Nota publicada online
Casa Tomada es la primera exhibición retrospectiva de Gaspar Libedinsky. La muestra, que reúne más de diez años de producción de este artista y arquitecto argentino, propone un recorrido inmersivo e interactivo por los salones, patios y jardines del museo.
¿Cómo invadir lo intocable? Ese fue el desafío en el que Gaspar Libedinsky empezó a trabajar con su equipo de colaboradores cuando fue invitado, hace tres años, a desplegar su obra en las salas del Museo Nacional de Arte Decorativo. Libedinsky es artista, pero también es diseñador y arquitecto, de modo que comprendió en el acto la dificultad que tenía por delante y las restricciones que le imponían el espacio neoclásico francés del Palacio Errázuriz Alvear y su acervo patrimonial: nada podía tocarse ni ser modificado en la casa museo. Disponía de todo el espacio: todos los salones, los dos subsuelos y el extraordinario jardín se le abrían para acoger las obras de su retrospectiva -hechas de plumeros, escobillones, cajones de fruta y verdura, trapos de limpieza y hojalata- pero nada podía ser movido ni modificado. Ni las paredes, ni el piso, ni el mobiliario, ni las piezas de su colección.
“Toda la obra tenía que estar en diálogo con el acervo patrimonial -dice Libedinsky-, pero aquí todo es intocable. Esto no es un cubo blanco como el Malba o el Museo Moderno, esta es una muestra que sólo es aquí y ahora. Sólo existe acá, por tres meses. Nunca se repetirá en otro lado. En otro lugar, aun con las mismas obras, sería otra muestra completamente diferente. En esta casa museo todas las obras tienen que ser autoportantes, no se puede colgar de las paredes ni tocar el piso ni colgar del techo”.
Primero la pandemia y luego el cierre temporal del MNAD -dispuesto a principios de este año debido al robo hormiga de veinte piezas de su patrimonio- postergaron hasta el 20 de mayo la inauguración de la muestra, pero el artista prefiere ver lo que hay de positivo en ese retraso: fueron tres años para madurar esta muestra con Elia Gasparolo y Robert Paredes, sus colaboradores más cercanos, y el numeroso equipo multidisciplinario de su taller.
La obra que recibe al visitante en el patio del museo, junto a la puerta de entrada, se titula “Monumento al hombre común” y está en sincronía con los tiempos políticos y sociales, que determinan en todo el mundo la inestabilidad de monumentos hasta hace poco presuntamente perpetuos. Sobran en los últimos años ejemplos de esa nueva fugacidad: en Buenos Aires, el de Colón fue movido de su emplazamiento frente a la Casa Rosada y trasladado a un nuevo sitio en la Costanera Norte, y el de Juana Azurduy, destinado a reemplazarlo, se levantó finalmente frente al CCK. En el mundo, con las más variadas argumentaciones, fueron removidos o desplazados -cuando no directamente derribados y destruidos- monumentos de figuras antes incuestionables. El “Monumento al hombre común” de Libedinsky, una pirámide de 9 metros de altura hecha con 19 trajes de vestir comprados al Ejército de Salvación, lleva implícita esa precariedad desde su concepción. “Son trajes que fueron usados en Buenos Aires -cuenta Libedinsky-, que tienen su historia, que caminaron las calles, que fueron donados y pasaron a ser una pila de ropa en el Ejército de Salvación en Pompeya. Yo los recuperé y ahora tienen esta nueva jerarquía, se reorganizan con esta especie de arquitectura de castillo humano. Es un monumento que cabe en una valija, cuando los tiempos lo necesiten se va a otro lugar en una valija. Ahora está erguido y triunfal, pero es un monumento performático: cada tanto, tiro de una soga y lo dejo colapsar. Hay una belleza en su construcción y una belleza en su colapso. En el colapso los trajes actúan como paracaídas, haciendo que la caída sea controlada, pasa de tener toda esta estructura con esta clara jerarquía a ser una pila de ropa”.
En la siguiente obra, un móvil que rodea la escultura “La noche”, de Joseph Pollet, en el centro de la Antecámara del palacio, se ve un poco el espíritu de la muestra: invadir, dialogar con las obras, pero al mismo tiempo acariciarlas -explica Libedinsky- en un juego de cierta sensualidad. Varias criaturas hechas con aluminio de latas de Coca Cola, mezcla de pájaro, murciélago, mariposa y libélula, revolotean de forma envolvente en torno al cuerpo desnudo de la mujer. “Intocable”, el título de la obra, parece aludir solo a ese cuerpo sino también a las restricciones con que trabajó el artista en el espacio del museo.
El piso de madera del espectacular Gran Hall está cubierto casi enteramente por “Arrecife”, una trama color coral hecha con miles de cerdas plásticas de escobillón sobre la trama del parquet. El visitante camina como en un laberinto marino por los espacios libres entre los “corales” en una experiencia inmersiva que se transforma en contemplativa cuando sube a las plantas superiores del palacio y ve desde los balcones el inmenso dibujo que forman las cerdas dispuestas en macetas de plástico sobre el piso. “Yo no soy pintor ni pretendo serlo, pero esta es una obra pictórica de un paisaje de 400 metros cuadrados”, asegura el artista.
En el Salón Comedor el artista reemplazó la mesa original por otra hecha de puertas. La obra se llama “Banquete” y es en sí misma un dispositivo arquitectónico: a medida que uno abre o cierra las puertas de la mesa, reconfigura el espacio, creando sectores más públicos, más sociales o, por el contrario, más íntimos. En el mismo salón hay varias obras de la serie llamada “Kunstformen der Natur” (Formas artísticas de la naturaleza), piezas como cuadros donde el color no está dado por pinceladas de pintura sino por cerdas de escobillón, como en “Arrecife”. Sin pintar, Libedinsky encontró cómo podía ir ordenando y modelando entre acrílicos las cerdas para generar su acto pictórico.
Los materiales de limpieza son centrales en otras obras: con plumeros Libedinsky creó dos grandes avestruces exhibidas delante y a los lados de una escultura de Rodin. Y en el Salón de Baile diferentes trapos de limpieza se convierten en doce elegantesoutfitsmasculinos: un traje gris hecho con trapo de piso recuerda el emblemático traje de fieltro de Joseph Beuys. Trapos rejilla de los que se usan para lavar autos son ahora un traje sport como para ver un partido de tenis en Wimbledon. Repasadores de cocina se convierten en remera tipo Lacoste... Libedinsky habla del “deseo intrínseco del trapo por ser prenda”. Y agrega: “Esto tiene su origen en eltrapitode 2001, que logró generar una nueva identidad urbana con una máxima economía de recursos. El trapito en mano te hacetrapito. El trapito como bandera colonizadora del espacio es el uniforme más minimalista jamás creado. Un trapo del ámbito doméstico puso el umbral hacia lo público y empezó a operar. Estos son hipotéticos trajes detrapitos”.
Trapos, escobillones y plumeros ahora tienen ahora un lugar estelar en el Palacio Alvear Errázuriz, una arquitectura donde -lo mismo que hoy en nuestras casas- la de servicios siempre era una parte marginal, secundaria, escondida.
Lecturas semejantes -y otras con profundos sentidos políticos- es posible hacer de cada obra exhibida en la muestra de Libedinsky, que abarca obras producidas entre 2010 y 2022. Pero el artista se apura en aclarar: “En el taller hacemos un esfuerzo muy importante para que la primera relación con cada obra sea emocional, prácticamente desintelectualizada, apta para todo público. Por 'desintelectualizada' me refiero a la atracción que siente un niño por un globo rojo. Intentamos que la primera reacción del espectador sea absolutamente emocional. Eso no quiere decir que no tenga infinidad de capas de información. Pero la capa política de la obra, que todas la tienen, nunca está adelante. Porque eso inmediatamente divide, posiciona y cierra”.
“Casa tomada”, de Gaspar Libedinsky, se exhibe en el Museo Nacional de Arte Decorativo,
Av. Del Libertador 1902, hasta el 14 de agosto.
Horario: martes a domingo de 12:30 a 19. Gratis.