Nota publicada online
A sus 21 años Federico Roldán Vukonich viajó desde Paraná a Buenos Aires para estudiar Artes Visuales en la Universidad Nacional de las Artes. Ocho años después, se hizo un lugar en la escena joven del arte contemporáneo de la Capital. Hoy es un artista multifacético: además de hacer obras, diseña, cose y pasa música. Este miércoles 5 de abril Federico inaugura “Renacimiento”, su primera muestra individual en la galería Casa Proyecto (CABA), que consta de dos salas con esculturas e instalaciones.
Suena el teléfono. El Moderno quiere comprarte tres obras!!! El mensaje le llega mientras se corta las uñas para terminar de arreglarse y encarar hacia Costa Salguero, sede de arteBA 2022. Camisa y pantalones negros, medias y zapatillas amarillo fluo. Un taxi y ya está adentro. El chico de la barra le grita "qué lindo look que tenés." Para alguien que sólo usa remeras de colores eso significa "a partir de ahora voy a usar más negro".
La previa suele ser la instancia que más ventas cosecha. Sólo ingresan invitados VIP: grandes coleccionistas y representantes de los museos. Ese día la galería Fuga vendió tres obras de Federico Roldán Vukonich al Museo de Arte Moderno de Buenos Aires. 48 horas después el Embajador de Alemania compró otra. Durante la vorágine del fin de semana hubo cenas en casas de ricos, fiesta en el Puticlub y mucho público recorriendo la feria.
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En su familia la mayoría son comerciantes: el tío tiene un desarmadero de autos, la abuela un kiosco y la mamá una tienda de indumentaria. Todos se sorprendieron cuando decidió estudiar artes visuales en Buenos Aires "¿Y qué vas a hacer?"
Federico, en cambio, ya había encontrado una respuesta: fue a los 5 años en el Museo Provincial de Entre Ríos, junto a dos artistas locales. El proyecto consistió en ambientar el espacio con ramas, arena y hojas secas. Él los acompañó al río a buscar los materiales; sus ojos curiosos captaron cada detalle de la producción y el montaje. Ese día jugó a ser artista.
Siguió la orientación en escultura porque la pintura de caballete nunca le cerró. "Es la falta de profundidad, por eso prefiero la tridimensión"; cambiar la forma del papel, la madera, el metal o el plástico con las manos.
Esta vez elige el barro. Una movida arriesgada tratándose de su primer mural por encargo. Lo acompaña Víctor, su primo golpea las planchas hasta que no le quedan burbujas de aire y corta la arcilla pasando la esteca por una cuadrícula sin ángulos rectos. Como un rompecabezas. Después de descartar el uso del pincel, Fede decide modelar la superficie. Con el dedo índice traza algunos surcos; para lograr pocitos hunde las dos palmas. Es un dibujo hecho de huellas: lo guía el boceto pero se permite improvisar.
Lleva el frenesí porteño incorporado. "Este debe ser el único rincón de Paraná donde dormir la siesta no está permitido". Se ríe. Aprendió que en el oficio hay que tener una rutina de trabajo. Disciplina. Si Victor llega con resaca lo reta, "te vas a dormir y volvés en condiciones". Entre los dos convirtieron la casa de su abuela paterna en un taller provisorio.
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Una persona sabe que entra a un taller por lo que escucha o lo que huele: la amoladora, la trementina, el aguarrás. Como el perfume de la nafta, se ama o se odia. En el de Fede el olor es del thinner y el ruido el del soplete. Es uno de los cuartos que hay en la terraza de una casa en Constitución, con techos altos y un ascensor antiguo. Dividir el alquiler entre doce lo hace conveniente. No se parece en nada a la obra-rancho que había convertido en su estudio años atrás, cuando lo trasladó al Delta para trabajar solito en el bosque.
También labura como ayudante de artistas que admira. Dos días a la semana con Carola, uno con Miguel y otro con Gilda. "Soy una esponja, con ellos aprendo sobre técnicas y materiales", desde el manejo del óleo hasta el uso de resina y pintura bicapa.
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Fede hizo su primera mochila con una máquina de coser, hilo y tela negra. Cuando llegó a Once vio las opciones tornasoladas. Probó dos tiradas, las vendió en la facultad y juntó unos mangos. Después llegaron pedidos por Instagram, ferias y locales. La identidad de su negocio, Tienda Nómade, estuvo clara desde el principio, telas metalizadas e iridiscentes, materiales plásticos y fluorescentes para confeccionar billeteras; riñoneras; bolsos y aros. Su último experimento fue un pantalón estampado con la imagen repetida de un atardecer en el río. El resultado: no pasar desapercibido.
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"Mi primer amor fue platónico, vivió en las ideas por 10 años desde que tenía 7". Su serie más reciente son cuerpos geométricos afectados por hongos o flechas. Objetos que activan la memoria sobre vínculos familiares y amantes que ya fueron. Para su debut en Casa Proyecto trabajó con la idea del resurgimiento. Son girasoles de papel maché que emergen de volúmenes geométricos y formas de la naturaleza que se interceptan con bloques de concreto fragmentados.
Desde chiquito Fede recorre la costa de Bajada Grande, el primer puerto de Paraná, donde los barcos llegaban con mercadería para ser trasladada en ferrocarril al centro de la ciudad. Los trabajadores portuarios solían pasar por el almacén de la Negra, su abuela materna, para comprar bebidas con la guita que habían conseguido vendiendo la chatarra encontrada. Con 11 años, Fede se entretenía juntando espirales de hierro de la orilla. Hoy las lija e incrusta en el papel maché.
Recuerda suspies escalando montañas de arena; el olor penetrante de los cadáveres de pescados; el tiempo que corre lento; los mejores atardeceres; la línea de horizonte que dibujan las islas entre el agua y el cielo.
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1."Tiene que haber música y alcohol", pensó Federico y con esa consigna montó su primera muestra individual. "Las paredes y el piso cubiertos de nylon negro, pintados a manotazos con pintura blanca". La gente bailaba amontonada, como en una ceremonia de fricción.
2. El alcohol prepara al espectador para la experiencia artística que Federico propone. En el final de Proyectual III les sirvió tragos a tres docentes para ver a Chiquita, un pez gigante con escamas tornasoladas de PVC acostado en su cama.
3."Escabiar gin hasta emborracharse" fue el único requisito para el equipo que participó de su última performance en la costa de Paraná. "Siento que es un espacio de encuentro donde todos son iguales".
En tres años se volvió un experto en el ritual de la joda. Arrancó a pasar música como DJ Relincho en los cumpleaños de sus amigas y ahora lo convocan por su éxito para hacer perrear a todo el mundo con una lista de reggaetón viejo. El nombre se lo ganó cuando metió el sonido de relincho en un tema. Desde entonces, un zapato símil piel de víbora en punta y un revólver de juguete son suficientes para convertirse en su alter ego. Lleva siempre su tótem, un póster que muestra la imagen de un caballo con las crines al viento.