Nota publicada online
El Hotel Balneario de la laguna santafesina de Melincué, funcionó entre los años treinta y setenta como un lujoso hospedaje de la sociedad argentina. Inaugurado en 1933, el hotel fue un lugar de reunión y banquetes que quedaron bajo el agua por el crecimiento del caudal de la laguna. Las variaciones de agua en Melincué son causa de permanentes inundaciones que dificultan el normal funcionamiento de la región. Este hecho natural, es explicado por algunos habitantes de Melincué y pueblos de alrededor desde un discurso mítico: Antes de la Campaña del Desierto inciada en 1879, un amplio sector de las tierras pampeanas, estaba habitado por indígenas organizados en cacicatos. Uno de los jefes de estas unidades políticas, era el cacique Melín que vivía con su mujer, Nube Azul, y su hijo Cué, en las orillas de la laguna santafesina. En un viaje militar, Melín y Cué fueron asesinados, lo que causó que la mujer, maldijera para siempre la Laguna Melincué. Este mito, se instaló como un fantasma en la destrucción del Hotel Balneario, que hoy aparece como un islote de cemento y ladrillos en el medio del agua.
Mariana Bersten, a partir de la beca del Fondo Nacional de las Artes, se propuso investigar y fotografiar los fantasmas de los pueblos argentinos: los relatos que germinan en la cultura de cada lugar y se instalan como un hecho difícilmente discutible. Gualicho es la primera serie de fotografías de estas ánimas del imaginario colectivo que Bersten retrató en los restos del hotel de la Laguna Melincué. Los habitantes de la zona aseguran escuchar ruidos que provienen de aquella construcción. Son ruidos de gente celebrando; aquellos turistas que en el esplendor del Hotel Balneario asistían a los grandes banquetes malditos por Nube Azul. La laguna se apoderó del hotel y, más allá de alguna explicación fáctica, el mito supera a la realidad. Mariana Bersten entonces, visibilizó esos espíritus que festejan ya por inercia: retratos en pequeño y grande formato, de personajes encarcelados bajo el gualicho. Con trajes y vestidos que en algún momento fueron ostentosos. Maquillaje, sombreros y restos de alguna celebración. El relato popular los inmortalizó allí, festejando sin poder detenerse.
Si bien es una historia de espíritus, no es una historia de terror. La serie de fotografías de Bersten, no aparece atemorizante, sino como una visibilización de la construcción de un relato. Ese gualicho que se instala y difunde desde la laguna de Melincué, y llega hasta el Espacio El Mirador, que, desde su esquina, observa el Parque Lezama, misterioso, inmenso, y también fantasmático.