Nota publicada online
Charlamos con el artista en su taller de Lavalle 1282. La docencia como camino de aproximación poética.
Conversamos con el artista desde su taller, en el último piso de un edificio de Lavalle. Sentado en una silla frente a una mesa baja con varias tazas y algunas galletitas, fumó un pequeño habano entre preguntas y recuerdos.
Acá tenés alumnos, pero este no es el taller donde pintás.
No. Acá doy clases dos veces por semana, donde pinto es en mi taller de Ramos. Allí estoy casi todos los días en absoluta soledad indagando en mis interrogantes que conducen a las obras.
Suena bastante ritual.
Es que estar en el taller de Ramos es un tanto ritual. Estoy solo y eso lleva a que me interpele en una interacción infinita conmigo. Mientras pinto me interrogo permanentemente y en realidad, cada obra no es en sí sola sino que es una pequeña parte de todas esas dudas con las que convivo.
¿Cuáles son las preguntas con las que trabajás?
Son siempre las mismas y serán dos o tres. Son dudas existenciales que tengo desde siempre como por ejemplo, la condición humana y su misterio… A partir de ahí aparecen cosas concretas como la figura femenina.
¿Cómo surgió la idea de tener un taller con alumnos?
Cuando terminé la Escuela Pueyrredón descubrí la vocación docente. Me interesa transmitir una filosofía de aproximación a lo poético: transitar un camino de misterio donde, a través del trabajo con los lenguajes, y dejando la especulación de lado, uno se aproxima a la poesía sin intención alguna de poseerla. Esto va en contra del concepto materialista en donde predomina lo posesivo y se empieza a hablar en términos de "mi obra, mis cosas”. En el taller es fundamental el trabajo para intentar preservar, o rescatar aquello lúdico que tiene que ver con el deseo auténtico.
¿Pensás que todos tenemos un deseo auténtico?
Sí, lo que sucede es que, dependiendo las condiciones de cada persona, ese deseo se adormece con las estructuras impuestas: las instituciones, la familia, el trabajo, la rutina.
Proponés algo así como volver a una instancia de la niñez.
Sí. Se trata de redescubrir esa fascinación por lo grafoplástico que todos los niños tienen y que, por lo general se acartona con el tiempo. En mi caso se conservó y desde ese lugar hago obra e interactúo con los que vienen al taller.
Leí que de adolescente tenías tu taller llamado "Incubadora de sueños"
Era un galpón que, cuando cumplí doce años, pasó a ser mi cuarto-taller en la casa en la que vivía con mis padres y hermanas en Lomas del Mirador. Ahí empecé con las primeras experiencias artísticas: Me juntaba con mis amigos y delirábamos por amor, escuchábamos rock nacional, y ensayábamos con nuestra banda de música progresiva en donde yo era baterista. En momentos de soledad, pintaba en las paredes y así aparecieron mis primeros murales. También me armé una bibilioteca y, recuerco que leía las biografías de personajes como Gauguin o Kafka y reflexionaba acerca de su condición de artistas: ellos eran gente que se tomaba el arte como una necesidad permanente y no como un hobby. Fue entonces, en la "incubadora de sueños", que empecé a formar esa determinación por lo artístico como algo vital y la creencia profunda en los lenguajes plásticos.
¿Creés que hay un lenguaje plástico que te caracterice?
No conozco mi pintura y tampoco podría hablar de mi estética o mi estilo. Lo que hago cuando pinto es interrogarme y, si eso afecta al otro, fantástico. Pero no estoy especulando con que eso suceda. No me gustaría pensar que soy ortodoxo en mi lenguaje y creo que, dentro de mi búsqueda, fusiono lenguajes y técnicas y es así que trabajo con pintura, litografía o videoarte.
¿Qué lugar ocupa el mercado? ¿La exposición en una galería? ¿No hay especulación en la venta de una obra?
La venta es un accidente. El arte, en primer lugar, tiene que causar conmoción porque es social y con eso no puedo especular. La idea es descubrir liberados de la especulación, y no pienso así sólo a la hora de pintar sino también de ser. En realidad, las dos cosas son lo mismo.
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