Nota publicada online
Un recorrido íntimo por piezas pequeñas y grandes obras que dialogan con dos grandes maestros, recorren la historia de dos mujeres muy bien instaladas: Gachi Hasper y Mariela Scafati, extendida a fines de abril.
La muestra en las salas Del Infinito tiene todos los momentos que una desea recorrer, piezas más actuales junto a las que quedaron en el taller luego de una muestra recordada, las que fueron apareciendo por viajes o recorridos personales y en ese juego de apariciones, Manuel Espinosa y Raúl Lozza interactuando entre ellas.
Estos merodeos salen de la mano de un curador que conoce muy bien la escena local sin ser argentino. Cyroulnik tiene fijos sus sentidos en conocer más y mejor a los artistas cuando regresa periódicamente al país. Hemos visto sus propuestas -amplias y con cierto grado de osadía- que significaron señalamientos identitarios muy singulares viniendo de los ojos de un extranjero. Hace hincapié aquí en la tradición honrosa de los abstractos argentinos y enuncia lo que puede ser una continuidad bien contemporánea en donde el plano de color, el juego de las formas puras y la celebración de un buen acuerdo entre figura y fondo son sin duda continuidades visibles.
El mismo texto ya las celebra como “dos grandes damas de la abstracción argentina”. Pero aquí aparecen otras estaciones dentro de sus recorridos formales con una serie de perspectivas que a veces quedan en segundo lugar por las obras más conocidas. Es un acierto de Cyroulnik mostrar ese otro plano, forzar esas apariciones en un contexto donde está todo a la vista.
Muy curiosas son algunas piezas exhibidas originalmente en la recordada galería Belleza y Felicidad, donde Mariela Scafati a su regreso de África trabaja con palabras pintadas y tonos muy oscuros para su paleta, que luego recorta en planos regulares y une formando piezas simétricas. Tal vez rescatan la fuerza de aquel continente y funcionan como imágenes recuperadas en la vuelta a casa donde se van decantando.
Funciona como un enigma la foto del Edificio Libertador en su regularidad geométrica y su trama de planos ventana, incluida pero puesta en un lugar donde es difícil discernir de quien es la obra. Es un rescate del curador que intenta enunciar una obra más amplia de fotografía y video de Gachi que no se difunde tanto.
Hay sutiles líneas de encuentros en esos relatos híbridos de Mariela donde piezas en deshuso de su guardarropa o mobiliario descartado se acoplan a planos de pintura que se articulan o conviven en una nueva trama poética, que el propio curador no logra definir si son pinturas, esculturas o instalaciones o todo a la vez. La pieza Bondaje de 2015 donde el vestido de sus quince, sólo visible en la pollera, juega con sutiles colores que se desacoplan y sirven de apoyo, tiene una serenidad que se ve alterada por el título. El enorme plano marrón que se apoya en la diminuta mesa de luz son curiosos, enigmáticos y a la vez cargados de una potencia real como para que resulten inolvidables una vez vistos.
Induce a pensar un poco en aquella pieza histórica de Lozza que está puesta allí cerca pero no tanto, en esa relación visible-invisible que planteaba en gran maestro argentino. Del mismo modo que los cuadrados de Espinoza que cuelgan muy por encima de la vista media del espectador producen esa referencia para tener en cuenta como una especie de boceto de ideas curatoriales.
La muestra se luce con aquellos acrílicos enormes de Hasper con su factura minuciosa y perfecta, llena de fuerza en los cruces, que producen reverberaciones muy atractivas en el juego con las paredes blancas de techos altos.
Inaugurada en una semana que hubo demasiado para ver, la galería decidió extender la muestra hasta fines de abril con lo que resulta adecuado darse una vuelta por allí y apreciar esos diálogos sin estridencias.