Nota publicada online
Un diálogo entre la imagen y la palabra que nos involucra en la tarea de descifrar un relato. ¿Pero cuál será cuál en esta seguidilla de textos que se parecen a imágenes y de imágenes que se parecen a textos?
A primer golpe de vista el conjunto de obras se despliega como una sucesión rítmica. En el todo se vislumbra la posibilidad del relato. Como espectadores somos notificados de la tarea en la que estaremos involucrados: intentar descifrar historias, tratar de hilvanar sus fotogramas (esos “bloques de existencia siempre en presente”…). La luz y la oscuridad serán las guías constantes (esas gemelas imprescindibles para que aparezca la imagen).
“Un diario registra los hechos mientras suceden”, declara Ricardo Piglia. Es decir, transitaremos ahora sobre un pasado en el que, como en un campo minado, detonarán tipografías, ruinas, textos, cataratas, arquitecturas… Dos cuentos en uno: Stupía + Piglia. La tesis de Ricardo Piglia acerca del cuento parece darse por cumplida: “un relato visible esconde un relato secreto” ¿Pero cuál será cuál en esta seguidilla de textos que se parecen a imágenes y de imágenes que se parecen a textos? ¡Oh, la suerte! Ese es uno de los enigmas que convierte al arte (todavía) en aquella cosa que no se puede nombrar del todo, que no se puede aniquilar, que existe periférica al paradigma. Una colección de fragmentos que, de manera continua en el recorrido, van expandiéndose como un eco…
También existe un libro (objeto bello e impecable) en el que aparecen nuevamente las imágenes y los textos. Me detengo en dos imágenes sublimes del final, una frente a la otra (como en espejo, aunque no guardan ningún parecido formal). La primera es una obra de Eduardo Stupía, una figura humana (no del todo grande, no del todo pequeña), descarnada (pero no fatal) que cohabita con un aparente caos que se desparrama en blanco y negro en la superficie de la hoja blanca. Con el índice de una mano señala hacia abajo, a la tierra, la otra mano se abre, como intuyendo un abanico de posibilidades. La figura está de espaldas pero se adivina un gesto como de asombro (o encanto). Las venas y arterias están a la vista bifurcándose una y otra vez como acarreando nuevas probabilidades en su quehacer: la circulación de los ciclos. La segunda imagen es una fotografía del diario de Ricardo Piglia. Está cerrado y su enorme tapa absolutamente negra deja vislumbrar muy apenas pequeños trozos de papel. Es un momento en el que “debemos cerrar los ojos para ver cuando el acto devernos abre un vacío que nos mira…” (y nos convoca a la lucha). Allí acontece, una vez más, la posibilidad de la apertura de un mundo entero desde el fragmento.
Anexo: Un gabinete de maravillas
Una pequeña sala contigua se arma a partir de un tabique que funciona como medianera. De un lado, una fotografía del diario de Piglia, que esta vez exhibe en plenitud sus páginas escritas. En la contracara del muro un gran collage de Stupía preside un grupo de otros mucho más pequeños en cajas como de cristal. Son los exquisitos hallazgos que conforman las notas finales exactas para un relato que no concluye…