Nota publicada online
“Dioses Invisibles”, una instalación del consagrado artista cordobés Hugo Aveta que indaga en los modos actuales de percibir el espacio y el tiempo. Esta obra compleja y onírica, en la que convergen el dibujo, la fotografía, la escultura y el video, cuenta con la curaduría de la directora artística del MUNTREF, Diana Wechsler, y la interlocución creativa de Adriana Carrizo.
Todos, de alguna u otra manera, creemos en presencias que no son de este mundo. Un dios, casi por definición, representa una suerte de figura sobrenatural portadora generalmente de poderes de cierto tipo que operan condicionando, y hasta determinando, las vidas de todos los reinos animales y vegetales sobre la Tierra. Y me atrevo a aventurar que aún quienes dicen no creer, pueden a veces sentir de una forma muy visceral, determinadas energías, auras de las cuales no pueden dar cuenta.
La muestra Dioses Invisibles, un Ensayo en el Espacio del artista cordobés Hugo Aveta en el Hotel de los Inmigrantes, cuenta con la destacada mirada curatorial de Diana B. Wechsler, quien acentúa el eje ya marcado por las propias obras girando, cual agujas de reloj, en torno al tema del tiempo. Tal como Cronos indicaría -que dicho sea de paso, ese nombre lleva una de las piezas claves de la muestra- el tiempo se manifiesta como centro regulador de la experiencia vital que todos transitamos, sin embargo en la propuesta de Aveta, rige un tiempo fragmentado, no mensurable linealmente sino que surge y se construye a partir de una crisis absoluta de certezas, instaurándose como un nuevo orden. El texto curatorial nos deja entrever que el silencio, los pasos del espectador que se superponen en el recorrido a un sonido perturbador -el del polvo interactuando con el viento-, conforman un oxímoron per se: es el ruido silencioso que raspa el oído, que lo corroe en su circularidad constante, incesante, infinita el que sumerge al público en un mundo de imágenes densas con oscuros brillos como destellos de luz en medio de un escenario solitario, donde las composiciones monocromáticas de cada una de las obras, aportan a crear una atmósfera de una extrañeza formidable. Y no es necesariamente un territorio post apocalíptico, sino incómodamente otro, de una naturaleza otra, habitado por seres reconocibles pero en actitudes y acciones confusas, un territorio gobernado por otros dioses, tan desconocidos que ni siquiera los podemos nombrar porque no los podemos pensar.
Con citas directas al historiador de arte Georges Didi-Huberman, la muestra pone en jaque esos tiempos medidos con relojes, un tiempo que fluye en una dirección que permite seguirlo y, en base a su promesa de certidumbre, organizar nuestras tareas. Dice la Curadora: “Tomando como punto de partida la imagen del reloj de arena, Aveta revisa la experiencia actual del tiempo múltiple, poroso, complejo”. En este punto es donde se establece la conexión con Didi-Huberman cuando desarrolla su lectura de las imágenes como anacrónicas, introduciéndose en un escenario disruptivo de un tiempo que no podemos aprehender como estamos acostumbrados, desestabilizándonos y obligándonos a repensarnos. Instalaciones, esculturas, videos, dibujos producidos entre 2021 y 2022, refuerzan la supremacía de una pieza que se revela, paradójicamente, atemporal: nos referimos al video Ante el tiempo de 2009, obra que, una vez más, vuelve sobre la figura de Didi-Huberman ya desde el título. Ante el tiempo cuestiona las lecturas dogmáticas que tenemos del tiempo, regidas por la experiencia del propio ser humano ante él. Lecturas que nada parecieran tener que ver con la realidad que atravesamos donde no hay dispositivo ni mecanismos que pueda medir el tiempo como un todo. Es una obra que presenta la aterradora sensación de pérdida de control sobre un tiempo que se escapa -y es casi lo único que no se recupera-, una imagen que nos vincula con lo irregular, la efímero, el azar. Me cuenta Hugo: “Ante el tiempo” es la pieza central de la exposición, es la que dirige la orquesta. Me fascina el tiempo, su capacidad de mostrarnos la finitud, ese final que percibimos y que se manifiesta sutilmente cuando tratamos de captar algo de él. En esta pieza todo se diluye en la porosidad de un espacio, la materia arena es absorbida por alguna fuerza externa, algún Dios invisible la aspira, el Dios del arte quizás…y en esta acción estamos ante un tiempo que siempre amenaza con terminar. Así de alguna manera captamos algo de él mientras se escurre aleatoriamente y nos introduce en un especie de mantra penoso que, como un espejo, nos devuelve nuestra percepción de finitud. Todas las imágenes de la exposición dialogan con esta pieza, se citan unas a otra y así entramos a un recorrido donde lo humano existe en su ausencia, en sus actos, donde el hombre deambula entre ellas como especie, como una más entre tantas”. Enorme, soberbia, la obra que marca el ritmo de la instalación inmersiva Dioses Invisibles, lo hace desde un lugar muy curioso, ubicada al final del recorrido como un punto de llegada. Pero no representa ella, para mí, la luz al final del túnel, no es la respuesta a las preguntas, no es un lugar de descanso, sino nuestro reflejo en las entrañas más profundas de la caverna que nos alberga a todos como especies, la oscuridad creadora que todo lo gesta.
Muy interesante es la mirada de Adriana Carrizo, quién actúa como interlocutora creativa, porque ella vincula la obra de Aveta con la dinámica de los sueños. Entonces establece un hilo conductor directo entre el universo lúdico, único y personal del artista con el inconsciente colectivo de una sociedad mundial atravesada por tiempos bisagra, de quiebres, fracturas y derrumbamiento de verdades incuestionables. En ese marco, se inscriben las obras que participan de la instalación, en una suerte de “visión fantasmagórica”, al decir de Carrizo. Allí, en medio de la falta de un registro espacio temporal ordenado, se da lugar a la aparición de dioses que no vemos, que manejan otras temporalidades, que se sienten a gusto deambulando en los intersticios, que es en la falla donde encuentran su mejor versión para fluir y que se manifiestan plástica y visualmente en múltiples soportes que dan vida a una muestra que vincula al espectador directamente con la morada de los espíritus olvidados, aquellos que solo lo visitan en su propia oscuridad y que aquí el artista trae al primer plano y los revela en plena vigilia. ¿Cómo hacerse el distraído entonces?
Cuando el filósofo Giorgio Agamben define lo contemporáneo en “¿Qué es lo contemporáneo?, en Desnudez (2009), dice así: “(…) contemporáneo es aquello que mantiene la mirada fija en su tiempo, para percibir, no las luces, sino la oscuridad. Todos los tiempos son, para quien experimenta su contemporaneidad, oscuros”. Es como aquel “hombre de su tiempo”, parafraseando a Charles Baudelaire porque es entonces el contemporáneo aquel que puede vivir su época, su tiempo, sin que las luces lo cieguen, es aquel que se sumerge de cabeza en la oscuridad y la hace carne, la escucha y se deja atravesar por ella y, como dice Agamben, “recibe en pleno rostro el haz de tiniebla que proviene de su tiempo”. El contemporáneo que vive la luz y la oscuridad de su tiempo es aquel que la pone en crisis los espacios de confort, ejerce relecturas y enriquece la historia haciendo aportes inéditos. Para mi humilde mirada al menos, he aquí una definición que bien le cabe a la obra de Hugo Aveta en general y a Dioses Invisibles en particular. Un manifiesto desgarrador sobre los tiempos incontrolables que nos controlan y desde donde habrá que emerger, a como dé lugar.