Nota publicada online
5 de abril de 2010. Día en que murió Jorge López Anaya.
Se nos fue un pedacito de nuestra historia del arte. Jorge fue un referente, un estudioso y, fundamentalmente, un riguroso historiador y crítico de arte.
Nació en Buenos Aires en 1936 y se graduó en la Universidad Nacional de La Plata, en la cual se desempeñó como titular de Historia del Arte Contemporáneo y fue catedrático de Historia del Arte Argentino en la Facultad de Filosofía y Letras de Buenos Aires. Crítico de arte del diario La Nación, también fue un destacado colaborador de Arte al Día, y de la revista española Lápiz; además de Académico Delegado de la Academia Nacional
de Bellas Artes, miembro de Número del instituto de Investigaciones Históricas de la Manzana de las Luces e integrante del Consejo Académico de la Academia del Sur. Dejó como legado 14 libros publicados y varias decenas de mentes inquietas, iluminadas y agradecidas, que van a extrañar ese lugar que dejó vacante.
En el 2007, junto con su libro "El extravío de los límites, claves para el arte contemporáneo" me regaló su amistad. Hoy me sumo y agradezco también yo su generosidad.
En esta edición nos interesó hacer hincapié en la obra de tres artistas que, más allá de sus estéticas impecables, son provocadores y nos inducen a la acción.
Nicolás García Uriburu, un artista consecuente con su mensaje: la superpoblación, los riesgos de la contaminación ambiental, la violencia y el hambre, nos incumben a todos y está en nosotros la responsabilidad de tomar partido. Uriburu encaró este nuevo proyecto "Utopía del Bicentenario" junto con Greenpeace para llamarnos la atención sobre un gravísimo problema ambiental que lleva dos siglos sin solución aparente.
Graciela Sacco, esta artista rosarina cuya trayectoria traspasó los límites nacionales y se reparte entre Londres, Madrid y su ciudad natal, cuestiona y se cuestiona con su obra, la voracidad y ese "Metro cuadrado" de desarraigo al que nos somete nuestra contemporaneidad.
Confieso que tenía la imagen de tapa "Lucha de Clases". Una imagen que me impactó de la muestra de Daniel Santoro en el Museo de la Universidad Nacional de Tres de Febrero. Me impactó, pero la negaba porque es la imagen de la Argentina que no quiero. Y, por esto, finalmente la elegí.
Porque, como concluye Jorge López Anaya en el libro mencionado: Las propuestas agresivas e impactantes, los ataques a los tabúes profundamente arraigados (la antropofagia, la pedofilia), la impugnación de los derechos aceptados por las sociedades contemporáneas (la tortura de personas y animales, los atentados contra el medio ambiente) que flirtean con el mal, generan un rechazo de los espectadores, incluso en los habituados a los excesos del arte contemporáneo, que no saben como reaccionar ante ellas.
Según parece, se han extraviado todos los límites.
Pero, -me pregunto- ¿es realmente así? O, ¿como en el arte contemporáneo, deberemos extraviarlos para volver a encontrarlos?
En todo caso, salir al encuentro del otro y favorecer la cultura del diálogo es también función del artista.