Nota publicada online
Ricardo Lapin nos acerca una conmovedora nota recordando a su amigo y artista Cacho Mon, fallecido recientemente.
Escribo estas líneas en un tren rumbo al sur. Ese sur de Tierra Santa al que Cacho llego para adoptarse mutuamente, porque el desierto tiene su magia mas allá del polvo y el clima hostil, más allá de los estereotipos de aventureros, arqueólogos y beduinos; mas acá de las historias las mil y una noches o Paolo Coelho. Y digo adoptar, no adaptar: Cacho jamás se acerco a la cultura local, siempre siguió siendo el artista cosmopolita, hijo de la Buenos Aires pluralista y multicultural.
Amanece sobre campos y casas; un bendito sol invernal acaricia al tren y a sus pasajeros. Pasan estaciones y pienso en los caprichos de nuestros caminos, cruces y estaciones. Yo supe de Cacho y su obra por esas cosas del destino, o de la actividad artística. Viviendo en Buenos Aires nos desencontramos: cuando yo iba a pintar remolcadores a la Boca o exponía- siendo adolescente- cuadros en la Feria de San Telmo, Cacho frecuentaba otros marcos, cafés y artistas sin duda. Los años '70 fueron hasta el golpe militar buenos tiempos a mi ver para la "Reina del Plata" , que aun se creía la Paris de Sudamérica y esto dicho por otros latinoamericanos. Una tradición multicultural que hacia crecer teatro experimental con estilos plásticos modernos que llegaban con una década de atraso en tiempos pre-internet: arte pop, cinético, minimalista, conceptual. Un anónimo Héctor Alterio recitaba poesías lunfardas de Carlos de La Púa para llegar a fin de mes, Osvaldo Romberg renunciaba al título de arquitecto para ir dirigir la escuela de Bellas Artes de Tucumán; Juan Gelman y Carlos Alonso aun disfrutaban de sus hijos y nueras.
En esos tiempos de formación artística y ebullición creativa de la gran urbe del Plata, nos desconectamos con Cacho, si bien las raíces eran similares y paralelas.
Llego la dictadura y con ella nubes negras para la cultura y las libertades: mi familia se fue en cuanto pudo y como pudo, y yo me encontré con la tradición y la paleta de Torres García pintando bajo el sol de Oriente Medio. Décadas más tarde, en el estudio de algún colega y amigo vi un catalogo de exposición patrocinada por las bodegas locales Carmel. El trabajo de Cacho que allí figuraba me atrapo la atención: un bodegón simple con una botella de vino lacrado pero con la mano de un profesional del oficio de la Pintura, ese oficio tan venido a menos y manoseado por lo digital, el video y otras especulaciones tecnológicas. Me recuerdo impactado y diciendo en voz baja…"que pintor de p… madre !!!" Y empecé a buscar quien era y que hacía. Me entere así de su maestría en el "trompe l'oeil" ( nuevamente, el oficio y maestría de otros tiempos), de su carrera en Buenos Aires, su llegada a Israel con su familia, del grupo "Arteria" de artistas latinoamericanos al que pertenecía. Nos encontramos por fin el 2008 en una muestra de artistas inmigrantes en Jerusalén , y contactamos, charlamos y expusimos juntos en una de las salas del Teatro de Jerusalén. Meses más tarde llego de visita a Israel el artista Gerardo Feldstein, que dio una charla sobre su obra en una galería local y me ofrecí a traducir al publico israelí. Charlando antes la disertación me dice que invito a unos amigos de la ciudad de Beer Sheva, y cuando Cacho y Susana Mon llegaron, entendí que Cacho era de una gran fidelidad con sus relaciones más allá de de lo profesional, donde la presencia, el acto, la palabra o el silencio en el lugar y el momento exactos eran parte de una conducta, de su formación y su magia personal humana. Lo que allá en el "otro" sur, se llamaba 'amigo de fierro'. Porque viajar cuatro horas en tren ida y vuelta para estar presente en un acto o un encuentro de una hora con un amigo o colega, y salir corriendo luego del abrazo y la charla a atrapar el último tren a casa, es algo que no abunda en este presente que empuja y puja por el egoísmo.
En abril del 2009 hice una muestra individual en Tel Aviv, y entre la gente cercana que llego a la apertura estaban, es claro, Cacho y Susana, con esa incondicionalidad y calidez que caracteriza a la educación latina que recibimos. Charlamos, tomamos vino juntos y agradecí esa actitud tan "mentch" ( vocablo idish que implica "Ser Persona" con mayúsculas) y espontanea, de simplemente estar allí, aunque nada trivial en distancias y sin auto.
Seguimos en contacto por correo electrónico. Supe que Cacho había estado algo enfermo por un tiempo. De pronto llego la noticia como un trueno en día de sol, el diagnostico, las especulaciones. La enfermedad. Shock. La vida no deja de sorprender, de sacudirnos, a veces para bien y a veces no. Su cara oscura es siempre dueña de designios secretos, inextricables, incomprensibles. Es siempre matriz de incógnitas existenciales, de preguntas que nos quitan la calma y el sueño.
El tren pasa estaciones sin detenerse, y en otras de su trayecto lo hace. Pienso en mis encuentros y desencuentros con Cacho, en nuestras sendas paralelas, que no se cruzaron sino hasta hace poco, con todo lo paralelo de nuestras biografías, desde el compromiso con el arte hasta el cambiar el entorno cosmopolita por las orillas del desierto. También yo viví más de una década en el desierto del Neguev al sur, y en el desierto de Judea. Sé la seducción de ese paisaje minimalista, de la relación con ese entorno tan primario y elemental: no todos pueden conectarse ni ser aceptados. Cacho lo consiguió, tendió su puente entre la cultura urbana y el dialogo con el desierto. Creo que es la imagen cierta y humana que me queda de Cacho, sin idealizar. Él tuvo una profundidad en vida que refleja su obra, y es mas lo que se por ella que por nuestros contados encuentros. Y sé que nos perdimos largas charlas sobre esquinas y callejones, cafés y teatros, salones y ateneos, aromas de ciudades y de barrios, de barnices y texturas.
Y no puedo evitar mencionar esa frase tan cierta como estereotípica: "al lado de todo gran hombre se esconde una gran mujer" . Cuando la noticia de la enfermedad surgió, el contacto y la información continuo a través de Susana. Junto con sus hijas acompañaron a Cacho en todos sus días y sus noches, mejores y peores, con la entereza que se prueba en situaciones límite, a veces imposibles. Luego de algunas guerras se que el heroísmo verdadero consiste en continuar pese al dolor y el entorno ilógico, pese a querer escapar o no despertar a la realidad por las mañanas, y continuar con la rutina y cumplir con deberes y obligaciones como si el terremoto adentro y afuera no existieran.
El tren propio avanza y quizás de viajar es de lo que se trata; Cacho lo hizo desde una ciudad llena de actividad, creación y barullo, hasta el sublime silencio del desierto, como los monjes que deciden apartarse para la meditación y la introspección. Como todo creador queda su testimonio en su obra y en su entorno cercano. Ambos aun elaboran una gran pérdida.
Sobre las vías, hacia tierras del Sur, 29/ 11/2009