para luego lanzarse a libar su polen y así transformarlo en alimento, o con la ansiedad de una mosca que circula alrededor de la podredumbre para generar allí, nueva vida”. Imaginar devenir en una entidad no humana, practicar otros rangos receptivos para metabolizar lo adquirido y propiciar la mutación del entorno.
La confluencia de la desfamiliarización de los objetos y de la desautomatización de la percepción confluyen como dos intenciones operatorias simultáneas puestas en marcha en Insecta. Cuesta reconocer, en ese tumulto de superficies blandas que se extienden, se contraen o se envuelven por el espacio de la sala, como si de una especie vegetal exuberante se tratara, los restos de neumáticos o de otros productos. Entre ellos se observan protuberancias y cañerías, orificios y rugosidades carbonizadas, imbricaciones anómalas, reminiscencias de vida animal; todos desplazamientos, líneas de fractura de los convencionalismos del mundo que conforman una auténtica autopsia de la vida cotidiana de la sociedad postindustrial.
Las formas heteróclitas que se encuentran en esta exposición están animadas por fuerzas históricas, económicas y afectivas, no son una acumulación de materia inerte. Requieren, por parte de quien las vivencie, de una disposición aguda de la memoria y de una apertura perceptiva y sensorial poco usuales que, en el mejor de los casos, también provocará una rectificación de lo que se considera residual.
Insecta podrá visitarse desde el 11 de julio a las 18h hasta el 17 de noviembre, de martes a viernes de 13.30 a 22h y sábados, domingos y feriados de 11.15 a 22 h en el Centro Cultural Recoleta (Junín 1930) con entrada libre y gratuita.