Nota publicada online

viernes 14 de junio, 2013
El otro matadero
Orígenes del proyecto visual de Jorge Canale
El otro matadero

“Sitúo mi definición del arte entre las afirmaciones

categóricas, es decir, las que revelan un concepto,

y no entre las afirmaciones hipotéticas,

que inventan un concepto.”

Nicolai Tarabukin
Por una teoría de la pintura. Moscú, 1916

Le debo a una antigua y cuidada edición, propiedad de mi abuelo paterno, mis primeras lecturas de El Matadero de Esteban Echeverría, uno de los clásicos fundacionales de la literatura argentina, que por su actualidad, trasciende las contingencias históricas que le dieron origen, y cuyo carácter premonitorio indicó la controversia que signaría la vida de los argentinos desde las guerras de independencia, los conflictos civiles y la construcción de la democracia.

Desprendido de su valor testimonial, (el temible ambiente de los mataderos en Buenos Aires en la época de Rosas) la obra muestra cómo, detrás del conflicto ideológico, se oculta el ejercicio de la violencia por la violencia misma, que nos condena a la animalización de lo humano.

Recuerdo la impresión que causó en mí su premonitoria visión de la beligerancia argentina, el ADN criollo que acompaña desde entonces nuestra historia social, política y económica. Sucesivas relecturas de su texto a lo largo del tiempo, me permitieron la distancia ideológica necesaria para materializar las imágenes que produjeron en mi mente sus sedimentos, y que completarían su sentido de sueño y acción en la mirada que las cruce.

Quizás a raíz de mi formación como arquitecto y mi práctica profesional como diseñador, los trabajos visuales que realizo son concretados a partir del concepto de “proyecto”. De esta forma, los precede un largo período de investigación documental que se sustenta en el vínculo emocional que establezco con el tema, y en la paciencia felina necesaria para atrapar las historias personales, que motivos colindantes al tema derraman sobre el proceso de trabajo. La realización está “abierta” de esta forma al diálogo entre la idea-concepto y su relación física con el material que la soporta, resolviéndose en el cruce inclusivo de géneros y técnicas ajeno a todo debate entre tradición y contemporaneidad.

En abril de 2007 comencé los primeros bocetos de este proyecto, que intenta instalar al espectador en la experiencia de la obra convirtiéndolo en parte de la misma, destino deseado de un arte conceptual que se consuma en el otro y no en la mente del autor ni en la realización de la obra.

La idea reclamó la descarnada selección de los motivos y la definición de la secuencia temporal-ritual de su observación.

Un tríptico abre la muestra como dos orillas: nacimiento y muerte del autor. Buenos Aires/Montevideo.

En la sala central la gran mancha de sangre sintetizada en círculos de madera pintados de rojo soportan trozos de alambre pintados de negro en su superficie.

Las luces blancas y rojas tejen en los tres planos, (pisos y paredes laterales) una urdimbre intemporal de luces rojas y blancas, que también tiñe a los espectadores.

El sonido del viento producido vocalmente por el artista da volumen y consistencia temporal al espacio, produciendo una imagen mental de alto poder de connotación y abstracción.

Cuatro dibujos sobre papel, cuatro collages y una tela, son responsables junto con la urna que contiene la primera versión de las obras completas de Esteban Echeverría, devolver una mirada sobre el autor y su obra en la despedida del recorrido planteado por el artista.

Dos videos instalación abren una mirada sobre la beligerancia argentina y la cuestión ganadera soporte de las guerras civiles argentinas.

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La obra El Matadero de Esteban Echeverría (1805-1851) es sin duda alguna, uno de los clásicos fundacionales de la literatura Argentina.

Por su actualidad, trasciende las contingencias históricas que le dieron origen, y su carácter premonitorio marca la controversia que signaría la vida de los argentinos desde la las guerras de la independencia, los conflictos civiles y la construcción de la democracia.

Más allá, y desprendida de su valor testimonial, (el temible ambiente de los mataderos en el Buenos Aires de la época de Rosas) la obra muestra como, detrás del conflicto ideológico, se oculta el ejercicio de la violencia por la violencia misma, que conlleva a la animalización de lo humano.

El proyecto intenta instalar al espectador en la experiencia de la obra, convirtiéndolo en parte activa de la misma, destino deseado de un arte conceptual que se consuma en el otro y no en la mente del autor, ni en la realización de la obra.

La idea reclamó una síntesis extrema, que implicó la descarnada selección de los motivos:

1-      La gran mancha de sangre construida a partir de círculos colorados de distintos formatos atravesados por alambres de púas.

2-      Las luces, blancas y rojas, que no solo iluminan la escena sino que caracterizan ámbitos también circulares, donde el público aparece y desaparece enrojecido por el especio sangriento.

3-      El sonido, que se producirá a partir de la masterización natural del viento, y que envolverá la obra de un fondo continuo, desolado y oscuro.

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