Nota publicada online
Federico... donde estés, es la muestra con la que ArtexArte homenajea a ese gran poeta y ser humano que fue, y sigue siendo a través de su poesía, Federico García Lorca. Su estadía en Buenos Aires, de sólo seis meses –del 13 de octubre de 1933 al 27 de marzo de 1934–bastaron para que nuestra Capital y el granadino entablaran una relación de amor que sólo la muerte del poeta pudo quebrar.
Con la curaduría de Eduardo Medici, Arte x Arte presenta la muestra “Federico... Donde estés”, sumando las voces de 13 artistas que rinden homenaje a la figura de un poeta que dedicó su vida al arte de vivir apasionadamente y transmitirlo en sus escritos. En su corta estadía de 6 meses en Buenos Aires, allá por 1933, Federico García Lorca se enamora de la Capital y establece con ella un vínculo nostálgico y melancólico. Es así como cada una de las obras que integran esta oda al granadino, refleja entre imágenes, escritos y relatos, esa relación entre el poeta y la ciudad. Un breve recorrido siguiendo la mirada curatorial, nos pasea por las 3 salas donde se despliega la muestra, todas ellas atravesadas por un clima cálido, intimista, donde cada pieza tiene un espacio cuidado, amplio, con mucho aire entre cada trabajo para permitir al espectador integrarse al discurso. Además, una particularidad es que la mayoría de las obras se presentan en formato de instalaciones, a pesar de ser en su mayoría registros fotográficos y videos.
Empezando por la planta baja, nos encontramos con trabajos netamente fotográficos, grupos de fotografías que ilustran pensamientos del poeta, momentos, recorridos, objetos, situaciones. Juan Travnik pone en relieve el concepto de la “poesía que anda por las calles”, parafraseando a Lorca, y registra los lugares y avenidas más emblemáticas que solía recorrer en su paso por la ciudad: Av. De Mayo, el Hotel Castelar, el Tortoni, Los 36 billares. En esa misma sintonía pero pasando del plano urbano al silencio de los interiores, Claudio Larrea fotografía detalles propios del hoy ya inactivo Hotel Castelar: los salones, las escaleras, la habitación 704 que frecuentaba Federico. De repente, frente a estos trabajos, estamos caminando junto al poeta, obteniendo una semblanza porteña para luego nos adentramos en un refugio blanco y negro repleto de jugosos destellos de intimidad.
Entre el primero y segundo piso se despliegan los trabajos más instalativos con participación de objetos, sonoridad y hasta aromas. Aparecen allí obras que retoman otros escritos o pensamientos de Lorca, en este caso un trabajo como Poeta en Nueva York es interpretado por Andrés Wertheim como un “calidoscopio de imágenes” que da cuenta de un sentimiento convulsionado, pasional y revolucionado que se plasma en la poesía de Federico producto de su experiencia en la metrópolis norteamericana. Siguiendo esta línea que presenta múltiples imágenes para conformar un relato sintetizado, Ariel Ballester exhibe dos obras que aluden directamente a la desaparición de personas durante la Guerra Civil Española y la muerte de Lorca. Para ello utiliza capturas de pantalla a través de Google Earth, produciendo un señalamiento sobre los lugares donde se han localizado restos de personas desaparecidas. Acompaña este despliegue el retrato de Federico García Lorca y los tres fusilados junto a él en el Barranco de Víznar, todos producidos a partir de imágenes de archivo, utilizando una estética “pixeladas” donde cada mosaico representa a cada una de las 11.388 víctimas de la guerra.
Pasando al video, Lena Szankay aborda Poema vegano –contando con la colaboración de la coreógrafa Mariana Astuti, la voz de Rodolfo Prantte y la música de Lea María Uría García- basado en un escrito del poeta en sus tiempos en la Universidad de Columbia, presentado como una abierta crítica anticapitalista. Otra suerte de instalación fotográfica, inquietante, enigmática y oscura como una noche profunda, se manifiesta en el trabajo de Fer Zannol basado en La casa de Bernarda Alba y Bodas de Sangre: un despliegue de detalles suspendidos en un cielo denso iluminado por la luna, sumergen al espectador de un escenario tan incómodo como intrigante. Julieta Anaut propone un collage y fotomontaje desplegado en un díptico donde equipara al desierto simbólico presente en la poesía de Lorca con la historia de una mujer que habita sus escritos. Belén Castillo despliega directamente sobre las paredes una constelación de niños: ocho figuras hechas en lapicera 3D conforman una instalación que aborda el tema de la infancia como lugar simbólico, lejano, perdido pero, al mismo tiempo, como fundamento de recuerdos y memoria.
A partir de Romancero gitano, Cristina Fresca presenta una instalación donde tomando distintos poemas, construye un imaginario propio con protagonismo del color brillante de la sangre roja, representativa de la vida y la muerte y ante todo, la pasión. Dato no menor: la instalación integra al espectador con el aroma a nardos que emana la obra. Y si hablamos de rojo y de sangre, el tríptico de Zulema Maza es fiel representante de la tragedia. Collages digitales ponen en escena espacios centrales en la vida de Lorca como el ya mencionado el Hotel Castelar con la Plaza de Toros y el Torero en plena acción, acompañado del poema “El llanto por Ignacio Sánchez Mejía”, escrito por Lorca como lamento por la muerte de su amigo torero.
Mención aparte merecen la instalación sonora combinada con imágenes propuesta por el músico y compositor Daniel Doura, acompañada por los poemas en la voz inconfundible de Luz Castillo, presidente de la Fundación e ideóloga de este proyecto. Un exquisito catálogo basado en el libro Poeta en Nueva York acompaña la muestra, hecho especialmente para esta ocasión por la poeta argentina Liliana Lukin, acercando al espectador un ameno recorrido por momentos claves de la vida de Lorca, integrando citas, imágenes y comentarios inéditos. La palabra escrita también se ve reflejada en la obra de Luis Campos cuando su fotografía y cuatro versos del poema Seis poemas Gallegos -homenaje de Federico al paisaje y la lengua de Galicia- aparecen plasmados sobre la pared de la sala como una suerte de díptico donde imagen y palabra se refuerzan.
Conversando con Luz Castillo, ella cuenta anécdotas de Lorca, charlas con familiares, historias andaluzas del hombre de Granada. Me quedo con los pormenores de esos relatos pero comparto su definición de Federico García Lorca como “un poeta de mitos” que supo apoderarse de la tragedia griega y hacerla suya. Un artista que ha sabido diferenciar al ángel y a las voces de la inspiración, de ese duende al que había que enfrentar, el que lo desafiaba permanentemente y que lo obligaba a luchar con sus mejores armas: su pluma, su mente, su pasión, su cuerpo y su alma, hasta la muerte.